Los gritos, los
abucheos, las críticas feroces y las acusaciones de pucherazo que jalonaron el
tumultuoso cónclave socialista de Reims en el 2009, en el que Martine Aubry se
hizo con la jefatura del partido en detrimento de Ségolène Royal tras una
áspera batalla, no se repetirán este fin de semana en Toulouse, donde el
Partido Socialista francés celebra su 76º congreso. No hay mejor lubricante que
el poder para engrasar la maquinaria partidaria y acomodar todas las piezas sin
chirriar.
La doble victoria consecutiva del PS en las elecciones
presidenciales y legislativas de la pasada primavera ha permitido apaciguar las
enquistadas divisiones internas en el PS y cimentar una unidad de
circunstancias. ¿Alguien pudo imaginar que el líder del ala izquierda del
partido, el radical Benoît Hamon, acabaría elogiando alguna vez la valía del
ministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac, apóstol de la austeridad? ¿O que
callaría ante la aprobación, tal cual, del Tratado europeo de disciplina
presupuestaria pactado por Merkozy? Decididamente, ser
miembro del Gobierno –Hamon es ministro de Economía Social y Solidaria– o
aspirar a entrar en él hace que las cosas se perciban de otro modo.
A diferencia de otros cónclaves, los socialistas franceses
llegan al congreso de Toulouse con todo atado y bien atado. A no ser que caiga
un meteorito sobre el Parque de Exposiciones, situado a orillas del Garona, no
queda lugar para la sorpresa. El PS acude en esta ocasión a la cita con su
nuevo primer secretario –Harlem Désir– ya elegido, la nueva dirección –con los
puestos repartidos– ya pactado y una moción consensuada por la mayoría de las
corrientes del partido. Ningún misterio en el horizonte. El congreso debería
convertirse en un mero trámite. Y en un pretexto para ocupar la escena
mediática e intentar contrarrestar la fuerte ofensiva de la derecha contra el
primer ministro, Jean-Marc Ayrault, y el presidente francés, François Hollande,
acusados de incompetencia y amateurismo, y víctimas de un acusado descenso de
popularidad. Los socialistas están más necesitados que nunca de poner en marcha
un partido que apoye al Gobierno.
La marcha prematura de Martine Aubry, que dejó el puesto
vacante a mediados de septiembre, ha creado un vacío de poder que Harlem Désir
–conocido por haber sido uno de los fundadores de SOS Racisme– deberá tratar de
llenar a partir de este fin de semana. No lo va a tener fácil, sin embargo.
Carente de carisma, sin una corriente propia en el interior del partido, el
nuevo primer secretario del PS parte con el lastre de haber sido designado
–antes que elegido– fruto de un acuerdo entre bambalinas urdido por los cuatro
hombres fuertes del Gobierno –los ministros Manuel Valls, Pierre Moscovici,
Vincent Peillon y Stéphane Le Foll– y bendecido discretamente por el presidente
de la República.
Contando con todos los apoyos con los que ha contado, la
moción encabezada por Harlem Désir recibió un apoyo de sólo el 68%, un
resultado más bien escaso que deja traslucir la incomodidad que ha suscitado en
una parte de la militancia la forma en que se ha pasteleado el cambio en la
cúpula del PS. Él mismo como candidato a la primera secretaría no obtuvo más
del 70% de los votos, cuando hubiera cabido esperar un resultado a la búlgara.
La presencia de un hombre de perfil gris y en situación de
relativa debilidad no es una mala cosa para François Hollande, que se asegura
así –al menos en principio– un PS dócil. No hubiera sido lo mismo con Martine
Aubry. La tranquilidad ha tenido, sin embargo, un precio. A cambio de la paz en
el debate europeo, Hollande en persona concedió a los dos grupos más a la
izquierda –los encabezados por Benoît Hamon y Emmanuel Maurel– 48 plazas de las
204 del Consejo Nacional.
La confianza en Hollande cae al 36%
No hay instituto de sondeos que no constate el imparable
deterioro de la popularidad de François Hollande. La última encuesta, de
Opinion Way para Le Figaro, arroja un muy negativo
balance para el presidente: el nivel de confianza de los franceses cae al 36%,
mientras el descontento crece hasta el 64%.
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