miércoles, 11 de septiembre de 2013

Protesta a medio gas

El pulso planteado por una parte de los sindicatos franceses y la extrema izquierda a François Hollande por la reforma de las pensiones, a priori la reforma potencialmente más conflictiva de su mandato, no pudo empezar mejor para el presidente francés. Los cuatro sindicatos convocantes de la jornada de protesta de ayer, la primera de una campaña que en principio se presume larga –entre ellos la CGT y Fuerza Obrera (FO)–, consiguieron una movilización más que discreta.

Las 170 manifestaciones organizadas en todo el país sólo reunieron a entre 155.000 y 360.000 personas –según los datos contradictorios de la policía y los organizadores– y los paros previstos en el sector público, gracias a los servicios mínimos pero también a una débil participación, apenas tuvieron repercusión. “Los franceses están contra esta reforma, no hay que engañarse, la movilización está en las cabezas”, se consoló el líder del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon. Los sondeos, en efecto, señalan que el 56% de los ciudadanos rechaza la reforma...

Las razones de este primer fracaso –que no presupone la evolución de las protestas en el futuro– son diversas. De entrada, la reforma ha sido pactada con una parte de los sindicatos, particularmente la CFDT, y el Gobierno ha evitado los principales escollos que podrían haber generado una protesta más activa: no toca la situación de los funcionarios ni tampoco los regímenes especiales de las grandes corporaciones públicas. Por otro lado, los franceses parecen bastante resignados después de la experiencia de hace tres años: la reforma de las pensiones aprobada en el 2010 por Nicolas Sarkozy –que elevó de 60 a 62 años la edad legal de jubilación– generó una potentísima movilización, con una decena de jornadas de protesta que pusieron el país patas arriba, y sin embargo acabó siendo aprobada.

En la reforma actual, los socialistas han evitado tocar la edad legal de jubilación –de la que hicieron un caballo de batalla hace tres años– y han introducido algunas mejoras caras a los sindicatos en materia de reconocimiento de los empleos penosos y el trato que reciben los trabajadores con contratos parciales, generalmente las mujeres, a la hora de calcular la pensión de jubilación.

El Gobierno de Hollande ha optado, en cambio, por alargar el periodo de cotización exigido para poder cobrar la pensión completa, que pasará progresivamente de 41,5 años –cifra a la que se debe llegar en el 2020, según la reforma de Sarkozy– a los 43 años en el 2035. Éste es el aspecto más contestado y el que ha empujado a algunos sindicatos a oponerse a la reforma. Pero sin una gran beligerancia. Así la CGT, no pide la retirada de la reforma y sólo reclama algunas modificaciones.

Para ahorrarse una gran protesta social, la reforma de Hollande se queda a medias. A través de un aumento moderado de las cotizaciones, el Gobierno logrará cubrir el déficit previsto en el régimen general –7.300 millones en el 2020–, pero eso sólo representa un tercio del déficit total.





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