François
Hollande tiene todo y a todos en contra. O casi. Es una rara unanimidad. Los
empresarios, los obreros, los católicos, los maestros, los sindicalistas, los
conservadores, los progresistas... Todos están descontentos y lo expresan cada
vez con más ruido, cada vez más en la calle, Un año después de su victoria
electoral sobre Nicolas Sarkozy, el 6 de mayo del 2012, la sociedad francesa ha
dado la espalda al presidente francés, que cuenta con muy escasos apoyos y ha
conseguido suscitar el disgusto y la decepción en todos los frentes, así a su
derecha como a su izquierda. Sólo uno de cada cuatro franceses tiene todavía
confianza en él. Ningún otro presidente en toda la historia de la V República
había sido tan impopular tan sólo doce meses después de haber sido elegido.
Hollande asegura saber adónde va, pero el país lo ignora, lo
que no hace sino acrecentar la angustia y la incertidumbre. La hoja de ruta
aparece borrosa y los resultados, hasta ahora, son decepcionantes. Al borde de
la recesión y con un paro descontrolado, con una clase política lastrada por
los casos de corrupción, Francia bulle de agitación, las posturas se
radicalizan y los extremos –particularmente la ultraderecha– prosperan a
caballo de un populismo desbocado. Si hoy se repitieran las elecciones
presidenciales, Marine Le Pen tendría grandes posibilidades de tumbar al
candidato socialista en la primera vuelta... Como en el 2002.
“Hollande es ampliamente minoritario en todas las franjas de
edad, en todos los medios sociales y en todos los electorados salvo el
socialista”, constata el director del Centro de investigaciones políticas de
Sciences Po (Cevipof), Pascal Perrineau, para quien esta vertiginosa caída de
popularidad no tiene parangón.
Algunos juicios son enormemente severos con Hollande, como
el del economista Nicolas Baverez, quien considera que el presidente está
totalmente sobrepasado por los acontecimientos y desconectado de la realidad.
“Jamás debería haber accedido a la presidencia de la República sin la locura
combinada de un psicópata del sexo. Dominique Strauss-Kahn, y de un egocéntrico
paralizado por la negación de su impopularidad, Nicolas Sarkozy”, escribía
recientemente en Le Point.
Otros –pocos– son más benevolentes. Así, Jean-Marie
Colombani, que fuera director de Le Monde, en cuya opinión
la política de Hollande mira a largo plazo y no puede arrojar resultados
inmediatos. Sus dificultades actuales son, a su juicio, “consecuencia directa
de su coraje político”.
Con 3,2 millones de desempleados absolutos (un 10,7% de la
población activa), que se elevan a cinco millones si se cuentan quienes
trabajan menos horas de lo que desearían, el paro ha roto en Francia su techo
histórico. Y es aquí donde reside el principal problema del país. Y la
principal pesadilla de Hollande. El presidente francés, confiado en unas
previsiones económicas que se revelaron pronto extremadamente optimistas, había
prometido la recuperación económica y una inversión de la curva del
paro este mismo año. La realidad, sin embargo, ha sido mucho más cruel y nada
indica que tales promesas puedan cumplirse no ya en el 2013, sino ni siquiera
en el 2014. La economía francesa está casi sin pulso y mucho hará si consigue
evitar caer en la recesión.
Ante semejante situación, las viejas recetas ya no sirven.
Con una deuda que alcanzará este año el 93,6% del PIB y un déficit previsto del
3,7% –por encima del 3% comprometido–, el Estado francés no tiene los medios
para llevar a cabo una política de relanzamiento ni intervenir en la economía
como en el pasado. Ni siquiera para salvar los altos hornos de Florange, una de
las promesas rotas de Hollande que más cara le ha costado en términos de imagen
entre los trabajadores.
La política del presidente –tímida para unos, excesiva para
otros– busca relanzar la actividad a base de estimular la producción privada
dando facilidades a las empresas. Varias medidas aprobadas por su Gobierno –el
Pacto de Competitividad, la reforma laboral– van en este sentido. Los
empresarios le aplaudirían si ello no se hubiera visto acompañado por un
notable aumento de los impuestos. Determinado a sanear las finanzas del Estado,
Hollande ha ajustado hasta ahora las cuentas públicas a base de aumentar la
presión fiscal, pero los recortes del gasto van a empezar a producirse a partir
del 2014 en casi todos los ámbitos. Las ayudas a la familia y las pensiones
están ya en el punto de mira.
Para la izquierda radical y comunista –e incluso para una
parte del Partido Socialista– esta política choca frontalmente con lo que
debería ser una política de izquierdas. Y la contestación ha empezado a
convertirse ya en una oposición beligerante.
De poco le ha servido a Hollande el guiño hecho al
electorado progresista con la aprobación del matrimonio homosexual, otra de sus
compromisos electorales. La reforma no sólo no ha tenido ninguna incidencia en
su popularidad, sino que ha provocado además una profunda división en el país y
ha favorecido la emergencia de un gran movimiento de protesta al margen de los
partidos cuyos efectos políticos futuros son todavía un
misterio.
El seísmo Cahuzac
La República ejemplar proclamada por Hollande sufrió un
golpe terrible con la confesión del exministro del Presupuesto, Jérôme Cahuzac,
de que había defraudado al fisco al ocultar una cuenta bancaria en Suiza. El
efecto negativo ha trascendido, sin embargo, a los socialistas y ha alcanzado a
toda la clase política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario