lunes, 2 de septiembre de 2013

Estrella de Oriente

Su nombre original, el que le pusieron en el orfanato de Seúl, era Kim Jong-Sook. Todavía lo conserva en sus documentos. En su pasaporte, donde figura como segundo nombre, y en el dossier de adopción que guarda en algún rincón olvidado de su casa. Pero en Francia, el país adonde llegó con sólo seis meses y donde se hizo persona, todo el mundo la conoce como Fleur Pellerin. A sus casi 40 años, la ministra delegada para las Pequeñas y Medianas Empresas y la Economía Digital, primera persona de origen oriental en formar parte del Gobierno francés, se ha convertido en un icono de la meritocracia republicana y de la integración de la diversidad.

En un momento en que se pone en duda en Francia el funcionamiento del ascensor social, la trayectoria de Fleur Pellerin es la demostración de que el sueño aún puede hacerse realidad. Y de que una niña surcoreana abandonada en la calle y adoptada por una familia francesa de clase media puede llegar a lo más alto a base de tesón, esfuerzo e inteligencia. Brillante, enérgica y trabajadora, su cultura y su impecable currículo académico, unidos a su belleza y a su elegancia, han hecho de ella una de las figuras emergentes del Gobierno francés, al que con su imagen fresca y chic  –siempre con tacón alto, labios rojos, falda corta- aporta un aire de juventud y modernidad.

A Fleur Pellerin, su nombre coreano no le gusta especialmente. Más bien lo contrario. Su significado, que pretende ser positivo -“transparente, clara, honesta, buena esposa”-, sugiere sumisión. La ministra prefiere mil veces Fleur, tomado por su madre de una de las protagonistas de la serie de televisión británica “La saga de los Forsyte” –basada en la trilogía de John Galsworthy-, una mujer independiente y con carácter.

Poco o nada hay de Kim Jong-Sook, al margen de sus rasgos asiáticos, en Fleur Pellerin, que nunca se ha sentido coreana y que observa su tierra de nacimiento como un “país extranjero”. Cuando se mira en el espejo no ve a una oriental, sino a una francesa cien por cien. “Yo siempre me he sentido francesa, occidental, incluso físicamente –ha explicado ella misma-, yo nunca tuve la impresión de ser diferente, nunca me lo hicieron sentir”. Bueno, lo cierto es que un poco sí, cuando algunos compañeros de la escuela la llamaban “la china”. Y también de mayor. ¿No hay, en cierto modo, un sustrato xenófobo en el hecho de que sus periódicos accesos de cólera le hayan valido el sobrenombre de Pol Pot? La diferencia que uno no ve, que uno no siente, se observa muchas veces en la mirada de los demás…

Probablemente por esta razón acabó ingresando en el Club Siglo XXI, una asociación que reúne a las élites francesas de lo que pulcramente se ha venido en designar como “minorías visibles” y que busca promover su reconocimiento social. Poco favorable a las medidas de discriminación positiva o a las cuotas, Fleur Pellerin se ha comprometido sin embargo a fondo en el combate de la integración de la diversidad. Entre el 2012 y el 2012 lo hizo al frente de la presidencia del club, cargo en el que le precedieron otras dos ilustres ex ministras de la derecha, Rachida Dati y Rama Yade.

Fleur Pellerin nunca había estado en su país natal hasta este año. Lo hizo por primera vez el pasado mes de marzo. Pero no hubo en ese gesto nada personal. Viajó como ministra y con motivo de una visita oficial. Exclusivamente, conscientemente. La enorme expectación que su presencia suscitó en Corea del Sur –que ya había celebrado su nombramiento en el Gobierno como un éxito nacional- contrastó fuertemente con la frialdad y la distancia con que la ministra encaró el reto. ¿Una manera de autoprotegerse? Probablemente. “Yo vengo en misión oficial”, tuvo que repetir cada vez que alguien le preguntaba por sus sentimientos o motivaciones personales.

Una nube de fotógrafos y cámaras de televisión siguieron sin descanso a Fleur Pellerin durante su estancia en Corea, donde fue tratada como una estrella hollywoodiense –“¡Podría plantearme una segunda carrera como actriz!”, bromeó ella misma, estupefacta ante la locura mediática desencadenada en torno suyo- y donde tuvo derecho a entrevistarse con las más altas personalidades del país: la presidenta de la República, Park Geun-hye; el primer ministro, el alcalde de Seúl, el patrón de Samsung y hasta el célebre Psy, el rey del Gangnam Style, quien se hizo fotografiar con ella.

Fleur Pellerin no tiene, o no aparenta, ningún interés por su pasado surcoreano. No siente ningún vínculo con su país de origen, con su cultura o sus tradiciones, y menos aún con su lengua. A diferencia del senador ecologista Vincent Placé  -otro niño surcoreano adoptado en Francia-, la ministra de las pymes no quiere saber nada de sus orígenes familiares, no quiere indagar sobre la identidad de sus padres biológicos. Para ella, padres sólo tiene dos: Joël Pellerin, doctor en física nuclear, y Annie, ama de casa.

Nacida el 29 de agosto de 1973, la Corea en la que Fleur Pellerin vio la luz –recién salida de la larga y sangrienta guerra con el norte- estaba lejos de ser el tigre asiático que es hoy. La pobreza imperaba y muchos niños fueron abandonados en aquella época a falta de medios para alimentarlos. En Francia le esperaba sin duda una vida mejor, pero tampoco muy acomodada. Sus primeros años los vivió en Montreuil, una ciudad modesta de la banlieue este de París, y sólo después se trasladó a la burguesa Versalles, cuando se incorporó a la familia su hermana Jade, también surcoreana adoptada.

Si la situación de la familia mejoró fue gracias al esfuerzo y al riesgo, dos lecciones que le quedaron grabadas. Su padre, empleado en el mundo de la investigación, abandonó su trabajo para montar su propio negocio de distribución de material de investigación médica, lo que consiguió hipotecando la casa y apretándose el cinturón. Durante un tiempo la carne desapareció del menú… “Esos recuerdos marcan”, dice.

La ascensión de la ministra fue fruto asimismo de su esfuerzo. Tras obtener el Bachillerato a los 16 años, entre 1991 y el 2000 encadenó estudios en los centros más prestigiosos del país, donde se forman las élites de la República: la escuela de negocios ESSEC, el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po) y la Escuela Nacional de Administración (ENA), donde integró la promoción Averroes. Multilingüe, domina el inglés –algo poco frecuente entre los políticos franceses- y el alemán, y habla algo de japonés, fruto de varios stages realizados durante sus estudios en Japón.

A la salida de la ENA, con 26 años, integró el Tribunal de Cuentas, donde acabaría alcanzado la categoría de consejera, mientras en paralelo, entre el 2001 y el 2006 actuó como auditora externa para la ONU en Iraq, Nueva York y Ginebra. Podría haber realizado una brillante carrera de alta funcionaria, si no le hubiera picado el virus de la política. Su primera incursión data del año 2002, cuando colaboró en el equipo de campaña del entonces primer ministro socialista Lionel Jospin, en cuyo equipo trabajó a las órdenes de Pierre Moscovici, hoy su jefe en tanto que ministro de Economía.

El desastre electoral de Jospin, batido contra todo pronóstico por el ultraderechista Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, no le empujó sn embargo a abandonar. En el 2007 volvió a participar, esta vez junto a Ségolène Royal, en una campaña presidencia. Y en el 2012 reincidió con François Hollande, de quien su marido, el consejero de Estado Laurent Olléon -actual director adjunto del gabinete de la ministra de Marylise Lebranchu, ministra de para la Reforma del Estado, la Descentralización y la Función Pública-, es un colaborador de mucho tiempo atrás.

Con Laurent Olléon, Fleur Pellerin ha formado lo que en Francia se llama una « familia recompuesta », integrada por los dos hijos de su marido y una hija propia de nueve años, Bérénice, fruto de un primer matrimonio. Juntos residen en un amplio loft en la ciudad de su infancia, Montreuil, que la ministra tiene parcialmente decorado con copias de cuadros de Edward Hopper o David Hockney realizados por ella misma. Fleur Pellerin, cuya afición a la pintura le viene de muy lejos –lo mismo que al piano, que estudió durante diez años-, siempre ha tenido una acentuada fibra artística.

Miembro del equipo de Hollande, Pellerin se encontraba a priori muy bien situada para incorporarse al Gobierno tras la victoria del 6 de mayo del 2012. Tenía las competencias para ello. Pero también, como ella misma admite, un cúmulo de circunstancias favorables: “Yo cubría todas las casillas: mujer, joven, diversidad… Yo tenía más posibilidades que un hombre blanco de 40 años”, ha reconocido. Por una vez, su otro yo, Kim Jong-Sook, jugó a su favor.

LA VANGUARDIA MAGAZINE 01/09/2013





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