Una gravedad impropia, completamente extranjera al mundo de la moda, una vaga tristeza, como de fin de época, ensombrecieron la presentación ayer, en el Museo Rodin de París, de la nueva colección prêt-à-porter de Dior para la temporada otoño-invierno. Era el último desfile de John Galliano, el excéntrico y –hasta ayer mismo– mundialmente venerado director artístico de la casa, despedido sin miramientos por haber proferido injurias de corte antisemita. El último desfile de un rey ausente, a quien Dior –accionista mayoritario, con el 90%– había forzado antes a anular el desfile de su marca personal, previsto para mañana.
Ninguna concesión a la ligeraza ni a la frivolidad hubo en la puesta en escena del desfile de Dior, desertado por las celebridades que habitualmente se agolpaban en las primeras filas. Sólo la top model Natalia Vodianova, a fin de cuentas alguien del mundillo, se atrevió a acercarse a aquel mausoleo y expresar su tristeza, Sin sonrisas, con el semblante serio, las modelos presentaron sobriamente la colección. Nada de pasillos después, nada de vítores y copas de champán. Nada había que celebrar y el backstage permaneció cerrado a cal y canto.
En ese estado de excepción, el presidente de Dior –cosa totalmente excepcional– salió al escenario antes de empezar el desfile para leer un comunicado de la casa de moda. “El hecho de que el nombre de Dior haya podido mezclarse, por medio de su diseñador, por brillante que sea, con afirmaciones intolerables nos resulta muy doloroso”, leyó Sidney Toledano, que aludía a las expresiones antisemitas y racistas lanzadas por Galliano, ebrio, en varios altercados recientes.
“Tales palabras son inaceptables, en nombre de nuestro deber de memoria, en nombre de todas las víctimas del Holocausto, en nombre del respeto a todos los pueblos, en nombre de la dignidad humana”, afirmó Toledano, quien –él mismo de origen judío sefardí– recordó que una hermana del fundador, Christian Dior, fue deportada al campo de concentración nazi de Buchenwald.
La caída fulgurante de John Galliano se gestó el jueves de la semana pasada, cuando en un incidente con una pareja en la terraza de un café del Marais el modisto –bajo los efectos del alcohol– lanzó presuntamente los insultos de “sucia judía” y “jodido hijo de puta asiático”. La pareja presentó una demanda, a la que enseguida se añadió otra por otro altercado similar. Pese a que Galliano se declaró inocente, el fiscal decidió enviarlo a juicio ante el Tribunal Correcional de París, que probablemente celebrará la vista antes del próximo verano. La dirección de Dior decidió en un primer momento suspender cautelarmente a su director artístico, pero la difusión por internet de un vídeo en que el diseñador alababa a Hitler y la exterminación de los judíos precipitó su despido.
Ayer, al final del desfile –en el que los asiduos creyeron ver la “sustancia” del estilo que Galliano ha inoculado en los últimos quince años en Dior, pero sin su “alma”– no fue la estrella, siempre sorprendente y extravagente, quien salió a saludar al público, sino una cuarentena de humildes batas blancas: los artesanos del taller de confección, artistas habitualmente anónimos expuestos excepcionalmente a la luz.
Una imagen resumió el momento: Igor Dewe, un performer habitual de los salones de moda, se plantó embutido en pieles en medio de la calle con una escueta pancarta de adiós. “The king is gone”. El rey se ha ido...
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