Sin la más mínima sombra de rencor o de reticencia, en un ambiente –por el contrario– cordial e incluso caluroso, el presidente francés y el primer ministro británico aprovecharon la celebración ayer en París de la cumbre anual franco-británica para sellar públicamente su reconciliación entre lisonjas y parabienes. El enfrentamiento de Bruselas, lejos de marcar una inflexión en la relación entre ambas capitales, quedará reducido a un accidente, encerrado en un paréntesis.
Sarkozy y Cameron acordaron buscar un mecanismo de concertación en el seno de la UE entre ambos países –con la participación ineludible de Alemania y, probablemente, también de Italia– para tratar de aproximar posturas en lo posible y, en todo caso, gestionar las diferencias sin que se repita un choque semejante en el futuro. “Europa necesita a Gran Bretaña”, subrayó Sarkozy, consciente de que cada cual tiene unas líneas rojas que no está dispuesto a sobrepasar.
Entre Londres y París hay demasiados intereses comunes como para que sean distorsionados por las divergencias sobre el futuro de la integración europea. Ayer mismo se comprobó con la firma de diversos acuerdos y contratos en materia de defensa y desarrollo de la energía nuclear.
Francia y el Reino Unido acordaron impulsar conjuntamente el proyecto de un nuevo avión de combate teledirigido en el horizonte del año 2030, en el que participarán el grupo británico BAE Systems y el francés Dassault Aviation. El proyecto, así como otro de próxima firma para el desarrollo de un nuevo misil anti-navío, se enmarcan en la perspectiva de un progresiva mutualización de los gastos de defensa, fruto de los acuerdos de Lancaster House firmados en noviembre de 2010. Esta cooperación se ha traducido ya en la creación de un laboratorio común de ensayos nucleares. Más allá de la colaboración en materia de armamento, los acuerdos de Lancaster House han tenido en la exitosa intervención militar franco-británica en Libia, contra el régimen de Muamar el Gadafi, su principal traducción. Ambos países prevén asimismo constituir una fuerza expedicionaria común en 2016.
Las empresas francesas EDF y Areva firmaron también varios contratos para el desarrollo de nuevos reactores nucleares del tipo EPR en Gran Bretaña, el primero de los cuales debe construirse en Hinkley Point.
Cameron se mostró enormemente generoso con su interlocutor, teniendo en cuenta que hace sólo dos meses Sarkozy le increpó en una cumbre europea reprochándole ásperamente haber perdido la oportunidad de callarse. El primer ministro británico, todo miel, no sólo remarcó el excelente momento de las relaciones franco-británicas –“No podrían ser mejores, dijo–, hasta el punto de comparararlas con las del periodo de la Segunda Guerra Mundial, sino que alabó la figura política del presidente francés, de quien confesó “admirar el liderazgo y el coraje” y en cuya cuenta apuntó el éxito de la intervención militar conjunta en Libia.
El líder tory, siguiendo los pasos de la canciller alemana, Angela Merkel, llegó incluso a manifestar a Sarkozy su apoyo cara a las próximas elecciones presidenciales francesas. “Quiero desear buena suerte a mi amigo en su batalla electoral”, afirmó para satisfacción del presidente francés.
Tanta entrega no se explica únicamente por afinidades políticas o intereses estratégicos. Hay también, detrás, motivos personales. El primer ministro británico desveló parcialmente el porqué de esta proximidad en un reciente encuentro en Londres con ministros y empresarios franceses. Cameron confió a sus interlocutores –según explicó el semanario económico Challenges el pasado 26 de enero– que el presidente francés se había preocupado personalmente, en septiembre de 2010, de alertar al premier británico del agravamiento del estado de salud de su padre –hospitalizado en Toulon– y empujarle a tomar el avión lo más rápidamente poible. “Debo a Nicolas haber podido volver a ver a mi padre antes de su muerte”, explicó. A veces, no todo es política.
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