François
Hollande se ha quedado solo, muy solo, en la crisis siria. Fuera y dentro. Sin
aliados en Europa después de la inesperada defección del Reino Unido –que se
añadió al distanciamiento de todos los demás, Alemania, Italia, España,
Polonia...–, el presidente francés se encuentra ahora con un aliado dubitativo
al otro lado del Atlántico y en la difícil tesitura de tener que depender del
voto del Congreso de Estados Unidos para decidir una intervención militar que
Francia es incapaz de liderar y aún más de llevar a cabo en solitario.
Mientras, las dudas y la oposición crecen en el interior, donde la presión para
que una intervención en Siria sea sometida al voto del Parlamento aumenta en
proporción a la hostilidad de la opinión pública.
El voto negativo del Parlamento británico y la sorprendente
decisión de Barack Obama de dar la última palabra al Congreso norteamericano
han cambiado completamente las cartas. Hollande, el dirigente político
occidental que con más contundencia y celeridad propuso una acción militar
punitiva para castigar al régimen de Bachar el Asad por utilizar armas químicas
contra su propia población, se ha visto obligado a echar el freno y a tratar de
reforzar la legitimidad política de la intervención. A falta de una resolución
del Consejo de Seguridad de la ONU, imposible por el bloqueo de Rusia, su única
salida es tratar de armar una coalición internacional lo más amplia posible y
lograr la adhesión de los franceses. Dos tareas a cual más difícil.
A nivel interior, Hollande se enfrenta a una opinión pública
claramente refractaria: el 64% de los franceses –según un sondeo de BVA hecho
público el fin de semana– son contrarios a una intervención francesa en Siria.
Una proporción similar a la que generó en el 2011 la acción en Libia y que
sería fácilmente salvable si existiera la misma unanimidad política que suscitó
entonces la intervención contra el régimen del coronel Muamar el Gadafi.
Pero la unanimidad que concitó la acción en Libia –como la
de Mali, el pasado mes de enero–, no se da en el caso de Siria. Numerosas con
las voces políticas que cuestionan la conveniencia y legalidad de una acción de
este tipo, además de subrayar sus peligros. Y que , al calor de lo sucedido en
el Reino Unido y EE.UU, presionan para que el Parlamento se pronuncie sobre el
asunto,
El Parlamento francés ha sido convocado de forma
extraordinaria para debatir la crisis siria mañana, miércoles, pero el debate
no debe concluir en ninguna votación. El presidente de la República no precisa
de la autorización de las cámaras para ordenar una intervención militar en el
exterior: la Constitución francesa sólo obliga al Gobierno a informar en un
plazo de tres días después de iniciada la operación y únicamente está obligado
a solicitar la autorización si excede los cuatro meses. Hollande no pidió
permiso para intervenir en Mali, del mismo modo que Nicolas Sarkozy no lo hizo
tampoco en Libia.
Los partidarios de que se vote –tanto entre la oposición
como entre la mayoría gubernamental– recuerdan que, bajo la presidencia de François
Mitterrand, el primer ministro Michel Rocard sometió a la Asamblea Nacional en
1991 la participación de Francia en la primera guerra del Golfo... Y que el
propio Hollande pidió votar –sin éxito– cuando la guerra de Iraq en el 2003, a la que Francia se
opuso. La derecha no sabe a qué carta quedarse y algunos de sus máximos
dirigentes –como el presidente de la UMP,Jean-François Copé– eluden reclamar el
voto en aras del respeto al equilibrio de poderes establecido en la V
República. Pero Hollande, en cuyas manos está la decisión, podría someter el
asunto al Parlamento una vez reunida una coalición presta a intervenir. El
primer ministro, Jean-Marc Ayrault, no lo excluyó ayer tarde.
El jefe del Gobierno reunió en Matignon a los presidentes de
las Asamblea Nacional y el Senado, así como a los líderes de las fuerzas
políticas parlamentarias para tratar de convencerles de la necesidad de
intervenir en Siria. Ayrault mostró documentos de los servicios secretos
franceses –desclasificados a tal efecto, aunque no hechos públicos– que
demostrarían la responsabilidad del régimen de Asad en la matanza con armas
químicas perpetrada en Damasco el 21 de agosto.
Según una nota informativa conjunta de la Dirección General
de Seguridad Exterior (DGSE) y la Dirección de Información Militar (DRM), el
ataque del 21 de agosto, con el “empleo masivo y coordinado de agentes químicos
contra la población” partió de zonas controladas por el régimen y tuvo como
objetivo zonas enteramente en manos de la oposición. Su nivel de sofisticación
tecnológica, añade, está en manos del Estado sirio pero no de los rebeldes. El
espionaje francés da por hecha la muerte de 281 personas, pero sin descartar
que puedan haber sido muchas más (Estados Unidos estimó 1.429 muertos)
Los dirigentes de la oposición aceptaron como buenos los
argumentos del Gobierno, pero siguieron poniendo en cuestión la legalidad de la
intervención respecto al Derecho Internacional.
En medio de este debate, Bachar el Asad amenazó ayer
directamente a Francia con represalias en caso de un ataque. En una entrevista
concedida al diario francés Le Figaro –y de la que
fueron avanzados algunos extractos–, el líder sirio advierte seriamente que “en
la medida en que la política del Estado francés es hostil al pueblo sirio, esta
Estado será su enemigo (...) Habrá repercusiones, negativas naturalmente, sobre
los intereses de Francia”. Asad alerta asimismo del riesgo de que una
intervención militar desemboque en una “guerra regional”. “Todo el mundo
perderá el control de la situación cuando el barril de pólvora explotará”,
vaticina.
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