Del viejo
Oradour-sur-Glane sólo quedan las piedras y las carcasas calcinadas de
algunos vehículos. Eso y un opresor silencio. Todo fue incendiado, arrasado, el
10 de junio de 1944, día trágico en el que fuerzas de la II División de panzers
SS Das Reich cometieron el peor crimen perpetrado en Francia durante la Segunda
Guerra Mundial, masacrando a 642 personas, entre hombres, mujeres y niños.
Desde entonces, las ruinas intactas de este pueblo del Limousin son un símbolo
de la barbarie humana.
Por primera vez en 69 años, un dirigente alemán, el
presidente federal Joachim Gauck –en visita oficial de Estado a Francia–,
acudió ayer al lugar de la tragedia para rendir homenaje a las víctimas y
reconocer la culpabilidad alemana. Su presencia junto al presidete francés,
François Hollande –ambos, con las manos entrelazadas– y uno de los tres únicos
supervivientes aún vivos de la masacre, Robert Hébras, de 88 años, en la
antigua iglesia del pueblo, selló un nuevo peldaño de la reconciliación
franco-alemana, ofreciendo una imagen de un simbolismo equivalente al
protagonizado por Helmut Kohl y François Mitterrand en 1984 en el campo de
batalla de Verdún.
“Este crimen bárbaro y atroz fue cometido por soldados bajo
mando alemán. Por eso es doloroso para todo alemán venir aquí, hayan pasado los
años que hayan pasado”, declaró en su discurso el presidente germano, quien
dijo aceptar “como un regalo” la invitación a visitar el lugar. Joachim Gauck
confesó su “espanto profundo” por “la considerable culpabilidad asumida por los
alemanes” y dirigiéndose a los supervivientes, les prometió: “Comparto vuestra
amargura por que los culpables no hayan tenido que rendir cuentas. Esta
amargura es la mía, la llevaré a mi país y no quedaré callado”.
La fiscalía de Dortmund abrió en el 2011 una investigación
oficial por crímenes de guerra sobre la masacre después de que se hallaran
nuevos documentos al respecto en los archivos de la Stasi –la antigua policía
política de la Alemania de Este–, según los cuales uno de los oficiales SS había
proclamado: “La sangre debe correr”. Hasta ahora han sido identificados seis
soldados vivos de la Das Reich, todos ellos octogenarios, pertenecientes a la
compañía que perpetró la matanza. Pero no está claro que la instrucción
desemboque en un juicio. François Hollande recordó ayer que Francia nunca logró
que los mandos de las SS implicados fueran extraditados.
El 7 de junio de 1944, un día después del desembarco aliado
en Normandía, la II División de panzers SS Das Reich –tristemente célebre por
las atrocidades cometidas en el frente del Este–, recibió la orden de
desplazarse hacia el norte desde su base en Montauban, cerca de Toulouse. Su
camino acabaría regado de cadáveres. En Tulle –población de la que Hollande fue
alcalde–, el día 8 las tropas de la Das Reich, en represalia por la acción de
la Resistencia, colgaron de los árboles de la población a 99 hombres y
deportaron a otros 200 a
campos de concentración en Alemania.
Al día siguiente, poco después de las dos de la tarde, la
tercera compañía del regimiento Der Fürher de la división entró en
Oradour-sur-Glane y exigió que todo el pueblo fuera agrupado. Primero separó a
los hombres, 190, que condujo a granjas próximas para ametrallarlos. A las
mujeres –245– y los niños –207–, los metieron en la iglesia, cerraron la
puertas y lanzaron al interior granadas incendiarias. Los que intentaban salir
fuerron ametrallados. Sólo seis personas sobrevivieron. Algunos de los verdugos
eran soldados alsaciones –franceses, por tanto–, enrolados a la fuerza por Hitler
en la Wehrmacht.
No está claro por qué motivo los nazis se cebaron en
Oradour-sur-Glane, donde el maquis no había tenido ninguna actividad. El
historiador británico Antony Beevor sostiene la hipótesis de que se equivocaron
de objetivo, al tratar de vengar la muerte de su comandante, asesinado en
Oradour-sur-Vayres, no lejos de allí.
François Hollande rememoró ayer los hechos subrayando que
“sólo la verdad funda la reconciliación” y agradeciendo al presidente alemán su
presencia: “Usted es la dignidad de la Alemania de hoy, capaz de mirar a la
cara a la barbarie nazi de ayer”. En un discurso solemne, el presidente francés
glosó la reconciliación franco-alemana –“Es un desafío a la historia y un
ejemplo para le mundo entero”, dijo– y a los jóvenes les reclamó un compromiso
decidido por el proyecto europeo: “La paz, como la democracia, no son algo
adquirido, todo se conquista y se reconquista en cada generación”,afirmó.
Hollande aprovechó la ocasión –la tentación era demasiado
grande– para hacer un paralelismo implícito con la situación en Siria. “Nuestra
presencia aquí es la promesa de rechazar lo inaceptable allí donde se
produzca”, dijo. Y añadió: “El grito (de Oradour-sur-Glane) aún lo escucho, y
lo escucharé siempre mientras haya masacres en el mundo”.
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