En ocasiones basta un
gesto, un solo gesto, un gesto anodino ejecutado de forma espontánea e
irreflexiva, para cambiar el curso de los acontecimientos. Para salvarse. O
para perderse. El escritor austríaco Stefan Zweig lo explicó de forma magistral
en su libro “Momentos estelares dela humanidad”, donde repasaba instantes
fundamentales en los que la Historia cambió de rumbo.
La vida de las personas está llena de momentos así. Pierre
G. tendrá tiempo de reflexionar sobre ello en su celda de la cárcel de Nîmes
(sur de Francia), donde está detenido por varios delitos. En uno de ellos, un
atraco cometido en París el 27 de abril del 2013, ha sido identificado
gracias a los restos de ADN que dejó en la mejilla de la víctima... a quien a
modo de consuelo dió un beso.
Pierre G. seguramente no olvidará esa noche. Su víctima, que
el diario Le Parisien –que ha revelado el hecho–
rebautizó con el nombre falso de Anne, no podrá nunca apartarlo de su mente.
Gerente de una joyería en el distrito XX de París, ese día, un martes como
cualquier otro, Anne, de 56 años, cerró la tienda tras acabar su jornada
laboral y se dirigió a su domicilio, adonde llegó hacia las siete y media de la
tarde. Sólo que esta vez, dos encapuchados la estaban esperando en la escalera
y, tras sorprenderla, la forzaron a franquearles la entrada de su apartamento.
Una vez dentro, la amenazaron con quemarla viva si no les
comunicaba los códigos para desactivar la alarma de la joyería. Uno de ellos,
le virtió sobre la cabeza el contenido de una botella asegurándole que era
gasolina y que “si no cooperaba”, le prenderían fuego. Aterrorizada, la mujer
les dio toda la información que le pedían. Entonces, uno de los atracadores se
marchó hacia la joyería para hacerse con el botín, mientras el otro, Pierre G.,
se quedaba en el apartamento para tener controlada a la joyera.
Cuatro horas duró el secuestro de Anne, cuyo calvario acabó
conmoviendo a su vigilante. Antes de huir, Pierre G., de 20 años, le dió un
beso en la mejilla. “Para suavizar su traumatismo”, explicaría después de la
policía. Fue un error que le costaría caro.
Cuando los agentes de la policía desembarcaron en el piso de
Anne y la joyera les explicó lo que habia sucedido, decidieron intentar tomar
una muestra de la saliva del atracador en su mejilla, con la esperanza de que
fuera suficiente para identificarle a través del ADN. Lo que sólo es posible si
el autor ya ha sido detenido alguna vez (momento en que, desde hace unos años,
se toma sistemáticamente una muestra de la huella genética). Meses después, el
ADN del atracador del beso apareció identificado en la cárcel de Nîmes, donde
Pierre G. había ingresado preventivamente por otro supuesto delito.
El joven negó al principio toda participación en el
secuestro de la joyera de París, pero ante la contundencia de las pruebas en su
contra acabó confesando, aunque –eso sí– alegando que sólo había tenido un
papel secundario en el atraco. ¿Y el beso? El beso, explicó, fue por
compasión.
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