François Hollande parece
víctima de un sortilegio que le condena a cometer los mismos errores
que severamente había reprochado a su antecesor. El hoy presidente francés fue
el primero en censurar en su día a Nicolas Sarkozy por mezclar su vida privada
con su actividad pública. Y por intervenir a título personal en procedimientos
judiciales cuando, en su calidad de jefe del Estado, presidía el Consejo
Superior de la Magistratura y –de añadido– gozaba de absoluta impunidad legal.
Hollande, en un único gesto, ha cometido ahora las dos faltas que otrora le
parecieran tan insoportables. Una vez más, detrás del patinazo –que ha
levantado una buena polvareda política en Francia–, está su compañera
sentimental, Valérie Trierweiler.
El hecho puede parecer banal, pero deja de serlo cuando se
trata del presidente de la República: François Hollande hizo llegar el pasado
fin de semana una carta al Tribunal de Gran Instancia de París en la que apoya
la demanda por difamación presentada por Valérie Trierweiler contra los autores
de su biografía La Frondeuse (La revoltosa), los
periodistas ChristopheJakubyszyn –jefe de Política de TF1– y Alix Bouilhaguet
–gran reportera de France 2–, a quienes la Primera Dama reclama una
indemnización de 80.000 euros y 5.000 euros en concepto de gastos de abogado.
En su misiva, Hollande califica de “fabulaciones” las
afirmaciones de los periodistas según las cuales, entre 1994 y 1995, él habría
intentado aproximarse al entonces primer ministro Édouard Balladur por
mediación de Patrick Devedjian, ambos del RPR de Jacques Chirac. “La invención
no puede ser un método en un ensayo político, a menos que se presente como una
novela”, argumenta el presidente. Para guardar las formas, la carta,
manuscrita, no lleva ningún sello del Elíseo y está remitida desde el domicilio
particular de la pareja.
¿Por que tal empeño de Hollande en desmentir, aún a riesgo
de colocarse en mala situación, un pasaje tan aparentemente anodino? Porque es
el que aporta un barniz político a la revelación más explosiva –y más incómoda–
del libro: la supuesta relación sentimental que Valérie Trierweiler habría
mantenido con Patrick Devedjian –ex ministro antaño muy próximo a Sarkozy–
antes de iniciar su romance con el entonces primer secretario del Partido Socialista.
Es este pasaje, y no otro, el que desencadenó la demanda de Trierweiler por
difamación.
Para acabarlo de arreglar, el ministro del Interior, Manuel
Valls, envió por su parte otra carta al tribunal –ésta con el membrete oficial–
en la que desmiente algunas declaraciones que se le atribuyen en la biografía.
La defensa de los dos periodistas gritó escándalo. “La
separación de poderes ha sido violada. El presidente de la República es garante
de la independencia de la magistratura... Es absolutamente increíble”, comentó
a la entrada de la vista el abogado Olivier Pardo. La otra letrada, Florence
Bourg, vio en este gesto un intento de “presionar” al tribunal.
La derecha no dejó pasar tampoco la oportunidad de
manifestar su “estupefacción”. “Estoy muy, muy sorprendido de ver que un
presidente socialista que en el pasado nos había dado muchas lecciones de moral
se haya comprometido en un procedimiento judicial”, subrayó el presidente
autoproclamado de la UMP, Jean-François Copé.
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