El 20 de marzo de 2003 la España de Aznar se sumó a la guerra de Iraq para acabar con el régimen tiránico de Saddam Hussein. Ocho años menos un día después, exactamente, la España de Zapatero se ha sumado a la intervención militar en Libia contra la dictadura del coronel Muamar el Gadafi. Las circunstancias políticas y legales que rodean ambos casos son radicalmente diferentes, pero la sombra de la azarosa aventura de Iraq planeará inevitablemente sobre la implicación española en Libia. El calendario, desde luego, no ha sido neutral.
El presidente del Gobierno español, que ayer participó en la cumbre que reunió en París a los miembros de la coalición internacional que intervendrá en Libia, justificó el compromiso de España en la operación militar por el incumplimiento de la resolución 1973 de la ONU por parte del régimen de Gadafi y para proteger al pueblo libio. Y rechazó toda analogía con la guerra de Iraq.
“La exigencia de las Naciones Unidas de un alto el fuego no se han cumplido y la comunidad internacional ha de reaccionar en consecuencia”, explicó José Luis Rodríguez Zapatero en una breve comparecencia en la embajada española en la capital francesa. “España asume la responsabilidad de hacer efectiva la resolución de las Naciones Unidas, la responsabilidad de proteger al pueblo libio, la responsabilidad de prestar apoyo humanitario y la responsabilidad de trabajar en favor de sus aspiraciones a la democracia”, dijo. “La resolución consolida –subrayó más tarde– la responsabilidad de proteger a pueblos que sufren agresiones gravísimas e injustificadas”.
La existencia de una resolución de la ONU que autoriza todos los medios –incluido el uso de la fuerza– para defender a la población civil libia “conforme a la legalidad internacional” es, para Zapatero, la diferencia fundamental entre la intervención en Libia y la guerra de Iraq de 2003, conducida por Estados Unidos en contra de la opinión de la comunidad internacional y sin respaldo legal. “Estas circunstancias no se producían en otras situaciones”, argumentó elípticamente.
Zapatero podía haberse extendido más en este punto y remarcar, por ejemplo, que la intervención en Libia –liderada, por cierto, por el principal opositor a la guerra de Iraq, Francia– tiene el apoyo de la Liga Árabe y de cinco países árabes: los Emiratos Árabes Unidos, Iraq, Jordania, Marruecos y Qatar. Una diferencia capital que sólo citó de pasada. El presidente del Gobierno, que comparecerá el martes en el Congreso de los Diputados. remarcó. en cambio, el apoyo expresado por la mayoría de los grupos parlamentarios, que agradeció.
El compromiso militar de España en la operación aliada será de apoyo. Zapatero detalló ayer en París el contingente que las fuerzas armadas españolas desplegarán en la intervención y cuya misión será hacer respetar, por un lado, la zona de exclusión aérea decretada por la ONU y, por otro, el embargo de armas al régimen de Gadafi. Para el primer objetivo serán movilizados cinco aviones –un avión cisterna Boeing 707 y cuatro cazabombarderos F-18, encargados de misiones de patrulla aérea–, que ayer tarde salieron ya en dirección a una base italiana, probablemente la de Sigonella , en Sicilia.
Para el segundo objetivo, con el fin de contribuir al bloqueo naval de Libia, España enviará en los próximos días una fragata F-100, un submarino y un avión de vigilancia marítima. Todos los medios desplegados implicarán la movilización de 450 militares. La ministra de Defensa, Carmen Chacón, presidió a última hora de la tarde de ayer una reunión del Estado Mayor de la Defensa para coordinar el despliegue.
El papel de España en la intervención militar será, en principio, secundario. Los bombardeos y las misiones de ataque al ejército libio –que empezaron ya ayer tarde–, las asumirán principalmente franceses y británicos. La operación, sin embargo, no está exenta de riesgo. Gadafi ha amenazado con poner el Mediterráneo a sangre y fuego.
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