"Se vende Equipo de
Francia. Precio: 1 euro. Para sus trabajos de jardinería y tareas
domésticas. Visto el salario que reciben, trabajarán gratuitamente”. El
anuncio, sin duda colgado por un aficionado encolerizado, apareció en un
popular sitio web francés de pequeños anuncios –Le Bon
Coin– al día siguiente de la humillante derrota de la selección
francesa de fútbol frente a Ucrania, el pasado viernes, en el partido de ida de
la eliminatoria para el Mundial de Brasil.
Caídos por un contundente 2-0, los bleus se juegan hoy su último cartucho para calificarse
en el partido de vuelta en el Stade de France, ante el escepticismo general de
una afición que los aborrece. Si fracasan, tendrán el dudoso honor de repetir
el fiasco de la selección de Gérard Houllier hace justo ahora veinte años,
eliminada del Mundial de 1994 de Estados Unidos el 17 de noviembre de 1993 por
el equipo de Bulgaria. El actual seleccionador, Didier Deschamps, lo recuerda
muy bien, porque jugó ese aciago partido como centrocampista con el dorsal
número 7.
Los miembros del equipo dicen haberse conjurado para sacar
esta vez lo mejor de sí mismos. Pero visto lo visto el pasado viernes en Kiev,
las esperanzas son más bien magras. Frente a Ucrania, los bleus mostraron sus más acendrados defectos:
desmotivación, indolencia, individualismo enfermizo... Que es justo lo que los
franceses les reprochan.
En un sondeo realizado por el instituto BVA y publicado el
mes pasado por Le Parisien, la mayoría de los franceses
considera que a los jugadores de la selección se les paga demasiado (86%) y los
juzga individualistas (84%) y groseros (73%), mientras que sólo una minoría los
ve con talento (9%) y con apego a la camiseta (8%). Más de ocho franceses sobre
diez (82%) tienen una “mala opinión” de los bleus y la
mayoría (54%) cree –creía ya antes del encuentro con Ucrania– que no lograrán
la clasificación...
El presidente de la Federación Francesa de Fútbol (FFF),
Noël le Graët, descalificó la encuesta asegurando que se trataba de una
“estafa”. Pero estafa es lo que sienten los franceses desde el desdichado papel
que los bleus –huelga en el entrenamiento incluida–
hicieron hace tres años en el Mundial de Sudáfrica y su mediocre participación
en la Eurocopa del año pasado. Desde entonces, aparte de golear a Australia
(6-0 el pasado 11 de octubre), no han hecho gran cosa.
En el partido de ida contra Ucrania falló todo. De entrada
el ariete y líder indiscutible del equipo, Franck Ribéry, completamente
neutralizado por la defensa ucraniana. Y para continuar, la dirección del juego
sobre el terreno: Samir Nasri, que asumió esta responsabilidad por la presión
de Ribéry –que convenció a Deschamps–, hizo aguas por todas partes. Es muy
probable, en consecuencia, que hoy regrese al once titular el “pequeño” Mathieu
Valbuena, que hasta ahora había ejercido esta función.
El partido de hoy es crucial para la selección, pero también
para el estado de ánimo de un país que está hundido en el más negro pesimismo y
donde la exasperación se ha convertido en el estado de ánimo más compartido.
“El equipo de Francia es un poco el reflejo de la sociedad: cuando sus
resultados son buenos, eso aumenta la autoestima y estimula el entusiasmo
colectivo, pero si son malos se ve en ello un signo suplementario de declive”,
observaba ayer Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones
Internacionales y Estratégicas (IRIS) y especialista –por vocación– en
“geopolítica del deporte”.
Los bleus han prometido a los 64
millones de franceses sacar de dentro toda la rabia de la que son capaces para
realizar hoy la hazaña de clasificarse. Los franceses, hartos de palabras, los
observan con incredulidad, cuando no con animadversión. “Estoy contento, porque
en el Mundial podré apoyar al equipo de España”, dice con una sonrisa ladeada
Jean-Pierre, de la carnicería Foch, mientras hunde con rabia su cuchillo en un costillar
de cordero.
–¿No espera que Francia gane a Ucrania el partido de vuelta?
–No lo espero y no quiero. No se lo merecen– zanja.
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