Un fuerte vendaval azota desde hace varios días la política francesa. Su nombre es Marine, Marine Le Pen. Y el temporal, a un año de las elecciones presidenciales, amenaza con causar graves daños. La nueva presidenta del ultraderechista Frente Nacional (FN), con su renovada imagen y sus viejas recetas, ha conseguido llevar el debate político a su terreno y ha empezado a escalar de forma vertiginosa en los sondeos de opinión. Algunos avezados analistas, como el veterano Alain Duhamel, ya lo habían vaticinado cuando la hija del furibundo fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, tomó el relevo de su padre el pasado mes de enero: “Es igual de dura, pero más temible”, dijo. Ha empezado a demostrarlo.
El empuje del nuevo Frente Nacional, que ha sustituido sus antiguos tics antisemitas por una doble ofensiva contra la inmigración y el islam –hábilmente teñida de defensa del Estado laico–, ha desbordado a los grandes partidos de la derecha y la izquierda, que no saben cómo responder. “Desde hace unos días, la extrema derecha fija el calendario mediático y político. Ya es hora de que esto acabe”, declaró ayer el primer ministro, François Fillon, en una tumultuosa sesión de preguntas al Gobierno de la Asamblea Nacional. Pretendía ser un reproche a la izquierda, a la vez que una implícita autocrítica. Pero sonó a una confesión de impotencia.
Un polémico y discutido sondeo, elaborado por el instituto Harris Interactive para Le Parisien-Aujourd'hui en France, ha venido esta semana a acabar de destrozar los nervios de unos y otros. La encuesta, realizada en dos oleadas, atribuye a Marine Le Pen una teórica intención de voto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de entre el 23% y el 24%, lo que la colocaría sorpresivamente en cabeza y aseguraría su pase a la segunda vuelta. Los socialistas, según este sondeo, quedarían probablemente descabalgados salvo si presentan como candidato al director general del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn. En tal caso, sería el actual presidente francés, Nicolas Sarkozy, el eliminado.
La solvencia de este sondeo ha sido abiertamente puesta en cuestión. Pero ha provocado un escalofrío en el espinazo de la UMP y el PS. La posibilidad de que pueda producirse un nuevo 21 de abril del 2002 –cuando el socialista Lionel Jospin, a la sazón primer ministro, fue derrotado por Jean-Marie Le Pen– se ha convertido de repente en una amenaza real. Toda vez que puede repetirse el mismo problema de atomización del voto. Un riesgo para la izquierda de nuevo. Pero, esta vez, para la derecha también.
El partido de Nicolas Sarkozy es el primero en no saber cómo responder a semejante ofensiva. La UMP va dando bandazos entre el ataque frontal y el más puro seguidismo. El presidente francés, muy preocupado por los votos que se le están yendo hacia el Frente Nacional –y que había hecho suyos en las presidenciales del 2007– es el primero en desorientar a su electorado. Un día anuncia la apertura de un arriesgado debate sobre el papel del islam en la República –aderezado con comentarios del tipo “yo no quiero minaretes en Francia”– y el otro accede, presionado por sus aliados centristas, a renunciar a una de sus iniciativas más radicales: la retirada de la nacionalidad francesa a quien atente contra un policía. Su eficacia práctica era nula, pero su fuerza simbólica enorme. Sarkozy lo anunció a bombo y platillo el verano pasado, uniendo conceptualmente criminalidad y extranjeros: quien atentara contra la vida de un policía perdería la nacionalidad francesa si la hubiera adquirido menos de 10 años antes. Frente a la oposición de los centristas y con el fin de no dividir a su propio campo, ha decidido dar marcha atrás.
El partido, lógicamente, está sometido al mismo estado de esquizofrenia, entre quienes critican abiertamente la aproximación a las tesis del FN –como el diputado Bernard Debré, que ha expresado su “miedo” por la situación– y quienes las abrazan, como la parlamentaria Chantal Brunel , que anteayer abogaba por “devolver a los barcos” a los inmigrantes clandestinos procedentes del Magreb.
En medio de toda esta agitación, la cota de popularidad de Nicolas Sarkozy sigue descendiendo con pertinaz constancia. La confianza de los franceses en su presidente es la más baja desde su elección en 2007 –entre el 22% y el 32% según los diferentes barómetros–, para inquietud creciente de sus partidarios.
No es, sin embargo, la UMP la única que tiene motivos de preocupación. Si el enorme desgaste de Sarkozy parece estar alimentando a la extrema derecha, apenas le aprovecha al PS, pese a ser el principal partido de la oposición, como constatan los sondeos con similar perseverancia. Los socialistas, difuminados por la ausencia de un candidato claro y una propuesta política definida, se muestran incapaces de seducir al electorado popular. Justo donde el FN está pescando.
“La ola azul marino” (La vague bleue marine), como reza el eslogan genérico del FN para las elecciones cantonales de los próximos 20 y 27 de marzo, jugando implícitamente con el nombre de pila de la líder del partido. puede convertirse en un tsunami.
No hay comentarios:
Publicar un comentario