Su nombre original, el que le pusieron en el orfanato de
Seúl, era Kim Jong-Sook. Todavía lo conserva en sus documentos. En su
pasaporte, donde figura como segundo nombre, y en el dossier de adopción que
guarda en algún rincón olvidado de su casa. Pero en Francia, el país adonde
llegó con sólo seis meses y donde se hizo persona, todo el mundo la conoce como
Fleur Pellerin. A sus casi 40 años, la ministra delegada para las Pequeñas y
Medianas Empresas y la Economía Digital, primera persona de origen oriental en
formar parte del Gobierno francés, se ha convertido en un icono de la
meritocracia republicana y de la integración de la diversidad.
En un momento en que se pone en duda en Francia el
funcionamiento del ascensor social, la trayectoria de Fleur Pellerin es la
demostración de que el sueño aún puede hacerse realidad. Y de que una niña surcoreana
abandonada en la calle y adoptada por una familia francesa de clase media puede
llegar a lo más alto a base de tesón, esfuerzo e inteligencia. Brillante, enérgica
y trabajadora, su cultura y su impecable currículo académico, unidos a su belleza
y a su elegancia, han hecho de ella una de las figuras emergentes del Gobierno
francés, al que con su imagen fresca y chic
–siempre con tacón alto, labios rojos, falda corta- aporta un aire de
juventud y modernidad.
A Fleur Pellerin, su nombre coreano no le gusta
especialmente. Más bien lo contrario. Su significado, que pretende ser positivo
-“transparente, clara, honesta, buena esposa”-, sugiere sumisión. La ministra prefiere
mil veces Fleur, tomado por su madre de una de las protagonistas de la serie de
televisión británica “La saga de los Forsyte” –basada en la trilogía de John
Galsworthy-, una mujer independiente y con carácter.
Poco o nada hay de Kim Jong-Sook, al margen de sus rasgos
asiáticos, en Fleur Pellerin, que nunca se ha sentido coreana y que observa su
tierra de nacimiento como un “país extranjero”. Cuando se mira en el espejo no
ve a una oriental, sino a una francesa cien por cien. “Yo siempre me he sentido
francesa, occidental, incluso físicamente –ha explicado ella misma-, yo nunca
tuve la impresión de ser diferente, nunca me lo hicieron sentir”. Bueno, lo
cierto es que un poco sí, cuando algunos compañeros de la escuela la llamaban
“la china”. Y también de mayor. ¿No hay, en cierto modo, un sustrato xenófobo
en el hecho de que sus periódicos accesos de cólera le hayan valido el
sobrenombre de Pol Pot? La diferencia que uno no ve, que uno no siente,
se observa muchas veces en la mirada de los demás…
Probablemente por esta razón acabó ingresando en el Club
Siglo XXI, una asociación que reúne a las élites francesas de lo que
pulcramente se ha venido en designar como “minorías visibles” y que busca
promover su reconocimiento social. Poco favorable a las medidas de
discriminación positiva o a las cuotas, Fleur Pellerin se ha comprometido sin
embargo a fondo en el combate de la integración de la diversidad. Entre el 2012
y el 2012 lo hizo al frente de la presidencia del club, cargo en el que le
precedieron otras dos ilustres ex ministras de la derecha, Rachida Dati y Rama
Yade.
Fleur Pellerin nunca había estado en su país natal hasta
este año. Lo hizo por primera vez el pasado mes de marzo. Pero no hubo en ese
gesto nada personal. Viajó como ministra y con motivo de una visita oficial. Exclusivamente,
conscientemente. La enorme expectación que su presencia suscitó en Corea del
Sur –que ya había celebrado su nombramiento en el Gobierno como un éxito
nacional- contrastó fuertemente con la frialdad y la distancia con que la
ministra encaró el reto. ¿Una manera de autoprotegerse? Probablemente. “Yo
vengo en misión oficial”, tuvo que repetir cada vez que alguien le preguntaba
por sus sentimientos o motivaciones personales.
Una nube de fotógrafos y cámaras de televisión siguieron sin
descanso a Fleur Pellerin durante su estancia en Corea, donde fue tratada como
una estrella hollywoodiense –“¡Podría plantearme una segunda carrera como
actriz!”, bromeó ella misma, estupefacta ante la locura mediática desencadenada
en torno suyo- y donde tuvo derecho a entrevistarse con las más altas
personalidades del país: la presidenta de la República, Park Geun-hye; el
primer ministro, el alcalde de Seúl, el patrón de Samsung y hasta el célebre
Psy, el rey del Gangnam Style, quien se hizo fotografiar con ella.
Fleur Pellerin no tiene, o no aparenta, ningún interés por
su pasado surcoreano. No siente ningún vínculo con su país de origen, con su
cultura o sus tradiciones, y menos aún con su lengua. A diferencia del senador
ecologista Vincent Placé -otro niño
surcoreano adoptado en Francia-, la ministra de las pymes no quiere saber nada
de sus orígenes familiares, no quiere indagar sobre la identidad de sus padres
biológicos. Para ella, padres sólo tiene dos: Joël Pellerin, doctor en física
nuclear, y Annie, ama de casa.
Nacida el 29 de agosto de 1973, la Corea en la que Fleur
Pellerin vio la luz –recién salida de la larga y sangrienta guerra con el
norte- estaba lejos de ser el tigre asiático que es hoy. La pobreza imperaba y
muchos niños fueron abandonados en aquella época a falta de medios para
alimentarlos. En Francia le esperaba sin duda una vida mejor, pero tampoco muy
acomodada. Sus primeros años los vivió en Montreuil, una ciudad modesta de la banlieue
este de París, y sólo después se trasladó a la burguesa Versalles, cuando se
incorporó a la familia su hermana Jade, también surcoreana adoptada.
Si la situación de la familia mejoró fue gracias al esfuerzo
y al riesgo, dos lecciones que le quedaron grabadas. Su padre, empleado en el
mundo de la investigación, abandonó su trabajo para montar su propio negocio de
distribución de material de investigación médica, lo que consiguió hipotecando
la casa y apretándose el cinturón. Durante un tiempo la carne desapareció del
menú… “Esos recuerdos marcan”, dice.
La ascensión de la ministra fue fruto asimismo de su esfuerzo.
Tras obtener el Bachillerato a los 16 años, entre 1991 y el 2000 encadenó
estudios en los centros más prestigiosos del país, donde se forman las élites
de la República: la escuela de negocios ESSEC, el Instituto de Estudios
Políticos de París (Sciences Po) y la Escuela Nacional de Administración (ENA),
donde integró la promoción Averroes. Multilingüe, domina el inglés –algo poco
frecuente entre los políticos franceses- y el alemán, y habla algo de japonés,
fruto de varios stages realizados durante sus estudios en Japón.
A la salida de la ENA, con 26 años, integró el Tribunal de
Cuentas, donde acabaría alcanzado la categoría de consejera, mientras en
paralelo, entre el 2001 y el 2006 actuó como auditora externa para la ONU en
Iraq, Nueva York y Ginebra. Podría haber realizado una brillante carrera de
alta funcionaria, si no le hubiera picado el virus de la política. Su primera
incursión data del año 2002, cuando colaboró en el equipo de campaña del
entonces primer ministro socialista Lionel Jospin, en cuyo equipo trabajó a las
órdenes de Pierre Moscovici, hoy su jefe en tanto que ministro de Economía.
El desastre electoral de Jospin, batido contra todo
pronóstico por el ultraderechista Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta de las
elecciones presidenciales, no le empujó sn embargo a abandonar. En el 2007
volvió a participar, esta vez junto a Ségolène Royal, en una campaña
presidencia. Y en el 2012 reincidió con François Hollande, de quien su marido,
el consejero de Estado Laurent Olléon -actual director adjunto del gabinete de
la ministra de Marylise Lebranchu, ministra de para la Reforma del Estado, la
Descentralización y la Función Pública-, es un colaborador de mucho tiempo
atrás.
Con Laurent Olléon, Fleur Pellerin ha formado lo que en
Francia se llama una « familia recompuesta », integrada por los dos
hijos de su marido y una hija propia de nueve años, Bérénice, fruto de un
primer matrimonio. Juntos residen en un amplio loft en la ciudad de su
infancia, Montreuil, que la ministra tiene parcialmente decorado con copias de
cuadros de Edward Hopper o David Hockney realizados por ella misma. Fleur
Pellerin, cuya afición a la pintura le viene de muy lejos –lo mismo que al
piano, que estudió durante diez años-, siempre ha tenido una acentuada fibra
artística.
Miembro del equipo de Hollande, Pellerin se encontraba a
priori muy bien situada para incorporarse al Gobierno tras la victoria del 6 de
mayo del 2012. Tenía las competencias para ello. Pero también, como ella misma
admite, un cúmulo de circunstancias favorables: “Yo cubría todas las casillas:
mujer, joven, diversidad… Yo tenía más posibilidades que un hombre blanco de 40
años”, ha reconocido. Por una vez, su otro yo, Kim Jong-Sook, jugó a su favor.
LA VANGUARDIA MAGAZINE 01/09/2013
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