Los franceses pudieron anoche acostarse satisfechos: Angela
Merkel sigue al mando. Por incomprensible que pueda parecer, habida cuenta de
los tics antialemanes que periódicamente sacuden la política francesa, lo
cierto es que la canciller de hierro causa admiración y envidia en Francia,
donde es más popular –¡muchísimo más!– que François Hollande. Mientras la
confianza en el presidente francés ha vuelto a caer en barrena –con sólo un 23%
de opiniones positivas–, la de Angela Merkel a este lado del Rhin se ha
disparado al 64%. Una mayoría incontestable de franceses –según un sondeo de
Opinion Way para Le Figaro no sólo juzgaba la reelección
de la canciller buena para Alemania (el 56% hubiera votado por ella de ser
alemán), sino también positiva para Francia (53%)
¿Lo es también para François Hollande? El tiempo lo dirá,
aunque la experiencia en la historia de las relaciones franco-alemanas indica
que las diferencias ideológicas no son un impedimento para una buena entente y
que siempre es necesario un tiempo de rodaje para comprenderse e incluso
apreciarse mutuamente. El presidente francés y la canciller alemana han hecho
ya una buena parte del camino.
Y luego está la realidad. Hollande hace tiempo que daba por
descontada la victoria de Angela Merkel y ayer se apresuró a felicitar a la
canciller, interlocutor ineludible para llevar adelante cualquier proyecto en
Europa. El presidente francés llamó por teléfono a Merkel y la invitó a visitar
París en cuanto haya formado su nuevo Gobierno. Según un
comunicado del Elíseo, ambos reafirmaron su determinación de proseguir su
“acercamiento” y su “estrecha cooperación”.
Si alguna vez soñó Hollande con que el SPD pudiera acabar
con la hegemonía cristianodemócrata, hace tiempo que lo enterró. El candidato
socialdemócrata, Peer Steinbrück, fue recibido en el Elíseo, pero es el único
gesto –discreto– de apoyo que ha obtenido. Asumida la reelección de Merkel, todas
las esperanzas del presidente francés se centraban en que el resultado de las
elecciones favoreciera la reedición de la “gran coalición” con los
socialdemócratas. A falta de ver si Merkel podrá o no gobernar en solitario,
París sueña con un giro que suavice la estricta política económica de Berlín.
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