El primer ministro, François Fillon, convocó ayer una reunión extraordinaria en Matignon para analizar la situación creada en Japón y sus posibles efectos en Francia. Alrededor de la mesa estaban el ministro de Industria y los titulares de las carteras de Defensa, Gerard Longuet; Ecología, Nathalie Kosciusko-Morizet; Interior, Claude Guéant; Economía, Christine Lagarde, y Salud, Xavier Bertrand; así como los responsables de los diferentes organismos de control en materia de energía nuclear –ASN, ISN y CEA– y los dirigentes de las dos grandes empresas públicas del sector nuclear –EDF y Areva–.
Ninguna decisión operativa surgió de esta reunión. Y, a diferencia de lo anunciado anteayer por la canciller alemana, Angela Merkel, en ningún momento se planteó la necesidad de revisar las medidas de seguridad vigentes. “Francia, implicada en el desarrollo de la energía nuclear desde hace numerosos años, ha privilegiado siempre el máximo nivel de seguridad en la construcción y explotación de sus instalaciones”, expresó lacónicamente Matignon en un comunicado.
Adalid de la energía nuclear, que gusta de presentar como la solución para combatir la emisión de gases contaminantes y el cambio climático, y para garantizar la independencia energética de Francia –y más allá, de Europa–, Nicolas Sarkozy no es precisamente el más predispuesto a revisar un modelo que ha permitido crear en los últimos decenios un potente sector económico y tecnológico que exporta a todo el mundo. Impulsada por el general De Gaulle a partir de 1958 y reforzada en los años setenta a raíz de la crisis del petróleo, la apuesta por desarrollar la energía nuclear para uso civil ha llevado a Francia a convertirse en una de las grandes potencias atómicas mundiales. Con 58 reactores nucleares en funcionamiento –que generan el 80% de la producción electrica–, Francia sólo es sobrepasada por Estados Unidos.
El Gobierno francés intenta estos días tranquilizar a la población recordando que el riesgo de terremotos es mucho menor en Francia que en Japón –por no hablar de tsunamis– y asegurando que las centrales han sido diseñadas y construidas para resistir seísmos e inundaciones. Según el Instituto de Radioprotección y Seguridad Nuclear (IRSN) las zonas de mayor riesgo sísmico se sitúan en los Alpes, los Pirineos, la región montañosa del Jura y la cuenca del Rhin. Dos centrales serían, en este sentido, las más expuestas: Cadarache (Bocas del Ródano) y Fessenheim (Alto Rhin), preparadas para resistir –respectivamente– terremos de una potencia de 5,8 y 6,7 en la escala de Richter, con el epicentro a 7 y 34 kilómetros de distancia.
Mientras Eric Besson se esforzaba ayer en limitar la gravedad del accidente nuclear en Japón –y criticaba ásperamente a los ecologistas por su “catastrofismo”– el Quai d'Orsay aconsejaba a los ciudadanos franceses que, en la medida de lo posjble, abandonaran cautelarmente la región de Tokio. Por si acaso...
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