Vincent Peillon,
ministro de Educación y uno de los hombres fuertes del Gobierno francés, se
permitió ayer contradecir la línea oficial del Ejecutivo y proponer la
despenalización del consumo de cannabis en Francia. Con su inesperada salida,
Peillon consiguió una carambola redonda, pero en su contra: ofreció un flanco
perfecto a la derecha para atacar al Gobierno y al presidente François Hollande
–por el contenido de la propuesta y porque pone en evidencia una nueva
contradicción en el seno del Gabinete– y debilitó un poco más la posicion del
primer ministro, Jean-Marc Ayrault, cuya autoridad está más que nunca en
entredicho.
El jefe de Matignon se vio forzado a salir al paso para
reafirmar su frágil autoridad, pero no está claro que lo consiguiera. “Los
ministros deben defender la política de su ministerio y la del Gobierno, y nada
más. No son comentaristas”, afirmó tajante. El problema es que no es la primera
vez que Ayrault lanza una advertencia de este tipo, sin acabar de imponer la
disciplina. Y, por si fuera poco, no es tampoco la primera vez que se ve
obligado a recordar la posición contraria del Gobierno a la despenalización del
canabis, ya defendida en su día por la ministra de la Vivienda, la ecologista
Cécile Duflot. Llovía, pues, sobre mojado.
A Jean-Marc Ayrault sólo le faltó que trascendiera que había
telefoneado a François Hollande al Elíseo para pedirle que pusiera firmes al
ministro de Educación. Una revelación –sin duda filtrada por alguien que le
quiere bien– que parece una confesión de impotencia. La polémica no podía caer
en peor momento para el primer ministro francés, presentado por los medios de
comunicación como un hombre carente de autoridad y determinación, desobedecido
por sus ministros y marginalizado por el protagonismo del Elíseo.
“Irresponsabilidad”, “cacofonía”, “amateurismo”... la
derecha no dejó pasar la oportunidad de descalificar al Gobierno de Jean-Marc
Ayrault y pedir a coro –hasta quince diputados lo hicieron– la dimisión del
ministro de Educación.
Vista desde España, la polémica puede parecer desproporcionada.
A fin de cuentas, Vincent Peillon habló
de “despenalización”, no de
“legalización”, del cannabis. Francia es uno de los países más severos en esta
materia, hasta el punto de que el mero consumo –si bien bastante tolerado en la
práctica– está penado como delito con hasta un año de cárcel y 3.750 euros de
multa.
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