Alemania y
Francia, Francia y Alemania, vuelven a marcar el paso de Europa. Se acabó el
juego del gato y el ratón. Se acabó la estrategia hollandista de la “tensión
amistosa” entre París y Berlín. El motor franco-alemán vuelve a funcionar. Un
año después de su acceso al Elíseo, el presidente francés, François Hollande,
ha acabado rindiéndose a la evidencia de que en la Unión Europea ha de ir
forzosamente de la mano de la canciller alemana, Angela Merkel. Ambos
mandatarios abrieron ayer formalmente esta nueva etapa en París con la presentación
de una contribución conjunta –la primera en un año– sobre la política económica
y el reforzamiento institucional de la zona euro, que someterán al resto de sus
socios en el Consejo Europeo del 27 y 28 de junio próximos. Ha nacido Merkollande.
La proposición franco-alemana aboga por el reforzamiento del
gobierno de la zona euro –con el nombramiento de un presidente de plena
dedicación y la celebración de cumbres regulares–, así como de su legitimidad
democrática, a través de una nueva estructura del Parlamento Europeo. París y
Berlín proponen coordinar las políticas económicas de los países miembros, con
un acento especial en la competitividad –mediante el establecimiento de
“contratos de competitividad y de crecimiento”–, la convergencia de los
sistemas fiscales, el establecimiento de salarios mínimos –aunque “definidos a
nivel nacional”– y la creación de un “fondo” propio de la zona euro que estaría
alimentado por contribuciones específicas (probablemente, la tasa sobre las
transacciones financieras). Por lo que hace a la unión bancaria, ambas partes
se proponen poner en marcha antes del fin de la legislatura europea (en 2014) un
mecanismo único de resolución de crisis bancarias, que incluirá un dispositivo
de apoyo privado, nutrido por las aportaciones de la propia banca.
La contribución incluye asimismo el plan para combatir el
paro juvenil que ambos países adelantaron el martes en un coloquio
internacional celebrado en París.
Hollande y Merkel se esforzaron ayer en el Elíseo en mostrar
una cohesión que está lejos, sin embargo, de ser total. El documento presenta
asimismo notables dosis de vaguedad. No todos los desacuerdos entre franceses y
alemanes se han solventado. Pero sin duda, más importante aún que su contenido
es el esfuerzo de aproximación realizado por ambas partes. Guiño involuntario
al pasado, Merkel sufrió un freudiano lapsus al referirse en una ocasión al
presidente francés como “François Mitterrand”...
La sintonía entre Francia y Alemania no es algo que pueda
darse por descontado, cada acuerdo –como recordaba tiempo atrás un diplomático
del Quai d’Orsay– es fruto de un ingente trabajo de negociación y de
aproximación de posturas a veces enormemente distantes. Pero ambos países son
conscientes de que están condenados a entenderse. El ex presidente francés
Jacques Chirac lo expuso de forma inequívoca en sus memorias: “No hay que creer
que esta entente singular (entre franceses y alemanes) se debe a sus intereses
comunes. Reposa ante todo en la amplitud de las contradicciones que es vital,
para unos y para otros, superar, hasta tal punto saben por experiencia que sus
oposiciones pueden revelarse destructoras”.
Tras doce meses de desencuentro, Hollande y Merkel han
empezado a introducir en su agenda común algo más que reuniones o cenas de
trabajo. Ayer, ambos visitaron juntos en el Museo del Louvre la exposición
sobre la pintura alemana de 1800
a 1939.
Entre soberanía nacional y derecho de injerencia
“Lo importante es que allí donde se toman las decisiones se
asuman los riesgos”. Merkel no se anduvo con paños calientes al recordar a
Hollande el principio fundamental que debe guiar el proceso hacia una mayor
integración europea. Dicho de otro modo, no se puede apelar a la solidaridad
europea si no se está dispuesto a ceder soberanía. El presidente francés tuvo
ayer dificultades para justificar, en este contexto, su airada reacción –tan
tradicionalmente francesa– a las recomendaciones hechas por la Comisión Europea
a cambio de otorgar a Francis dos años más para reducir el déficit. “La
Comisión no tiene que dictarnos lo que hemos de hacer”, dijo Hollande.