lunes, 6 de mayo de 2013

Todo contra Hollande


François Hollande tiene todo y a todos en contra. O casi. Es una rara unanimidad. Los empresarios, los obreros, los católicos, los maestros, los sindicalistas, los conservadores, los progresistas... Todos están descontentos y lo expresan cada vez con más ruido, cada vez más en la calle, Un año después de su victoria electoral sobre Nicolas Sarkozy, el 6 de mayo del 2012, la sociedad francesa ha dado la espalda al presidente francés, que cuenta con muy escasos apoyos y ha conseguido suscitar el disgusto y la decepción en todos los frentes, así a su derecha como a su izquierda. Sólo uno de cada cuatro franceses tiene todavía confianza en él. Ningún otro presidente en toda la historia de la V República había sido tan impopular tan sólo doce meses después de haber sido elegido.

Hollande asegura saber adónde va, pero el país lo ignora, lo que no hace sino acrecentar la angustia y la incertidumbre. La hoja de ruta aparece borrosa y los resultados, hasta ahora, son decepcionantes. Al borde de la recesión y con un paro descontrolado, con una clase política lastrada por los casos de corrupción, Francia bulle de agitación, las posturas se radicalizan y los extremos –particularmente la ultraderecha– prosperan a caballo de un populismo desbocado. Si hoy se repitieran las elecciones presidenciales, Marine Le Pen tendría grandes posibilidades de tumbar al candidato socialista en la primera vuelta... Como en el 2002.

“Hollande es ampliamente minoritario en todas las franjas de edad, en todos los medios sociales y en todos los electorados salvo el socialista”, constata el director del Centro de investigaciones políticas de Sciences Po (Cevipof), Pascal Perrineau, para quien esta vertiginosa caída de popularidad no tiene parangón.

Algunos juicios son enormemente severos con Hollande, como el del economista Nicolas Baverez, quien considera que el presidente está totalmente sobrepasado por los acontecimientos y desconectado de la realidad. “Jamás debería haber accedido a la presidencia de la República sin la locura combinada de un psicópata del sexo. Dominique Strauss-Kahn, y de un egocéntrico paralizado por la negación de su impopularidad, Nicolas Sarkozy”, escribía recientemente en Le Point.

Otros –pocos– son más benevolentes. Así, Jean-Marie Colombani, que fuera director de Le Monde, en cuya opinión la política de Hollande mira a largo plazo y no puede arrojar resultados inmediatos. Sus dificultades actuales son, a su juicio, “consecuencia directa de su coraje político”.

Con 3,2 millones de desempleados absolutos (un 10,7% de la población activa), que se elevan a cinco millones si se cuentan quienes trabajan menos horas de lo que desearían, el paro ha roto en Francia su techo histórico. Y es aquí donde reside el principal problema del país. Y la principal pesadilla de Hollande. El presidente francés, confiado en unas previsiones económicas que se revelaron pronto extremadamente optimistas, había prometido la recuperación económica y una inversión de la curva del paro este mismo año. La realidad, sin embargo, ha sido mucho más cruel y nada indica que tales promesas puedan cumplirse no ya en el 2013, sino ni siquiera en el 2014. La economía francesa está casi sin pulso y mucho hará si consigue evitar caer en la recesión.

Ante semejante situación, las viejas recetas ya no sirven. Con una deuda que alcanzará este año el 93,6% del PIB y un déficit previsto del 3,7% –por encima del 3% comprometido–, el Estado francés no tiene los medios para llevar a cabo una política de relanzamiento ni intervenir en la economía como en el pasado. Ni siquiera para salvar los altos hornos de Florange, una de las promesas rotas de Hollande que más cara le ha costado en términos de imagen entre los trabajadores.

La política del presidente –tímida para unos, excesiva para otros– busca relanzar la actividad a base de estimular la producción privada dando facilidades a las empresas. Varias medidas aprobadas por su Gobierno –el Pacto de Competitividad, la reforma laboral– van en este sentido. Los empresarios le aplaudirían si ello no se hubiera visto acompañado por un notable aumento de los impuestos. Determinado a sanear las finanzas del Estado, Hollande ha ajustado hasta ahora las cuentas públicas a base de aumentar la presión fiscal, pero los recortes del gasto van a empezar a producirse a partir del 2014 en casi todos los ámbitos. Las ayudas a la familia y las pensiones están ya en el punto de mira.

Para la izquierda radical y comunista –e incluso para una parte del Partido Socialista– esta política choca frontalmente con lo que debería ser una política de izquierdas. Y la contestación ha empezado a convertirse ya en una oposición beligerante.

De poco le ha servido a Hollande el guiño hecho al electorado progresista con la aprobación del matrimonio homosexual, otra de sus compromisos electorales. La reforma no sólo no ha tenido ninguna incidencia en su popularidad, sino que ha provocado además una profunda división en el país y ha favorecido la emergencia de un gran movimiento de protesta al margen de los partidos cuyos efectos políticos futuros son todavía un misterio.


El seísmo Cahuzac

La República ejemplar proclamada por Hollande sufrió un golpe terrible con la confesión del exministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac, de que había defraudado al fisco al ocultar una cuenta bancaria en Suiza. El efecto negativo ha trascendido, sin embargo, a los socialistas y ha alcanzado a toda la clase política.




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