El reloj se paró, a primera hora de la tarde de ayer en París, para Muamar el Gadafi. Una amplia coalición internacional, liderada por Francia y el Reino Unido, con la significativa presencia de la Liga Árabe y cinco países de la región, decidió intervenir militarmente en Libia y frenar por la fuerza de las armas la contraofensiva lanzada por el dictador libio contra los rebeldes que reclaman democracia. El primer y más urgente objetivo: salir en defensa de la población de Bengasi, atacada por las tropas de Gadafi, quien decidió desafiar a las Naciones Unidas incumpliendo la exigencia de un alto el fuego inmediato.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, aglutinador de esta heteróclita coalición, fue el primero en anunciar al mundo desde el Elíseo la intervención militar multinacional. Y francés fue el primer disparo, a las 17.45h., lanzado por un cazabombardero Rafale contra una columna de blindados libios cerca de Bengasi. Británicos y norteamericanos se sumaron después a la ofensiva.
La cumbre relámpago de París, organizada de prisa y corriendo después de que el Consejo de Seguridad de la ONU autorizara el jueves por la noche el uso de la fuerza contra el régimen de Gadafi, reunió alrededor de la mesa a las Naciones Unidas, dos grandes organizaciones internacionales –Unión Europea y Liga Árabe– y a 18 países, entre los que por primera vez había cinco Estados árabes: Emiratos Árabes Unidos, Iraq, Jordania, Marruecos y Qatar. El aval y compromiso del mundo árabe con la intervención internacional en Libia, aunque parcial y fundamentalmente simbólico, era una condición imprescindible –a juicio de Francia y del Reino Unido– para evitar que la operación pudiera ser presentada como una iniciativa exclusivamente occidental.
Esta preocupación explica el discreto papel que ha decidido ejercer Estados Unidos. Los norteamericanos participaron ayer en las primeras acciones militares, pero políticamente han preferido quedar en segundo plano y dejar que franceses –sobre todo– y británicos asuman el liderazgo político. Al menos, de momento. Del mismo modo, la OTAN –como tal organización– ha quedado completamente fuera.
Al margen de EE.UU. y de Canadá por un lado, y de los países árabes citados por el otro, el resto de la coalición está integrada por Estados europeos, cuyo grado de compromiso es muy desigual. Así, algunos países, como Alemania –que se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad– o Italia, han anunciado que no participarán en las acciones militares. Al revés que España, que ha comprometido media docena de aviones, una fragata y un submarino. La participación de los demás –Bélgica, Dinamarca, Holanda, Grecia, Noruega y Polonia– se mantiene indefinida.
La coalición anti-Gadafi –o, por seguir la denominación oficial, “en apoyo del pueblo libio”– es una coalición a la carta, donde cada cual decide el grado de compromiso que quiere asumir. El comunicado final de la cumbre es, en consecuencia, significativamente ambiguo en lo que concierne a las medidas a adoptar para imponer la aplicación de la resolución 1973 de la ONU: ninguna alusión a la intervención militar consta en el texto consensuado.
La declaración realizada por Sarkozy a la salida de la reunión, en cambio, no dejó ningún asomo de duda. “El coronel Gadafi todavía está a tiempo de evitar lo peor conformándose sin tardanza y sin reserva a las exigencias de la comunidad internacional”, dijo. Lo peor ya ha llegado.
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