jueves, 7 de noviembre de 2013

La rebelión de los 'gorros rojos'

Nada consigue apagar la cólera de la Bretaña. Ni la decisión del Gobierno francés de suspender la polémica ecotasa –nuevo impuesto que a partir del 1 de enero iba a gravar el consumo de carburante por parte de los camiones de transporte de mercancías–, ni la apertura de un proceso de negociación con todos los interlocutores políticos, económicos y sociales para poner en pie un plan de futuro para la región, han logrado superar el malestar y la desconfianza de los bretones, determinados a proseguir su movilización. La revuelta de la Bretaña, particularmente delicada para el presidente francés, François Hollande –por tratarse de un feudo de los socialistas–, va camino de escapársele de las manos.

La nutrida manifestación del sábado pasado en Quimper, con la participación de entre 15.000 y 30.000 personas, ataviadas con gorros rojos –símbolo que evoca la revuelta de 1675 contra los impuestos del rey Luis XIV–, demostró ya que los primeros gestos conciliadores del primer ministro, Jean-Marc Ayrault, habían caído en saco roto. Los numerosos incidentes registrados desde entonces –enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, asaltos a prefecturas y subprefecturas, destrucción de una docena de pórticos y bornes instalados en las autopistas para controlar a los camiones por la ecotasa– lo han confirmado. Ayrault prometió ayer mano dura contra los autores de actos de violencia, pero lo cierto es que hasta el momento no ha habido ninguna detención.

El problema principal, para el Gobierno, no es la acción de algunos grupúsculos más radicalizados, sino la pervivencia de una fuerte contestación de fondo. Ayer, en medio de una fuerte tensión, la reunión que se llevó a cabo en la Prefectura de Rennes para abordar el citado pacto por la Bretaña fue boicoteada por dos de los principales dirigentes de la protesta: el alcalde de Carhaix, Christian Troadec, un independiente de derechas y con un discurso autonomista, líder del movimiento de los gorros rojos, y Nadine Hourmant, delegada del sindicato Fuerza Obrera (FO) en Doux –el principal grupo europeo de producción de pollo, actualmente afectado por un plan de reducción de plantilla–. Ambos habían impuesto dos ultimátums inaceptables para el Gobierno: retirar definitivamente la ecotasa y suspender todos los despidos.

El perfil de ambos líderes refleja la diversidad y multiplicidad de intereses que confluyen en este movimiento de contestación, al frente del cual también figuran Thierry Merret, histórico dirigente de la organización agrícola FDSEA; Pierre Balland, presidente de la rama regional de la patronal Medef, y Marc Le Fur, diputado de la unión por un Movimiento Popular (UMP). La crisis económica –en particular, de la potente industria agroalimentaria–, la sucesión de planes sociales y de cierres de empresas, el consecuente aumento del paro y el incremento de le presión fiscal han acentuado entre los bretones –con un sentimiento peninsular muy arraigado de vivir en un rincón de Europa– la sensación de haber sido olvidados por París y abandonados a su suerte.

Poco audible todavía, entre las reivindicaciones cruzadas –y a veces contradictorias– que los diferentes actores están poniendo sobre la mesa está la de obtener una mayor poder competencial y presupuestario para la región. El alcalde de Carhaix, que se mira en el espejo de las comunidades autónomas españolas, es uno de sus principales impulsores. No es casual, pues, que el lema de la manifestación de Quimper fuera “Para vivir, trabajar y decidir en Bretaña”... Una especie de derecho a decidir a la bretona.


Un contrato bajo sospecha

La polémica sobre la ecotasa tiene otra vertiente escandalosa. La fiscalía de Nanterre (región de París) decidió ayer reabrir la investigación sobre el contrato firmado en su día por el Estado francés –en la época de Nicolas Sarkozy– y la empresa Ecomouv’ para la gestión de la ecotasa, que había sido archivada el mes pasado. Este cambio ha venido dado por la aparición de nuevos elementos que podrían dar a entender que hubo trato de favor. El contrato, firmado en el 2011, atribuye a la empresa –participada por la italiana Autostrade y las francesas Thales, SNCF, SFR y Steria– una remuneración de 250 millones al año por ocuparse de la gestión de la ecotasa, lo que equivale al 20% de los ingresos previstos. El propio presidente de la UMP, Jean-François Copé, lo ha juzgado “aberrante”.







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