martes, 4 de diciembre de 2012

De acción humanitaria a fiasco


Tenía que ser una acción heróica, una audaz operación de salvamento de un centenar de niños huérfanos de Darfur (Sudán), asolado por la guerra divil, para buscarles refugio en Francia. Sólo que, en su mesianismo, al fundador de la organización humanitaria Arca de Zoé, Eric Breteau, y a su compañera, Emilie Lelouch, no les importó que los niños no fueran en realidad de Darfur –sino de Chad– y que además tuvieran padres, engañados con premeditación con el señuelo de la escolarización de sus retoños. ¿Qué más daba? ¿Dónde iban a estar mejor que en Francia?

Detenidos en octubre del 2007 cuando se disponían a llevarse clandestinamente a 103 niños chadianos en un avión, juzgados y condenados después a trabajos forzados y finalmente indultados, la mayor parte de los miembros del Arca de Zoé se sientan desde ayer de nuevo en el banquillo para responder ante la justicia francesa de los presuntos delitos de estafa, ejercicio ilícito de la actividad de intermediario para la adopción y ayuda a la entrada irregular de menores extranjeros. A los cabecillas podría caerles una pena de hasta 10 años de cárcel y 750.000 euros de multa.

Más allá de los daños morales infligidos a los niños chadianos y a sus padres por sus presuntos salvadores, entre los perjudicados por el Arca de Zoé hay también 358 familias francesas que se habían comprometido a acoger y a adoptar a los niños, y que habían aportado dinero para financiar la operación de rescate.
“Esperamos que se haga justicia, para poder pasar página”, expresaba en la antesala del juicio una de las perjudicadas, Cécile Hervy, quien expresó con voz apesadumbrada su sufrimiento: “Han arruinado cinco años de nuestra vida”, afirmó. Muy lejos del tribunal de justicia, a más de 4.000 kilómetros, la madre de uno de los niños, Makiné Abderramane Yaya, expresaba su ira a los enviados especiales de iTélé: “Quisieron robar a nuestros niños. No les perdono. Aún hoy, cuando veo a un blanco, me siento intranquila”, explicaba.

Los dos principales inspiradores de lo que parecía una bella acción, devenida un fiasco, Eric Breteau y Emilie Lelouch, no se sientan sin embargo en el banquillo. Instalados –¿exiliados?– en Sudáfrica, donde gestionan una casa de huéspedes y al parecer han fundado una compañía de circo –la actividad profesional original de Lelouch–, la pareja ha hecho saber que no tiene ninguna intención de acercarse por el tribunal ni responder a ninguna pregunta, y han renunciado incluso a que su abogado les represente durante la vista. La letrada, Cécile Lorenzon, defiende su buena fe: “Quizá se equivocaron, pero nunca quisieron hacer daño. Son idealistas que estaban animados por buenas intenciones”, afirmó. Pero, como decía el sabio San Agustín, de buenas intenciones está el infierno empedrado.

Tras una corta deliberación, el tribunal consideró que era posible proseguir el juicio en ausencia de los dos principales inculpados y, por consiguiente, que no era preciso tomar ninguna medida coercitiva para hacerlos comparecer. Las familias afectadas recibieron con enojo y decepción esta decisión, por cuanto aleja toda posibilidad de comprender el por qué de lo sucedido. Los otros cuatro imputados, que –ellos sí– se han presentado ante el tribunal alegan haber ignorado lo que realmente se proponía hacer Eric Breteau, que siempre les aseguró disponer de la autorización e incluso la ayuda de las autoridades francesas. Ya puestos, apeló incluso al padrinazgo de la entonces esposa del presidente francés –y fugaz Primera Dama– Cécilia Sarkozy, quien poco antes se había implicado en la liberación de las enfermeras búlgaras presas en la Libia del coronel Gadafi.

Philippe Van Winkelberg (médico), Alain Péligat (encargado de logística), Agnès Peleran (periodista) y Christophe Letien (miembro de la asociación que actuaba desde Francia) son los cuatro acusados en este juicio. Salvo este último, los otros tres –y los dos ausentes– ya fueron condenados en enero del 2008 por un tribunal de Djamena por intento de secuestro a ocho años de trabajos forzados, que merced al convenio de cooperación judicial existente entre Chad y Francia pudieron cambiar por el cumplimiento de ocho años de cárcel en su propio país. Todos ellos quedaron en libertad tres meses después, tras ser indultados por el presidente chadiano, Idriss Deby.

Condenados –e indultados– también en Chad, otros dos miembros de la misión del Arca de Zoé no han sido inculpados en este nuevo procedimientp. Se trata de la enfermera Nadia Mérimi y del bombero –que actuaba como logista– Dominique Aubry. Este último se ha presentado como parte civil: “Me mintieron. Quiero ser reconocido como una víctima y retaurar mi honor”.


Siete españoles enredados en la telaraña

Los miembros del Arca de Zoé se dirigían en varios vehículos –con 103 niños a bordo– hacia el aeropuerto de Abeché, donde tenían previsto tomar un avión en dirección a Francia, cuando fueron detenidos por las fuerzas de seguridad chadianas. Era el 25 de octubre del 2007. Y en la telaraña acabaron cayendo siete españoles que nada tenían que ver con la operación: se trataba de los tripulantes del avión, un Boeing 757 de la compañía catalana Girjet, contratado por Eric Breteau. La justicia chadiana acabó exculpando a los siete, pero antes de eso, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, consiguió la liberación de las cuatro azafatas, así como de tres periodistas franceses. Sarkozy viajó personalmente a Yamena y llevó a las azafatas españolas en su avión hasta al aeropuerto de Torrejón, antes de seguir hacia París.





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