La calle está
que arde en Francia. Y los focos del incendio son múltiples. Tantos, que las
llamas amenazan con descontrolarse. Maestros, policías, artesanos,
agricultores, trabajadores de empresas privadas en crisis, monitores
infantiles, inspectores del permiso de conducir, por no hablar del movimiento
de los “gorros rojos” en Bretaña... la lista es interminable. No pasa un día
sin que uno o varios sectores sociales se declaren en huelga, salgan a la calle
a expresar airadamente su protesta –contra los impuestos, contra la falta de
recursos, contra los cierres empresariales– y en algunos casos adopten
actitudes vandálicas o violentas, como ha sucedido con la destrucción de varios
pórticos de la ecotasa. Una reciente nota confidencial de los prefectos
remitida a las más altas instancias del Estado advierte que el sentimiento de
cólera está ganando de forma inquietante a los franceses y alerta del riesgo de
una “explosión social”.
El diagnóstico de los prefectos –un cargo equivalente al de
los antiguos gobernadores civiles en España– es altamente preocupante para el
presidente francés, François Hollande, y su Gobierno, que aparecen a ojos de la
opinión pública como impotentes para remontar la crisis y combatir el paro, y
cuya política económica es ampliamente contestada. Que los maestros de escuela,
un bastión tradicional de los socialistas, vayan a la huelga –en este caso
contra la reforma de los ritmos escolares– indica hasta qué punto la
desconfianza es general.
“Frente a la acumulación de malas noticias, reina un clima
doloroso, un sentimiento de abatimiento que impide proyectarse en un futuro
mejor. En este terreno prosperan los fermentos de una eventual explosión
social”, indica la nota, remitida el pasado 25 de octubre al Ministerio del
Interior y al Elíseo, y revelada ayer por Le Figaro. Los
prefectos constatan “en todo el territorio” síntomas de “una sociedad camino de
la crispación, de la exasperación y de la cólera”, en la que la “contestación a
la acción gubernamental” constituye el eje unificador.
La principal causa de rechazo, subraya la nota, es la
presión fiscal. Detrás de muchas de las protestas –en particular, la de
Bretaña, pero también la de los artesanos y otros profesionales– está el
aumento de los impuestos, que ha sido hasta ahora el eje de la política de
ajuste del Gobierno francés. Y que alcanzará definitivamente a todos los franceses
el 1 de enero con el aumento del IVA.
La implantación de la nueva ecotasa ha sido, en el caso de
Bretaña, la chispa que ha encendido la protesta, ya cebada por la crisis de la
industria agroalimentaria. Pero el movimiento está lejos de quedar
territorialmente limitado a la península bretona. Los prefectos constatan un
malestar social creciente en una veintena larga de departamentos.
El malestar por la presión fiscal se une a la inquietud y la
irritación causada por el cierre de empresas –en el último año ha habido un
millar de expedientes de regulación de empleo– y el aumento del paro, lo que
hace una combinación explosiva. Esta mezcla de “descontento y resignación” está
detrás, según los prefectos, de periódicos estallidos de cólera espontáneos,
que nacen y evolucionan al margen de movimientos sociales estructurados y, en
muchos casos, de los sindicatos. Y que hace que las protestas se lleven a cabo
cada vez más “ a través de acciones más radicales”.
Frente a ello, la clase política y las instituciones parecen
incapaces de insuflar confianza. Empezando por el propio François Hollande,
cuya credibilidad está literalmente por los suelos. Las últimas encuestas de
popularidad del presidente francés marcan constantemente nuevo récords a la
baja, con apoyos del orden del 20-21%, que algunos sondeos –como el hecho
público ayer por YouGov para The Huffington Post y el
canal de televisión i>TELE– bajan incluso al 15%. Según este estudio, la desconfianza
habría ganado al 49% de sus propios votantes, que tendrían una opinión negativa
sobre él.
El politólogo Stéphane Rozès, presidente de la sociedad CAP,
sostenía ayer en Le Nouvel Observateur que el problema
de Hollande no es tanto que su autoridad sea contestada, sino que, por el
contrario, lo franceses le reclaman que la ejerza. “El jefe del Estado debe a
la vez tomar altura presidencial, para recuperar autoridad, y explicar a los
franceses por qué se les pide esfuerzos importantes”, sostiene Rozès. Hasta
ahora, Hollande no ha sabido explicar a los ciudadanos hacia dónde dirige el
país, mientras su discurso optimista aparece desconectado de la realidad
cotidiana.
Fruto de este tenso ambiente social, va ganando terreno la
reclamación de una disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de
elecciones, que según un sondeo de Opinion Way apoyan ya el 39% de los
franceses.
Cuando la realidad da la espalda
Los clubes franceses de
fútbol profesional decidieron ayer aplazar –a una fecha todavía
indeterminada– la huelga que habían convocado para el fin de semana del 30 de
noviembre y 1 de diciembre en protesta por el impuesto del 75% sobre las rentas
superiores a un millón de euros anuales. Es probablemente la única buena
noticia que recibió ayer François Hollande, sometido a un día aciago.
“La recuperación ya está aquí”, “invertiremos la curva de
paro antes de final de año”... Afirmaciones de este tipo lleva meses
pronunciándolas el presidente francés, tratando en vano de transmitir confianza
a los ciudadanos sobre la mejora de la situación económica y la salida de la
crisis. La realidad cotidiana de los franceses está muy alejada del optimismo
presidencial. Los fríos datos macroeconómicos, según se vió ayer, también.
El mensajero de las malas noticias fue de nuevo el Instituto
Nacional de Estadística y Estudios Económicos (Insee), que anunció que el paro
volvió a aumentar en el tercer trimestre con la pérdida de 17.000 empleos en
los sectores mercantiles (fuera de la agricultura), lo que eleva el total de
puestos de trabajo perdidos en los últimos 12 meses a 107.700. El índice de
paro, que no ha sido actualizado desde hace unos meses, se situaba ya en el
segundo trimestre en el 10,9% y nada indica que, a pesar de los esfuerzos del
Gobierno con la extensión de los empleos subvencionados, se pueda invertir la
tendencia antes de que acabe el año.
La mejora no vendrá, desde luego, de la evolución de la
economía. Según el mismo Insee, el Producto Interior Bruto (PIB) se contrajo en
el tercer trimestre en un -0,1%,lo que contrasta fuertemente con el sensible
aumento (+0,5%) registrado en el segundo trimestre. El ministro de Economía,
Pierre Moscovici, salió de nuevo a relativizar la importancia de este tropiezo
e indicó que el Gobierno mantiene su previsión de acabar el año con un saldo
positivo del +0,1%. Fuera de la recesión, por tanto, pero muy lejos de un nivel
de crecimiento que permita crear empleo.
El informe del Insee es negativo prácticamente en todos los
capítulos. Así, en el tercer trimestre la producción de bienes y servicios
retrocedió un -0,3%, el consumo de las familias se mantuvo positivo pero su
crecimiento (del 0,2%) fue menor que en meses anteriores, la inversión se
contrajo (-0,6%) y las exportaciones siguieron su marcha atrás (-1,5%)
Las exportaciones... He aquí el talón de Aquiles de Francia,
que en los últimos años ha visto cómo se agrandaba la diferencia de
competitividad respecto a los países más pujantes de Europa –con Alemania a la
cabeza– y que se enfrenta ahora a la nueva competencia de los países del sur
del continente –España, entre ellos–, que a consecuencia de las reformas
emprendidas han empezado a ganar cuotas de mercado.
Un informe de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) centrado en Francia –elaborado a petición de Elíseo
meses atrás y hecho público ayer– dibuja un sombrío panorama sobre los
problemas de competitividad del país. Entre las “debilidades económicas” que
lastran el crecimiento, la OCDE destaca el desigual nivel de educación, la deficiente
formación profesional –a pesar de destinar 32.000 millones de euros–, el exceso
de reglamentación, el peso de la fiscalidad sobre las empresas y el coste del
trabajo.
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