La derrota en las elecciones cantonales ha dejado a la derecha francesa hecha un gruyère. Las disensiones en el partido de Nicolas Sarkozy, ya visibles estos últimos meses, se han recrudecido tras el fracaso del domingo, en el que la UMP quedó muy por detrás del Partido Socialista (20,3% frente a 35,7%), víctima de una deserción masiva de sus electores hacia la abstención (55,2%) y la extrema derecha, que de la mano de Marine Le Pen se ha aupado a la categoría de tercera fuerza política (11,6%). Un test desastroso a poco más de un año de las elecciones presidenciales y legislativas del 2012, tanto más cuanto que se añade a la cadena de derrotas de las municipales del 2008 y las regionales del 2010.
La UMP –sobre la que hoy se bromea que no es ni Unión, ni está en Movimiento ni es Popular– es un hervidero de tensiones y el liderazgo del presidente francés parece cada vez más contestado. Lo mismo que la estrategia de derechización aplicada en los últimos meses. La inquietud creciente ante una –cada vez más verosímil– debacle el año que viene hace que algunos barones del partido se cuestionen la idoneidad de que Sarkozy repita como candidato. Ya no es la pérdida del Elíseo lo que más temen algunos, sino el riesgo de ser barridos en el Parlamento un mes después.
Por otro lado, el descarado coqueteo de Sarkozy y sus más fieles escuderos con el discurso de la ultraderecha, en un intento –aparentemente vano– de evitar la sangría de votos hacia el Frente Nacional, ha incomodado a los sectores más moderados del partido y a la familia centrista, cada vez más inclinada a concurrir a las elecciones como una marca separada nucleada alrededor del ex ministro Jean-Louis Borloo, presidente del Partido Radical.
El primero en atacar ayer la estrategia aplicada por Sarkozy desde el verano pasado fue un verdadero primer espada, lo que da idea del grado de descomposición interna de la derecha: el ministro del Presupuesto y Portavoz del Gobierno, François Baroin, instó en unas declaraciones radiofónicas a “regresar a los valores profundamente republicanos” y a “poner fin a todos estos debates”, en inequívoca alusión al debate sobre la laicidad y el islam impulsado por el secretario de la UMP, Jean-François Copé, a iniciativa del Elíseo. Baroin llegó a sugerir incluso la posibilidad de pactar con la izquierda una resolución parlamentaria para cerrar este espinoso asunto, que a su juicio puede dar la sensación de que se pretende “estigmatizar” a una comunidad. El debate de la UMP ha causado consternación y rechazo entre las organizaciones islámicas de Francia.
Baroin, un chiraquista a fin de cuentas, fue curiosamente secundado por un sarkozysta de pura cepa, el ex ministro Christian Estrosi, alcalde de Niza, quien lanzó también una severa puya: “Cuando se quiere abrir un debate cada día, el primero que hay que abrir es sobre cómo poner fin a la máquina de perder”.
Nicolas Sarkozy, que ayer por la mañana reunió a la plana mayor de su partido en el Elíseo, reaccionó con presteza y firmeza para intentar acallar las críticas e imponer la disciplina en sus propias filas. Baroin fue instado a rectificar públicamente sus declaraciones arguyendo un inverosímil “malentendido” –lo que al cierre de esta edición aún no había hecho– y el presidente francés reafirmó su determinación de llevar adelante el debate sobre la laicidad y el islam como estaba previsto. Asimismo lanzó una seria advertencia a quienes “querrían poner en cuestión la unidad” de la mayoría presidencial, dirigiéndose implícitamente a las huestes de Jean-Louis Borloo y los centristas de Hervè Morin.
Sarkozy, sin embargo, va a tener serias dificultades para imponer su autoridad, cada vez más contestada y burlada. Las salidas de pista de Baroin y Estrosi están lejos de ser un fenómeno aislado. Ya durante la campaña de la segunda vuelta de las cantonales, diversas figuras de la derecha –entre ellas el ministro de Defensa y ex primer ministro Alain Juppé y el propio jefe del Gobierno, François Fillon– llamaron a votar “contra” el FN, en abierta contradicción con las consignas abstencionistas de Sarkozy. El caso de Fillon es particularmente llamativo: el primer ministro no deja pasar ocasión –lo ha hecho al hablar del islam, de la inmigración y de la delincuencia– para separarese claramente del giro derechista marcado por el presidente desde el verano pasado, cuando lanzó la campaña de expulsiones masivas de gitanos del Este (roms)
Los propios parlamentarios de la UMP, así en el Senado como en la Asamblea Nacional , se han permitido el lujo de desairar a su otrora idolatrado líder. El motín más sonado se produjo el mes pasado, cuando las dos cámaras del Parlamento tumbaron consecutivamente una medida anunciada a bombo y platillo por Sarkozy en su criticado discurso de Grenoble: la retirada de la nacionalidad francesa a todo aquel ciudadano naturalizado recientemente –menos de 10 años– que atentara contra la vida de un policía.
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