Los antiguos
camaradas del ‘no’ que tumbaron el proyecto de Constitución Europea en el
referéndum francés del 2005 volvieron ayer a encontrarse en las calles de París
en contra de la ratificación del Tratado de disciplina presupuestaria, que el
presidente François Hollande someterá a partir de mañana al Parlamento. Varias
decenas de miles de personas –entre 20.000 y 80.000 según diversas fuentes– se
manifestaron en la capital francesa, convocados por los partidos de la
izquierda radical y la extrema izquierda, así como varios sindicatos y otras
organizaciones sociales, para expresar su rechazo al tratado y reclamar un
referéndum.
Los contrarios al tratado argumentan que el texto, pese a
haber sido complementado –a iniciativa del presidente francés– por un Pacto por
el Crecimiento paralelo, no ha cambiado ni una coma del original pactado por la
canciller alemana, Angela Merkel, y el ex presidente Nicolas Sarkozy, y en este
sentido consagra la denostada “Europa de la austeridad”.
Para el frente del ‘no’, el proyecto del Presupuesto para el
2013 aprobado el viernes pasado por el Consejo de Ministros –que impone una
nueva subida de impuestos de 20.000 millones y recortes del gasto por 10.000
millones más– es una consecuencia directa de los acuerdos de la Unión Europea.
Al frente de la pancarta estaba ayer de nuevo, como hace
siete años, el colérico Jean-Luc Mélenchon –entonces socialista disidente y hoy
líder del Frente de Izquierda–, acompañado por el secretario general de PCF,
Pierre Laurent, así como las figuras del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA),
Olivier Besancenot y Philippe Poitou. De no ser ideológicamente incompatibles,
podría haberse sumado a la protesta la líder del Frente Nacional, Marine Le
Pen, asimismo hostil al tratado.
Pero lo que no había esta vez, a diferencia del año 2005,
era ningún militante del Partido Socialista. Uno de los adalides del ‘no’ de
entonces, Laurent Fabius –descabalgado en aquel momento de la dirección del PS
en represalia– ha vuelto al redil y al frente del Ministerio de Asuntos
Exteriores trabaja hoy activamente en favor de la ratificación del nuevo
tratado. Lo mismo que su segundo de a bordo y ministro de Asuntos Europeos,
Bernard Cazeneuve.
Si el PS mantiene hoy formalmente una fachada de unidad detrás
del presidente de la República, François Hollande, y el Gobierno, la unanimidad
está lejos de haberse conseguido. El ala izquierda del partido sigue siendo
contraria al Tratado de disciplina presupuestaria como en la mejor época de Merkozy y es probable que una veintena de parlamentarios
socialistas acaben votando contra la ratificación. Hollande ha eludido abrir
una confrontación interna por este asunto, pero ha movilizado a todo el
Gobierno, con el primer ministro, Jean-Mac Ayrault, a la cabeza, para tratar de
convencer a los desafectos.
Hollande debe ya hacer frente a la deserción de los
ecologistas, que hace tanto más daño cuanto que son aliados del PS en el
Parlamento –donde les une un pacto de legislatura– y que dos de sus
representantes se sientan en el Consejo de Ministros. La suma de la disidencia
verde y del puñado de socialistas irreductibles, determinados a votar contra la
ratificación del Tratado –aunque a apoyar la ley orgánica que establece las
modalidades de su aplicación– podría acabar poniendo al presidene en aprietos.
No es que el tratado peligre, pero sí la credibilidad de
Hollande. Si en la Asamblea Nacional no hay problema, en el Senado el PS
necesita del apoyo de comunistas y ecologistas para tener la mayoría absoluta.
Lo que puede colocar al presidente en la incómoda posición de ser salvado por
la derecha.
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