El patinazo es digno del Superagente 86. Pero en Francia nadie se ha reído. Especialmente en el Elíseo, donde todavía no dan crédito al esperpento ofrecido por la cúpula de Renault a cuenta del falso caso de espionaje industrial del que había sido presunta víctima el programa del vehículo eléctrico de la firma francesa, el plan estrella de las próximas décadas.
Después de poner el grito en el cielo, de arrastrar públicamente por el barro el nombre de tres directivos de la empresa –fulminantemente despedidos por alta traición– y de acusar de forma algo menos que velada a China de estar detrás de la conspiración, al final ha resultado que la dirección del principal fabricante automovilístico francés ha sido víctima de un engaño. “Un caso de Bibi Fricotin [en alusión a un popular personaje de cómic infantil, desfacedor de entuertos, de los años veinte], de agente secreto de tercera división”, como lo calificó con despectiva ironía el ministro del Presupuesto y Portavoz del Gobierno, François Baroin, quien consideró “anormal” que una “inmensa empresa” como Renault “haya caído en semejante amateurismo”. Demoledor para la imagen de Renault.
El caso, presentado como de una gravedad sin precedentes, fue aireado directamente por Renault el pasado mes de enero, al anunciar inopinadamente el despido de tres directivos por espionaje industrial: Michel Balthazard, miembro del comité de dirección y supervisor de los anteproyectos industriales de la empresa; su adjunto, Bertrand Rochette, y Mathieu Tenenbaum, director adjunto del programa del vehículo eléctrico, protestaron su inocencia en vano. El Gobierno francés no ocultó su irritación. Para ser que el Estado es el principal accionista de Renault –con el 15% del capital–, la dirección le tuvo totalmente al margen. El enfado, sin embargo, no le llevó a cuestionar la tesis oficial.
El origen del caso fue una denuncia anónima, enviada a diversos miembros de la dirección de Renault en el verano del 2010. La compañía la consideró suficientemente grave como para investigar su veracidad. Pero en vez de ponerla en conocimiento de la Dirección Central de Investigación Interior (DCRI) –contraespionaje–, lo dejó en manos de sus servicios internos de seguridad. Un error que se revelaría fatal.
La investigación oficial abierta después de que Renault destapara el caso –y presentara la lógica denuncia judicial– reveló pronto la inconsistencia de las acusaciones contra los tres directivos despedidos. La dirección de la empresa no disponía de ninguna prueba fehaciente en su contra. Sólo la presunta existencia, a nombre de los tres implicados, de tres cuentas bancarias en Suiza y Liechtenstein a través de las cuales –se suponía– recibían el pago de su hipotética traición. ¿Por cuenta de quién? ¿A cambio de qué información? Se ignoraba.
Para apuro de la dirección de Renault –y alivio de los tres acusados– pronto se descubrió que las citadas cuentas bancarias no habían existido nunca. Todo eran castillos en el aire. Como el caso del ex director de marketing de la empresa Philippe Clogenson , despedido a finales del 2009 por una acusación similar, y cuyo testimonio resultó capital para desenredar al final el ovillo.
¿Y qué se encontró en el corazón de la madeja? Una banal estafa. Así lo explicó el lunes pasado el fiscal jefe de París, Jean-Claude Marin, al dar cuenta de la detención, encarcelamiento y procesamiento del responsable de seguridad de Renault, Dominique Gevrey, quien habría cobrado 310.000 euros de la empresa para pagar a la anónima fuente que suministraba la información –cuya identidad únicamente él decía conocer– y habría pedido 924.000 euros más para obtener las pruebas documentales incriminatorias contras los tres directivos acusados en falso... La investigación sigue abierta, pero el fiscal dio definitivamente por abandonada la pista del espionaje.
El presidente de Renault, Carlos Ghosn, apareció esa misma noche en televisión para pedir excusas públicamente y ofrecer a los directivos represaliados su reingreso en la compañía o una indemnización “a la medida del perjuicio que han sufrido”. “Yo me equivoqué, nosotros nos equivocamos”, admitió Ghosn, quien anunció una auditoría interna sobre el sistema de seguridad de la compañía y ofreció como expiación la renuncia –por su parte y por parte del director general, Patrick Pélata– de la parte variable de sus remuneraciones correspondientes al 2010 y a todo beneficio de las stock-optios en el ejercicio del 2011. A cambio de conservar en su puesto –“por el bien de Renault”– a su número dos.
Es difícil que ello baste al ultrajado Gobierno francés. Los ministros de Economía y de Industria, Christine Lagarde y Eric Besson, advirtieron el jueves que la auditoría prometida por Renault debe dar lugar a “responsabilidades personales”. “Esto no es el fin de esta historia”, remachó Besson.
La ‘otra’ cuenta bancaria en Suiza
La investigación oficial sobre el falso caso de espionaje a Renault ha demostrado que ninguno de los tres directivos inculpados tenía cuentas bancarias en Liechtenstein y Suiza, en contra de lo denunciado por una fuente anónima. Quien al parecer sí la tiene, en la Banque Cantonale Vaudoise (Lausana), es el ex responsable de seguridad de Renault, Dominique Gevrey, quien habría recibido en ella una parte del dinero pagado por la compañía para recompensar las informaciones del anónimo denunciante.
China toma nota de la rectificación
China “ha tomado nota de la aclaración aportada por la compañía francesa”, afirmó lacónicamente la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Jiang Yu, tras las explicaciones del presidente de Renault, Carlos Ghosn, sobre el falso asunto de espionaje. Las acusaciones oficiosas a China por estar presuntamente detrás del espionaje a Renault estuvieron a punto de abrir una crisis diplomática entre China y Francia. El Gobierno chino calificó tales acusaciones de “irresponsables e inaceptables”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario