martes, 25 de febrero de 2014

Pintor antes que ministro

El silencio y la luz, esa luz matizada de París que tanto amaba y que captaba como pocos desde la ventana del salón de su casa, en el Quai de l'Hôtel de Ville, sobre las metálicas aguas del río Sena, se hacen corpóreos en todos los cuadros del desaparecido Xavier Valls, uno de los pintores catalanes más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Padre del hoy ministro francés del Interior, Manuel Valls, una muestra de la obra del artista barcelonés puede verse estos días, hasta el próximo 6 de marzo, en el Centre d'Études Catalanes de la Sorbona, en la capital francesa, en una exposición –“Xavier Valls. Sotto Voce”– organizada por la Fundació Vila Casas, cuya directora de arte, Glòria Bosch, es la comisaria, y el Institut Ramon Llull.

Tres de los cuadros de Xavier Valls (1923-2006) figuran en un lugar destacado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, junto a pintores realistas como Antonio López o Carmen Laffón. Una presentación que Valls, artista inclasificable e insumiso que siempre nadó a contracorriente, siguiendo su propia sensibilidad, nunca aceptó. “Yo no soy ni me considero un pintor realista, soy un figurativo que quiere trascender la realidad”, declaró una vez. Su objetivo era captar la belleza cotidiana, descubrir la poesía de las cosas simples, a partir del convencimiento de que “el objeto más humilde tiene un encanto que trasciende la realidad que estás mirando”.

Sus cuadros reproducen e interpretan los objetos y las personas de su vida cotidiana: bodegones, paisajes, retratos de su mujer, Luisa Galfetti, de sus hijos Manuel y Giovanna... Sus imágenes son estáticas y geométricas, iluminadas con una delicada luz tamizada, con colores pálidos y difuminados. “Una obra, además de lo que representa, tiene que tener un misterio”, opinaba. Sus pinturas transmiten ese misterio. Y una gran sensación de quietud.

Hijo menor del periodista Magí Valls, uno de los fundadores del diario católico El Matí, Xavier Valls recibió su iniciación artística de la mano del escultor Charles Collet, uno de los impulsores de la Escola Massana. Poco cómodo con la tendencia general hacia el arte abstracto, el ambiente artístico imperante en Barcelona acabó por asfixiarle. Su traslado en 1949 a París, donde acabó instalándose de forma permanente –aunque siempre mantuvo la casa familiar de Horta, donde murió a punto de cumplir 83 años– fue un medio de escapar al molde. “Hubo un malestar, que no sólo padecí yo, en los años 50 y 60, en que se impuso totalmente la abstracción. En París hubo años duros, pero en Barcelona era mucho peor, con capillitas que se odiaban”, dejó dicho en el libro “Escuchando a Xavier Valls”, de Miguel Fernández-Braso. En París, sus amigos Luis Fernández, Alberto Giacometti y Balthasar Klossowski (Balthus) le empujaron a seguir su propio camino.

Como escribió una vez el crítico Albert Mercadé, amigo del pintor: “Xavier Valls siempre se sintió un exiliado: en París, en Barcelona y principalmente en su estudio”. Su estudio no era otro que el salón del apartamento familiar, un lugar sagrado donde –recuerda su hijo Manuel– era de obligado cumplimiento un silencio de convento de clausura. Su mundo pictórico apenas se movió de allí y del París que veía a través de su ventana. El hoy ministro recuerda en su padre a un hombre distante y severo. Y desde luego exigente. Meticuloso y perfeccionista, realizaba una media de una docena de cuadros al año. “Es una pintura lenta, muy meditada donde a la hora de la verdad se tiene que juntar lo mental y lo emocional”, explicó él mismo.

En la capital francesa, Xavier Valls –como recuerda en su libro de memorias “La meva capsa de Pandora”, editado en el 2003– trabó amistad con numerosos artistas e intelectuales de la época. Además de los ya citados, trató con Tristan Tzara, María Zambrano, Alejo Carpentier, Jaime Valle Inclán, Vladimir Jankélevitch, José Bergamín, Antoni Tàpies, Louis Aragon o Fernand Léger… Y participó en diversos salones, donde obtuvo sus primeros premios. Entre sus galardones destacan la Medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes (1993) y el Premio Nacional de Artes Plásticas de la Generalitat (2000). El mismo año recibió en Francia el títullo de Comendador de la Orden de las Artes y las Letras. Aunque finalmente celebrado en todas partes, Xavier Valls siempre se sintió más reconocido en Francia que en España. Y más en Madrid que en Barcelona.


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