Nicolas Sarkozy ya está en la carrera del Elíseo. Ha sido el último en sumarse. Anoche, finalmente, el presidente francés comunicó oficialmente a la opinión pública su decisión de presentarse a la reelección para un segundo mandato. “No hacerlo sería como un capitán que abandona el barco en plena tormenta”, justificó en una breve entrevista en el canal de televisión TF1, en la que se presentó como el hombre capaz de hacer frente a la crisis y garantizar una “Francia fuerte” –su probable lema de campaña– que proteja a los ciudadanos.
Lejos del profeta de la “ruptura” de hace cinco años, Sarkozy encarnó anoche el candidato de la continuidad. Para proseguir el proceso de reformas, vino a decir, pero siguiendo el camino ya trazado en el 2007: “No se puede hacer todo en cinco años”, alegó. La única novedad expuesta por el presidente en su intervención –aunque ya avanzada en una entrevista el fin de semana pasado en Le Figaro Magazine– fue su voluntad de recurrir, si es reelegido, al referéndum para “devolver la palabra al pueblo”. “Hay muchos franceses que tienen la sensación de haber sido desposeídos del poder por las élites, los sindicatos, los partidos políticos”, razonó. Sus partidarios le quisieron ver sobrio. Pero también pareció apagado, y a la defensiva incluso en algunos momentos.
Sarkozy arranca la carrera con un saco de piedras atada a las piernas. Con un nivel de popularidad bajo mínimos desde hace cuatro años –hasta el punto de haberse convertido en el presidente más impopular de la historia de la V República –, los sondeos de intención de voto le vaticinan desde hace meses, de forma invariable, una derrota sin paliativos frente al candidato socialista al Elíseo, François Hollande.
Las encuestas hechas públicas esta semana otorgan al presidenciable del PS una ventaja de entre cuatro puntos y medio –es el caso de la de Ifop para Paris Match, 30% a 25,5%– y cuatro puntos –28% a 24%, según la de Harris Interactive para VSD– en la primera vuelta. Pero, sobre todo, ambas coinciden en asegurar a Hollande una elección aplastante, humillante incluso, en la segunda vuelta frente a su rival: por 57,5% a 42,5% y 57% a 43%.
El presidente francés pasaría, así, a engrosar la lista de dirigentes políticos europeos caídos por obra y gracia de la crisis. Sólo que, en su caso, el descenso a los infiernos empezó mucho antes: entre finales del 2007 y principios del 2008, cuando las clases populares que le votaron masivamente hace cinco años se sintieron traicionadas por el olvido de sus promesas, así como su comportamiento personal. El problema de Sarkozy no es tanto la crisis como su falta de credibilidad.
La situación es muy diferente a la del 2007, cuando tanto Nicolas Sarkozy –en la derecha– como Ségolène Royal –en la izquierda– consiguieron despertar en sus respectivos campos un ferviente entusiasmo, una fuerte esperanza. Sarkozy, pese a haber sido varias veces ministro con Jacques Chirac, logró incluso la proeza de presentarse como alguien nuevo y defender la “ruptura”. Nada de todo esto existe hoy. Hollande no genera la misma pasión que su ex compañera hace cinco años. Pero tampoco Sarkozy, quien ha sufrido un duro desgaste en el poder. Y su rival concita las esperanza de cambio.
La espectacular recuperación del ultraderechista Frente Nacional (FN), liderado esta vez por Marine Le Pen –la hija del fundador–, a quien los sondeos otorgan entre el 17,5% y el 20% y colocan en tercer lugar, está directamente vinculada a la profunda decepción experimentada por el electorado popular, especialmente los obreros. Hasta el punto de que muchos prefieren votar a Hollande en la segunda vuelta como castigo.
La situación del presidente francés es delicada. En los últimos días ha venido en su ayuda la retirada –una confirmada y la otra inminente– de dos candidatos menores que podían arañarle votos entre el electorado conservador y de centro-derecha: la democristiana Christine Boutin y el centrista Hervé Morin. Pero la diferencia con el FN no es todavía suficientemente amplia como para descartar el riesgo de que Marine Le Pen pueda repetir la hazaña de su padre en 2002, cuando descabalgó al entonces primer ministro socialista Lionel Jospin, y pasar a la segunda vuelta. Esta vez a costa del candidato de la derecha.
El temor a una repetición del Síndrome del 21 de abril explica, en gran medida, el acusado giro a la derecha que Sarkozy ha impuesto a su discurso político desde el pasado fin de semana, resucitando los viejos éxitos del hit parade de la derecha francesa: reivindicación de la autoridad, control de la inmigración, lucha contra la delincuencia, denuncia del fraude a las ayudas sociales, rechazo al matrimonio homosexual y la eutanasia...
No era ésta la estrategia inicial de Sarkozy, determinado no hace muchas semanas a explotar al máximo su condición de presidente de la República , de hombre de Estado y de gobierno con la suficiente experiencia y coraje para sacar a Francia de la crisis. Lo que pasaba por retrasar su declaración de candidatura hasta finales del mes de marzo, como François Mitterrand en 1988. Pero la gran operación mediática organizada a finales de enero-principios de febrero con el anuncio en televisión de un importante plan anti-crisis y la aparición conjunta con la canciller alemana, Angela Merkel se reveló un fracaso.
Sarkozy, en tanto que candidato, entrará hoy mismo en materia con un primer acto electoral en Annecy y un gran mitin organizado el próximo domingo en Marsella. Ayer, pocas horas antes de aparecer en televisión, recibió desde Nueva York, vía Twiter, un apoyo muy especial. Su ex esposa Cécilia le deseaba buena suerte: Good luck!
Sanción fulminante en la UMP por negacionismo
El diputado conservador Christian Vanneste recibió ayer la sanción fulminante de la dirección de su partido, la Unión por un Movimiento Popular (UMP) de Nicolas Sarkozy, por haber negado en una entrevista que los homosexuales franceses hubieran sido víctimas de deportaciones durante la Segunda Guerra Mundial. En sus controvertidas declaraciones –que generaron ayer vivas condenas de toda la clase política francesa–, Vanneste considera probada la represión sufrida por los homosexuales alemanes bajo el régimen nazi, pero no así por los franceses. Es una “famosa leyenda”, afirmó. La dirección de la UMP , a iniciativa de su secretario general, Jean-François Copé, reaccionó inmediatamente retirándole la investidura del partido para las elecciones legislativas del próximo mes de junio –justo después de las presidenciales– y abriendo un expediente para su expulsión del partido. Vanneste, integrado en la corriente de la Derecha Popular –ultraconservadora–, es en cierto modo un reincidente: no por abonar el negacionismo, sino por sus declaraciones homófobas. El diputado atribuyó el castigo al “poder del lobby” homosexual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario