Las Femen, ese grupo de
feministas radicales de origen ukraniano que han hecho de la
provocación y la blasfemia su especialidad, parecían muy simpáticas a todo el
mundo cuando allá por el año 2008 se dedicaban a desafiar a pecho descubierto
el régimen autoritario y prorruso de Kiev. Pero cuando, una vez refugiadas en
Francia –donde han instalado su base de entrenamiento–, osaron profanar la
catedral de Notre Dame de París, las sonrisas se transformaron en muecas de
disgusto.
En las últimas semanas, y al calor de los movimientos
ultracatólicos y de extrema derecha que han ocupado las calles de la capital
francesa, se ha desatado una feroz campaña contra las Femen, a las que se acusa
poco menos que de constituir una secta satánica, y contra las que se reclaman
medidas drásticas, como la disolución de la organización y la expulsión de su
carismática líder, la ucraniana Inna Shevchenko.
La deriva antirreligiosa que han adoptado en los últimos
tiempos las acciones de las Femen, con sus irrupciones en Notre Dame –lo cual
las sentará en el banquillo de los acusados el próximo día 19– o en la iglesia
de la Madeleine –donde una activista simuló un aborto de la Virgen María–, les
ha hurtado muchos apoyos y ha abierto el camino a los ataques de los que hoy
son víctimas.
Como en el caso de la batalla contra el matrimonio
homosexual y el proyecto de ley de la Familia, la derecha tradicional y la
ultraderecha comparten, de nuevo, objetivo. Mientras la primera ataca a las
Femen desde las tribunas del parlamento y de la prensa, la otra lo hace en la
calle y a través de las redes sociales. El sábado pasado, unas 600 personas
–según la policía, 15.000 según los organizadores– se manifestaron en París
para exigir la prohibición de las Femen convocados por la Alianza General contra
el racismo y por el respeto de la identidad francesa y cristiana.
El diputado conservador Georges Fenech, de la Unión por un
Movimiento Popular (UMP), es el opositor más activo. Tras impulsar una campaña
para retirar el nuevo sello de correos con la imagen de Marianne –después de
que su autor, Olivier Ciappa, confesara públicamente que se había inspirada en
el rostro de Inna Shevchenko–, Fenech ha pedido ahora formalmente a la Misión
Interministerial de Vigilancia y lucha contra las derivas sectarias (Milivudes)
que tome cartas en el asunto. Según el diputado, las Femen presentan rasgos
propios de una secta: “contestación violenta del orden social y del orden
religioso establecido, profanación de lugares de culto, con métodos extendidos
en los movimientos satanistas, amenazas a las instituciones, ataques repetidos
contra la laicidad...”.
Le Figaro, el gran diario de la
derecha, ha multiplicado también últimamente las informaciones al respecto.
Incluyendo la relativa a un libro de próxima aparición escrito por una ex femen
“decepcionada” en el que denuncia el “comportamiento sectario” del grupo. Nada
que no pueda encontrarse –a tenor de los fragmentos que han trascendido– en
muchos partidos políticos... Inna Sevchenko, lejos de indignarse, lo reivindica:
“Femen no es una banda de amigas, sino un grupo militante. No nos juntamos para
ir de copas, sino para luchar. La atmósfera es marcial”. Y ella, la jefa.
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