Muy
probablemente, si se les preguntara, la mayoría negarían ser o sentirse de
extrema derecha. Pero lo cierto es que más de una tercera parte de los
franceses expresan hoy una adhesión sin ambages a las ideas del Frente
Nacional (FN), un partido que de la mano de Marine Le Pen –ayudada por los
efectos de la crisis económica y el tacticismo de la derecha republicana– ha
dado un enorme salto en su proceso de normalización. Así lo ha puesto de
manifiesto un sondeo del instituto TNS Sofres –para Le
Monde, Canal Plus y France Info– hecho público ayer, donde el apoyo
a las ideas del FN alcanza el nivel más alto desde el año 1984, en que empezó a
realizarse este barómetro.
No es que el Frente Nacional se haya travestido
ideológicamente. En esencia, sigue transmitiendo las mismas ideas que en la
época de su fundador, Jean-Marie Le Pen, con un nuevo acento social –eso sí–
del que carecía el padre y –sobre todo– de otra forma. El cambio principal se
ha producido en el tono, en las maneras. Los frentistas, por poner un ejemplo,
ya pueden ser visceralmente antimusulmanes, que su líder expresa este
sentimiento revestido de una defensa de la laicidad republicana. Lo apuntó en
el momento de su elección como presidenta del FN, hace tres años, el analista
Alain Duhamel: “Marine Le Pen es tan dura como su padre, pero es más moderada
en las formas, lo que la hace mucho más temible”, escribía en el 2011.
El resultado de este trabajo de “desdiabolización” del
Frente Nacional ha dado sus frutos. En las elecciones presidenciales del 2012,
Marine Le Pen obtuvo el 18% de los votos y en las próximas elecciones europeas
de mayo el FN podría acabar como primer partido de Francia (las encuestas le
sitúan en cabeza, con una intención de voto del 23%)
¿Qué es lo que suscita una mayor adhesión entre los
franceses? En realidad, la oferta de siempre del FN: la defensa de los valores
tradicionales franceses, la exigencia de una mayor severidad judicial con la
delincuencia y un reforzamiento del poder de la policía, el rechazo a la
inmigración extranjera –juzgada excesiva–, la consideración de que se cede
demasiado al islam y a los musulmanes... La propuesta-bandera de la campaña de
las elecciones europeas de abandonar el euro como moneda y regresar al franco,
en cambio, suscita más bien frialdad, si no desconfianza.
Une vez más, es entre las clases populares donde el Frente
Nacional tiene más predicamento. Porque si las ideas frentistas prenden en el
34% del conjunto de los franceses –más aún entre los jóvenes (un 38%)–, esta
proporción asciende de forma espectacular al 53% entre los obreros.
Este proceso va parejo a un mayor reconocimiento de las
cualidades de Marine Le Pen como líder político y una mayor credibilidad del FN
como partido susceptible de participar en el Gobierno. Pero el camino aún no se
ha acabado: la mayoría de los franceses (54%) lo sigue viendo como una fuerza
de protesta y oposición. “La banalización del FN no está totalmente acabada”,
subrayaba ayer Emmanuel Rivière, director del departamento de estrategias de
opinión de TNS Sofres.
El éxito del Frente Nacional, al que el 31% de los
encuestados se dice dispuesto a votar –aunque siempre serán menos–, se inscribe
en un fenómeno más amplio de ascenso de las fuerzas nacionalistas, populistas y
xenófobas en toda Europa, del que el reciente referéndum a favor de restringir
la inmigración europea en Suiza es sólo el último ejemplo.
En Francia, esta orientación de una parte de la opinión
pública no se ha traducido sólo en el aumento de las expectativas de voto del
Frente Nacional, sino en la aparición de un amplio movimiento contestatario en
la calle, impulsado por una amalgama de grupos de ultraderecha en los que se
mezclan reaccionarios radicales, católicos fundamentalistas, militantes
antisemitas y activistas neonazis. Rebautizado como el Tea Party a
la francesa, esta galaxia de la protesta –que se ha significado en
contra del matrimonio homosexual y la ley de la Familia– actúa al margen de los
partidos tradicionales, FN incluido, y ha demostrado una gran capacidad de
movilización.
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