Tenía que ser
una acción heróica, una audaz operación de salvamento de un centenar de niños
huérfanos de Darfur (Sudán), asolado por la guerra divil, para buscarles
refugio en Francia. Sólo que, en su mesianismo, al fundador de la organización
humanitaria Arca de Zoé, Eric Breteau, y a su compañera, Emilie Lelouch, no les
importó que los niños no fueran en realidad de Darfur –sino de Chad– y que
además tuvieran padres, engañados con premeditación con el señuelo de la
escolarización de sus retoños. ¿Qué más daba? ¿Dónde iban a estar mejor que en
Francia?
Detenidos en octubre del 2007 cuando se disponían a llevarse
clandestinamente a 103 niños chadianos en un avión, juzgados y condenados
después a trabajos forzados y finalmente indultados, la mayor parte de los
miembros del Arca de Zoé se sientan desde ayer de nuevo en el banquillo para
responder ante la justicia francesa de los presuntos delitos de estafa,
ejercicio ilícito de la actividad de intermediario para la adopción y ayuda a
la entrada irregular de menores extranjeros. A los cabecillas podría caerles
una pena de hasta 10 años de cárcel y 750.000 euros de multa.
Más allá de los daños morales infligidos a los niños
chadianos y a sus padres por sus presuntos salvadores, entre los perjudicados
por el Arca de Zoé hay también 358 familias francesas que se habían
comprometido a acoger y a adoptar a los niños, y que habían aportado dinero
para financiar la operación de rescate.
“Esperamos que se haga justicia, para poder pasar página”,
expresaba en la antesala del juicio una de las perjudicadas, Cécile Hervy,
quien expresó con voz apesadumbrada su sufrimiento: “Han arruinado cinco años
de nuestra vida”, afirmó. Muy lejos del tribunal de justicia, a más de 4.000 kilómetros ,
la madre de uno de los niños, Makiné Abderramane Yaya, expresaba su ira a los
enviados especiales de iTélé: “Quisieron robar a nuestros niños. No les
perdono. Aún hoy, cuando veo a un blanco, me siento intranquila”, explicaba.
Los dos principales inspiradores de lo que parecía una bella
acción, devenida un fiasco, Eric Breteau y Emilie Lelouch, no se sientan sin
embargo en el banquillo. Instalados –¿exiliados?– en Sudáfrica, donde gestionan
una casa de huéspedes y al parecer han fundado una compañía de circo –la
actividad profesional original de Lelouch–, la pareja ha hecho saber que no
tiene ninguna intención de acercarse por el tribunal ni responder a ninguna
pregunta, y han renunciado incluso a que su abogado les represente durante la
vista. La letrada, Cécile Lorenzon, defiende su buena fe: “Quizá se
equivocaron, pero nunca quisieron hacer daño. Son idealistas que estaban
animados por buenas intenciones”, afirmó. Pero, como decía el sabio San
Agustín, de buenas intenciones está el infierno empedrado.
Tras una corta deliberación, el tribunal consideró que era
posible proseguir el juicio en ausencia de los dos principales inculpados y,
por consiguiente, que no era preciso tomar ninguna medida coercitiva para
hacerlos comparecer. Las familias afectadas recibieron con enojo y decepción
esta decisión, por cuanto aleja toda posibilidad de comprender el por qué de lo
sucedido. Los otros cuatro imputados, que –ellos sí– se han presentado ante el
tribunal alegan haber ignorado lo que realmente se proponía hacer Eric Breteau,
que siempre les aseguró disponer de la autorización e incluso la ayuda de las
autoridades francesas. Ya puestos, apeló incluso al padrinazgo de la entonces
esposa del presidente francés –y fugaz Primera Dama– Cécilia Sarkozy, quien
poco antes se había implicado en la liberación de las enfermeras búlgaras
presas en la Libia del coronel Gadafi.
Philippe Van Winkelberg (médico), Alain Péligat (encargado
de logística), Agnès Peleran (periodista) y Christophe Letien (miembro de la
asociación que actuaba desde Francia) son los cuatro acusados en este juicio.
Salvo este último, los otros tres –y los dos ausentes– ya fueron condenados en
enero del 2008 por un tribunal de Djamena por intento de secuestro a ocho años
de trabajos forzados, que merced al convenio de cooperación judicial existente
entre Chad y Francia pudieron cambiar por el cumplimiento de ocho años de
cárcel en su propio país. Todos ellos quedaron en libertad tres meses después,
tras ser indultados por el presidente chadiano, Idriss Deby.
Condenados –e indultados– también en Chad, otros dos
miembros de la misión del Arca de Zoé no han sido inculpados en este nuevo
procedimientp. Se trata de la enfermera Nadia Mérimi y del bombero –que actuaba
como logista– Dominique Aubry. Este último se ha presentado como parte civil:
“Me mintieron. Quiero ser reconocido como una víctima y retaurar mi honor”.
Siete españoles enredados en la telaraña
Los miembros del Arca de Zoé se dirigían en varios vehículos
–con 103 niños a bordo– hacia el aeropuerto de Abeché, donde tenían previsto
tomar un avión en dirección a Francia, cuando fueron detenidos por las fuerzas
de seguridad chadianas. Era el 25 de octubre del 2007. Y en la telaraña
acabaron cayendo siete españoles que nada tenían que ver con la operación: se
trataba de los tripulantes del avión, un Boeing 757 de la compañía catalana
Girjet, contratado por Eric Breteau. La justicia chadiana acabó exculpando a
los siete, pero antes de eso, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, consiguió
la liberación de las cuatro azafatas, así como de tres periodistas franceses.
Sarkozy viajó personalmente a Yamena y llevó a las azafatas españolas en su
avión hasta al aeropuerto de Torrejón, antes de seguir hacia París.
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