Francia sometió
durante 132 años a Argelia a un sistema de dominación “profundamente injusto y
brutal”. “Este sistema tiene un nombre, la colonización, y yo reconozco aquí
los sufrimientos que la colonización infligió al pueblo argelino”. Con estas
palabras, François Hollande asumió ayer ante los representantes de las dos
cámaras del Parlamento argelino la culpa original de Francia en la tumultuosa y
trágica historia que comparte con Argelia.
En lo que constituía el punto culminante de su primera
visita de Estado a Argelia, el presidente francés aludió –muy someramente– a la
sangrienta guerra de independencia, entre 1954 y 1962, y habló del deber de
explicar la verdad “sobre la violencia, sobre las injusticias, sobre las
masacres, sobre la tortura”. “Nada se construye en la disimulación, en el
olvido, y aún menos en la negación. La verdad no daña, repara, la verdad no
divide, une”, añadió. Pero sobre algunos de los aspectos mas sombríos de esta
verdad –cuya dilucidación atribuyó a los historiadores– pasó de puntillas.
Hollande, como ya había advertido la víspera, no hizo ningún
amago de pedir perdón o expresar arrepentimiento en nombre de Francia. Su
auditorio, reunido en el Palacio de las Naciones, aplaudió sobriamente, pero
sin entusiasmo. “El discurso no ha ocultado ni el pasado ni el futuro”, valoró
el ministro argelino de Exteriores, Mourad Medelci. Un juicio poco
comprometido... Su contenido no debió satisfacer tampoco a la decena de
partidos argelinos que, antes de la visita, habían denunciado “el rechazo de
las autoridades francesas de reconocer, excusar o indemnizar, materialmente y
moralmente, los crímenes cometidos por la Francia colonial en Argelia”.
Decepción expresó también la viuda de Maurice Audin, joven
comunista francés y militante anticolonialista torturado hasta la muerte en
1957 por militares franceses, que juzgó el discurso como “el mínimo del
mínimo”.
El discurso, presuntamente “histórico”, de Hollande había
generado grandes expectativas. Pero al final quedó lejos de lo esperado. Sus
palabras, extremadamente calibradas para no herir la enorme susceptibilidad que
existe también en Francia –entre los descendientes de los pied
noirs exiliados y de los antiguos combatientes indígenas del
ejército colonial, los harkis–, dejaron un cierto sentimiento
de déjà vu.
El propio presidente francés lo admitió indirectamente
cuando, en la conferencia de prensa del miércoles, inscribió su política de
acercamiento y reconciliación hacia Argelia en la “continuidad” de lo que,
antes que él, habían intentado sus antecesores, de Jacques Chirac a Nicolas
Sarkozy.
En efecto, las palabras pronunciadas por Hollande ayer en el
Palacio de las Naciones no eran estrictamente nuevas. En diciembre del 2007,
hace justo cinco años, Sarkozy había dicho algo muy parecido, al calificar
también el sistema colonial de “profundamente injusto” y reconocer que “se
cometieron crímenes terribles”. Como Hollande, su antecesor apeló al trabajo
común de los historiadores de ambos países, sentenciando que “para construir un
futuro mejor (había) que mirar el pasado cara a cara”.
También Sarkozy, como Chirac en el 2003 y Hollande ahora,
habló de abrir un nuevo capítulo en la historia común de ambos países y de la
voluntad de construir una asociación bilateral privilegiada. Lo que ayer era el
proyecto de un –nonato– tratado de amistad hoy es un documento marco de
trabajo. Pero su objetivo es el mismo. Habrá que ver si su futuro es también
idéntico.
Es cierto que Sarkozy partía con el lastre de la
desafortunada iniciativa de un grupo de parlamentarios de la UMP, en el 2005,
de reconocer por ley el “papel positivo” de Francia en el desarrollo de las
colonias del Norte de África y de Ultramar. En este sentido, las mismas
palabras pronunciadas por Hollande, comprometido desde su juventud con el
anticolonialismo –enfrentándose a su padre, un hombre de extrema derecha
partidario de la “Argelia francesa”–, suenan más sinceras.
Pero el hecho de que políticos tan diferentes, en ideología
y temperamento, como Sarkozy y Hollande se muevan en el mismo registro indica
que se ha alcanzado un techo. Ningún presidente francés, ni de derechas ni de
izquierdas, pedirá nunca perdón.
Hollande llamó ayer a respetar “todas las memorias”. Una
manera de subrayar que Francia tampoco está dispuesta a olvidar a sus propias
víctimas. Porque si los más de siete años de guerra causaron unos 400.000
muertos entre la poblacion argelina –la que pagó el mayor tributo–, del otro
lado perdieron la vida 30.000 soldados franceses, entre 15.000 y 30.000 harkis (soldados argelinos del ejército colonial) y
4.500 civiles europeos. Y cerca de un millón de franceses de Argelia se vieron
forzados a abandonar su tierra y partir a Francia.
La masacre de Setif
“El 8 de mayo de 1945, el mismo día en el que el mundo
triunfaba contra la barbarie, Francia faltaba a sus valores universales”. De
este modo, rememoró François Hollande la matanza de Setif, un hecho trágico que
marcaría definitivamente a sangre y fuego las relaciones entre Argelia y la
metrópoli. Aquel día, mientras la Alemania nazi se rendía militarmente a los
aliados, la represión de una manifestación nacionalista en Setif derivaría en
una masacre. La muerte por la policía francesa de un joven que enarbolaba una
bandera argelina desató la venganza de los argelinos, que asesinaron a un
centenar de franceses y europeos. La represión posterior fue de una ferocidad
inusitada: alrededor de 20.000 argelinos perdieron la vida en los bombardeos
aéreos y navales del ejército francés.