lunes, 6 de mayo de 2013

La decepción europea


"La ausencia de una iniciativa fuerte por parte de Francia nos apena y nos duele. Habíamos puesto muchas esperanzas en François Hollande...”. La constatación –casi un lamento– realizada por el presidente de la Autoridad griega de los Mercados Financieros, Kostas Botopoulos, al semanario Le Nouvel Observateur lo dice todo. La queja podrían suscribirla igualmente los españoles, los portugueses o los italianos...

La elección de Hollande como presidente de la República, hace un año, suscitó grandes esperanzas en la Europa del Sur, la más castigada por la férrea política de austeridad impuesta al alimón por la canciller alemana, Angela Merkel, y el anterior inquilino del Elíseo, Nicolas Sarkozy. El nuevo presidente prometió acabar con el imperio de Merkozy –lo que ha cumplido– y forzar un viraje en la política europea. Lo cual no se ha producido.

Merkozy era un monstruo con dos cabezas. La primera, la más evidente y antipática, era la del diktat franco-alemán: los dos padres fundadores de la Europa unida, las dos grandes potencias continentales, imponiendo a todos los demás lo que había que hacer, cómo y cúando. La segunda cabeza, menos visible, escondía en realidad una relación desequilibrada en la que Francia adoptaba el papel de socio subalterno. Como ha ilustrado con preclara ironía el periodista François Lenglet, de France 2, Nicolas Sarkozy asumía en la pareja la función de “director adjunto de la Europa del Norte”, si no la de “ director de comunicación de la canciller, con función de traductor”.

En doce meses, Hollande ha cortado la primera cabeza, pero no la segunda. Con el presidente socialista, Francia sigue adoptando el mismo papel subalterno, pero en peor. Porque su capacidad de influencia sobre Berlín ha disminuido considerablemente. La estrategia de la “tensión amistosa” puesta en práctica por Hollande acaso contente al ala izquierdista y vagamente euroescéptica de su partido, pero ha dejado a Angela Merkel como única dueña y señora del escenario.

El único y –como el tiempo ha demostrado– pírrico triunfo del presidente francés fue el alumbramiento del Pacto por el Crecimiento, que había puesto como condición para ratificar el tratado de disciplina presupuestaria pactado por Sarkozy. Celebrado por todo el mundo como un gran avance, lo cierto es que el acuerdo –ya bastante engañoso, por cuanto incluía programas comunitarios ya previstos– ha quedado en papel mojado. Sobre todo después del recorte presupuestario impuesto en la UE por alemanes y británicos, ante la impotencia de los franceses.

Hollande “hace un análisis muy pesimista de la relación de fuerza con Alemania, se bate enseguida en retirada”, constataba recientemente en Le Monde el eurodiputado franco-alemán Daniel Cohn-Bendit, quien echa en falta en el presidente francés una actitud como la del primer ministro británico, David Cameron, pero en clave europeísta: “Si se atreviera, podría conseguir más cosas de Angela Merkel”, concluía.

El problema, para Francia pero sobre todo para Europa entera, es que si Hollande no se atreve a más es porque sabe que no es capaz de tomar la mano que le tiende Berlín. Para avanzar en la solidaridad europea que el presidente francés reclama, Alemania pone una condición fundamental: avanzar previamente, y de forma decidida en una construcción federal de Europa, con importantes cesiones de soberanía. Y a eso, Hollande –¡que se formó políticamente junto a Jacques Delors!– no se atreve a jugar.


Mali: éxiito militar, incertitud política

Entre las pocas acciones de Hollande rubricadas con el aplauso general está la intervención en Mali para acabar con la ofensiva de los grupos terroristas que amenazaban con tomar el poder y crear un nuevo Afganistán a las puertas de Europa. Pero el éxito militar no ha tenido continuidad, por ahora, en el terreno político, donde la situación está estancada.






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