La hipótesis de
que la agresión con arma blanca perpetrada el sábado contra un soldado francés
en el barrio de negocios de La Défense, en la periferia de París, constituye un
atentado terrorista va ganando terreno conforme pasan las horas. El fiscal de
Nanterre, Robert Gelli, confirmó que el caso ha pasado a manos de la Fiscalía
Antiterrorista de París, que dirige desde ahora la investigación. “Han querido
matar a un militar porque era militar”, ha constatado el ministro de Defensa,
Jean-Yves Le Drian, quien ha reafirmado su determinación de proseguir una
“lucha implacable contra el terrorismo y contra todo acto que ponga en cuestión
nuestra seguridad”. Los soldados encuadrados en la operación de vigilancia
antiterrorista Vigipirate –en la que estaba integrado el soldado agredido– se
desplegaron ayer con toda normalidad.
El ataque se produjo alrededor de las seis de la tarde en el
gran hall subterráneo de La Défense –donde confluyen varios medios de
transporte metropolitano y un gran centro comercial–, por donde transitaban en
ese momento cientos de personas. La víctima, Cédric Cordier, de 23 años,
miembro del 4º regimiento de Cazadores de montaña, realizaba en aquel momento
tareas de vigilancia en una patrulla integrada por otros dos militares cuando
fue atacado por la espalda por un individuo, que le clavó un puñal o un cutter
en la nuca. El soldado permanece ingresado en el hospital militar Percy, en
Clamart, y no se teme por su vida. Su agresor, que no profirió ninguna amenaza
ni ningún grito posterior, consiguió huir sin dar tiempo a reaccionar al resto
de la patrulla.
La policía busca intensamente al atacante, cuya imagen fue
captada por varias cámaras de videovigilancia. Según su retrato, se trata de un
hombre joven, de una treintena de años, 1,90 metros de altura y
aspecto magrebí. Según parece, durante su huida se cambió de ropa –inicialmente
vestía lo que parecía una chilaba– para pasar desapercibido entre la gente, lo
que corroboraría la idea de que no se trató del acto irreflexivo de un loco,
sino de un ataque meticulosamente preparado.
El pasado 7 de mayo se produjo ya un suceso parecido. Un
hombre entró en un cuartel de la Gendarmería de Roussillon (Isère) y, al grito
de “¡Alá es grande!”, atacó con un cutter a un agente en la garganta, al que
hirió levemente, antes de ser abatido –herido, pero no muerto– de un tiro en la
pierna. En este caso, sin embargo, el agresor tenía sus facultades mentales
perturbadas.
El ataque del sábado en La Défense se produjo sólo tres días
después del salvaje asesinato de un soldado británico a manos de dos islamistas
en Londres –¿efecto imitación?– y en un momento en que sobre Francia pesan
reiteradas amenazas públicas de los movimientos terroristas islámicos –desde Al
Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) al Movimiento para la Unicidad y la Yihad en
África del Oeste (Mujao)– por su intervención militar en Mali. El nivel de
alerta antiterrorista es máxima en el país.
Hablando sobre el atentado de Londres, el ministro francés
del Interior, Manuel Valls, advirtió que los países occidentales se enfrentan a
una grave amenaza del islamismo radical desde el interior. “Los enemigos del
interior y los del exterior comparten un mismo combate global”, dijo. Y añadió
que, en contra de lo que se dice, no se trata de lobos
solitarios: “Actuar solo no significa estar aislado. este tipo de
terrorista se forma a través, a veces, de una larga trayectoria, con
encuentros, viajes al extranjero, campos de entrenamiento, relaciones por
internet, en las mezquitas, en las prisiones...”. Éste es el caso del
terrorista de Toulouse Mohamed Merah, muerto en marzo del 2012 después de
haber asesinado a siete personas. La investigación ha demostrado múltiples
conexiones con las redes del islamismo salafista.
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