El 31 de julio
de 1914, mientras Europa avanzaba con determinación hacia la hecatombe de la
Primera Guerra Mundial, nacía en Courbevoie –en la periferia oeste de París–
Louis de Funès, probablemente el mayor cómico francés de todos los tiempos.
Francia celebra hoy el centenario de su nacimiento elogiando de forma unánime
el genio cómico de un actor que arrastró al cine a millones de espectadores de
varias generaciones. Pocos saben, sin embargo, que Louis de Funès, que tan
magistralmente encarnó el arquetipo del francés gruñón –“Je râle,
donc je suis” (Protesto, luego existo)– era de origen español.
Luis de Funes y de Galarza era su verdadero nombre. Sus
padres, pertenecientes a la alta burguesía, no se trasladaron a Francia por
motivos económicos ni políticos. Sino por amor. Para hacer posible una unión
condenada por la familia. En aquella época, principios del siglo XX, si se
exceptúan artistas e intelectuales, los españoles que se trasladaban a Francia
lo hacían por otros motivos. Eran, en general, campesinos pobres, que acudían a
trabajar como jornaleros en el campo o como obreros sin cualificación en la
industria. La mayoría se asentaba en el sur de Francia. El caso De Funès, si no es muy representativo, ilustra en
cambio cómo los hijos y nietos de españoles se han ido instalando, con los
años, en todos los ámbitos y estamentos de la sociedad francesa. Hasta destacar
con luz propia.
Louis de Funès no es, por cierto, un caso único en la
industria del cine y del espectáculo. Ahí está, por ejemplo, el celebrado Jean
Reno –en sus documentos de identidad, Juan Moreno–, de origen gaditano y nacido
en el antiguo Protectorado francés, como la actriz y realizadora Nicole Garcia,
hija de un modesto comerciante español. Apellidos hispanos pasean también por
los títulos de crédito los actores Olivier Martinez y Vincent Perez –que aunque
nacido en la ciudad suiza de Lausana, ha hecho su carrera en Francia–. En la
música, una de las cantantes más populares ostenta el nombre artístico de
Olivia Ruiz, apellido que rescató de su abuela, quien–como tantos republicanos
españoles– pasó por el indigno campo de concentración de Argelès-sur-Mer.
Hijo de un anarquista catalán refugiado era también Raymond
Domenech, ex entrenador de la selección francesa de fútbol, un puesto que antes
ocupó otro español. Michel Hidalgo. En el mundo del fútbol hay aún otras
figuras, como Luis Fernández –ex entrenador del PSG– y Mathieu Valbuena, que
juega estos días en Brasil representando a Francia.
La Guerra Civil empujó a miles de españoles al otro lado de
los Pirineos. La emigración española a Francia, sin embargo, viene de antes. El
primer gran salto se produjo en los años veinte, alentado por la necesidad de
mano de obra derivada de la Primera Gierra Mundial. Y se disparó en la época
dorada llamada los 'Treinta gloriosos', sobre todo en los
cincuenta y sesenta. En 1968, los españoles llegaron a 607.000 y constituían la
primera nacionalidad extranjera (una cifra que resultaría diezmada después a
causa de la crisis del petróleo)
La mayoría encontraron empleo en la agricultura y la
industria del automóvil, la siderurgia y la construcción. En general, vivían
precariamente. Algunos, en barracas, en el departamento de Sena-San Denís, al norte
de París. Otros, en esas minúsculas habitaciones –'chambres de
bonnes' (habitaciones de criadas)– que se apiñan en el último piso de
los edificios señoriales de la capital. Una película reciente –"Les
femmes du 6e étage"– recuerda esa época. La misma en la que el
selecto y burgués distrito XVI de París era conocido como el “distrito de los
españoles”, porque españoles eran –como después serían portugueses– sus
conserjes.
La familia de la nueva alcaldesa de París, la gaditana Anne
Hidalgo –llegada a Francia con dos años–, forma parte de esa historia. El
padre, electricista, se llevó en 1961
a toda su familia a Lyon, donde trabajó para la empresa
Electrifil. Su elección, como la llegada del barcelonés Manuel Valls a
Matignon, han hecho visible la emergencia de toda una generación. La
trayectoria del nuevo primer ministro, sin embargo, es diferente. Su padre, el
pintor Xavier Valls (1923-2006), se instaló en París en busca de un ambiente
más propicio para desarrollar su obra figurativa, lejos de las capillas
artísticas de Barcelona, que le asfixiaban. “Un día –ha explicado– en la
escuela rellenamos un formulario en el que preguntaban la profesión del padre.
La maestra vino después a decirme que no debía avergonzarme de tener un padre
pintor...”. De brocha gorda, se entiende. En los sesenta, la sociedad francesa
no concebía que los españoles no fueran pobres de solemnidad.
Hoy, esta percepción ha cambiado radicalmente. Y a nadie
sorprende, por ejemplo, que sea también un francés de origen español, Jean-Luc
Martinez, el director del Museo del Louvre. Que el consejero diplomático del
presidente François Hollande, Paul-Jean Ortiz, y el portavoz del Quai d’Orsay,
Romain Nadal, tengan el mismo origen. Que la presidenta de Havas Worldwide se
llame Mercedes Erra; el director delegado de la Société Générale, Bernardo
Sánchez Incera, o el director general adjunto de Hermès, Patrick Albaladejo...
Que Frédéric Lopez conduzca alguno de los programas más valorados de la
televisión –'Rendez-vous en terre inconnue', 'La parenthese inattendue'–, o que el informativo de mayor
audiencia de la TV pública, France 2, esté dirigido por otro barcelonés, David
Pujadas...
Una bonita revancha. Aunque con un peaje: de españoles,
todos ellos tienen ya muy poco. Sus raíces, sus apellidos, su lengua –y no
siempre– es lo único que conservan. Si algo son, es esencialmente
franceses.
Nacida en Sabadell en 1954 y llegada a Francia de niña,
Mercedes Erra encarna el modelo republicano de integración, que tiene en la
escuela –hoy, enfrentada a graves problemas– la clave del ascenso social.
Presidenta ejecutiva de la multinacional de la publicidad y la comunicación
Havas Worldwide y fundadora de una de sus filiales, BETC, es hoy una de las
empresarias francesas más influyentes. Sus orígenes le llevaron a aceptar en el
2010 la presidencia del consejo de administración del Museo de la Inmigración.
- ¿Por qué un museo
- Francia se ha construido con la inmigración, como
Estados Unidos. Una cuarta parte de los franceses procede de la inmigración y
eso si nos remontamos únicamente a los abuelos. Hoy más que nunca es necesario
un lugar así, donde se explique la aportación de la inmigración a la
construcción del país. El modelo de integración francés, no comunitario,
implica que uno puede devenir francés sin ser francés de pura cepa.
- ¿No le molesta esta expresión, “de pura
cepa”?
- No, para nada. Lo importante es ser francés. Lo
importante es aceptar la diversidad. Y compartir un zócalo de valores comunes.
Para ser francés no es necesario haber nacido en Francia, eso hay que repetirlo
obstinadamente. El museo combate la demagogia.
- ¿Qué significa para usted tener a dos españoles,
Manuel Valls y Anne Hidalgo, como primer ministro y alcaldesa de
París?
- Es una demostración de que la integración
funciona. ¡Y de que lo conseguimos! Yo me siento muy próxima de Valls, mi
historia es también la suya.
- ¿Cómo vivió su llegada a Francia?
- Yo tenía seis años. Tuve que aprender francés
–lengua de la que acabé siendo profesora–, tuve que luchar en la escuela, donde
se burlaban de mi acento y de mi nombre. Eso forja el carácter. La diferencia
puede ser una oportunidad. El confort no siempre construye y yo tuve la suerte
de tener que batirme. Moverse, cambiar de país, ayuda a relativizar las cosas,
te hace más tolerante. El movimiento, el cambio, han estructurado mi vida,
mucho más que el hecho de haber nacido en Catalunya.
- ¿Mantiene vínculos con su tierra de
origen?
- Sí. Mis padres regresaron y viven en Orrius. Yo
me siento muy catalana y muy francesa a la vez. No hay que simplificar a la
gente. Yo no estoy por la separación, todo esto me fatiga, no comprendo nada...
Yo estoy por Europa.