Un mar de fondo, hecho de
desconfianza y miedo, agita las aguas de Europa y amenaza con lanzar, la noche
electoral del 25 de mayo, una violenta advertencia a los dirigentes de la Unión
Europea. A caballo de una abstención que se presume histórica, los partidos
euroescépticos o directamente antieuropeos –en gran medida, pero no únicamente,
de extrema derecha– podrían doblar su representación en la cámara de
Estrasburgo y obtener alrededor de 200 diputados. Dicho de otro modo: una
cuarta parte del Parlamento Europeo podría acabar en manos de una ‘quinta
columna’ decidida a sabotear la construcción europea tal como se ha entendido
hasta ahora.
Las dos puntas de lanza de este fenómeno son el Frente
Nacional (FN) en Francia y el Partido de la Independencia del Reino Unido
(UKIP), en Gran Bretaña, que con un discurso radicalmente antieuropeo podrían
acabar siendo los partidos más votados en sus respectivos países y enviar a
Estrasburgo una veintena de europarlamentarios cada uno. Una representación
similar, aunque sin arrebatar al Partido Demócrata su condición de fuerza más
votada, podría obtener en Italia el Movimiento 5 estrellas del controvertido
Beppe Grillo.
Llevar como estandarte a Juana de Arco, la heroína mártir
que dirigió los ejércitos de Francia contra los ingleses, como hace el FN de
Marine Le Pen, no parece la mejor tarjeta de presentación para tratar de forjar
una alianza con el UKIP. Para el líder soberanista británico, Nigel Farage, sin
embargo, lo más indigesto del FN francés no son tanto sus evocaciones
patrióticas de la Doncella de Orléans como su herencia ultraderechista, que
hunde sus raíces en la Francia de Vichy. “El FN tiene un bagage, un pasado. Me
horroriza el nacionalismo extremo, yo soy un liberal clásico”, ha argumentado
para guardar distancias y mantenerse al margen de la coalición antieuropeísta
apadrinada por el FN. Y sin embargo, ambos partidos tienen rasgos en común.
Como otras fuerzas emergentes en Europa, el FN y el UKIP se
alinean con un radical soberanismo antieuropeo, que reivindica la salida o el
desmantelamiento de la UE, la recuperación de una política económica autónoma
–y el abandono del euro, en el caso de la extrema derecha francesa–, y un
reforzado control de las fronteras frente al fenómeno de la inmigración de
masas. Su discurso cala en importantes sectores de la sociedad francesa y
británica. Y, en cierto modo, se ve reforzado por los descarados coqueteos
euroescépticos de los tories y de una parte de la derecha
francesa.
No hace falta que el FN y el UKIP mantengan una sintonía
política total en todos los demás ámbitos para estar de acuerdo en estos puntos
básicos. Como lo están los otros socios con los que el FN ha conseguido aliarse
–el holandés Partido de la Libertad (PVV), de Geert Wilders; el austríaco
Partido Liberal (FPÖ), del desaparecido Joorg Haider; la italiana Liga Norte
(LN), de Umberto Bossi; el flamenco Vlaams Belang, de Bruno Valkeniers, en
Bélgica, y el Partido Nacional Eslovaco (SNS), de Andrej Danko– con el objetivo
de tratar de integrar un grupo parlamentario propio. Para lograrlo les hace
falta conseguir al menos 25 diputados procedentes de siete países diferentes.
De acuerdo con las proyecciones de los sondeos, todos estos
partidos obtendrán representación en Estrasburgo. Como lo consegurián también,
a priori, otras fuerzas claramente euroescépticas como la Alternativa por
Alemania (AfD) –que propugna dejar de financiar a los países de Europa del
Sur–, el Partido del Pueblo Danés (DF), los Verdaderos Finlandenses (PS), los
Demócratas Suecos (DS), los neonazis griegos de Alba Dorada (CA), el Movimiento
por una mejor Hungría (Jobbik) y el checo Ano 2011.
La pujanza de los grupos extremistas, nacionalistas y
populistas se alimentan naturalmente de la crisis económica, el paro y la
exclusión social, agravados por la intransigente política de austeridad dictada
desde Bruselas y Berlín –y que en algunos países ha despertado un cierto sentimiento
antigermánico–, pero también y fundamentalmente por un miedo difuso al mundo de
la globalización, percibido como una amenaza económica pero también
identitaria, y del que la UE se habría convertido en una suerte de caballo de
Troya. De ahí este fenómeno de repliegue hacia la falsa protección del viejo
estado-nación.
Eso explicaría, como ha apuntado el politólogo Jean-Yves
Camus, director del Observatorio de las Radicalidades Políticas (Orap), que el
populismo de extrema derecha no progrese en algunos de los países más
castigados por la crisis –“Es el caso de España, Portugal e Irlanda”, subraya–,
mientras que sí se produce en algunos países escandinavos, donde apenas hay
paro e inmigración extranjera, en lo que constituye –en palabras del sociólogo
Erwan Lecoeur– un “extremismo de la prosperidad”.
Para que esta constelación de partidos tan diferentes
pudiera conseguir marcar la agenda europea, haría falta que actuaran todos al
unísono. Lo cual es harto improbable. Pero su peso puede tener efectos desestabilizadores
insospechados. Algunos observadores, como el presidente de la Fundación
Schumman, Jean-Dominique Giuliani, llegan a apuntar una posible confluencia de
intereses con potencias extranjeras, como Rusia, con quien comparten “un odio
común a la UE”. Y advierte: “Los europeos tienen desde ahora verdaderos
enemigos a los que combatir”.
Luz verde a los neonazis griegos
El Tribunal Supremo de Grecia autorizó ayer al partido
neonazi Alba dorada a presentarse a las elecciones europeas, según anunció el
abogado de esta formación política, Pavlos Sarakis. La participación de los
neonazis en los comicios europeos había sido puesta en duda por el hecho de que
su jefe de filas, Nikólaos Michaloliákos, y otros cinco diputados estén en
prisión preventiva acusados de dirigir y pertenecer a una organización
criminal. Su detención, así como las investigaciones de la justicia griega
sobre otros parlamentarios del partido, es la consecuencia del asesinato en
septiembre del 2013 del rapero Pávlos Fýssas a manos de un militante de Alba
dorada. Pese a ello, el Tribunal Supremo ha considerado que, a falta de una
sentencia condenatoria, el partido podía presentarse a las elecciones. Los
neonazis griegos obtuvieron en las elecciones legislativas del 2012 un 7% de
los votos, y los sondeos le otorgan entre el 7,5% y el 8% en los comicios al
Parlamento Europeo. En cabeza, con el 26,2%, aparece la coalición radical de
izquierda Syriza, que dirige Alexis Tsipras.
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