lunes, 26 de mayo de 2014

Francia se entrega a la ultraderecha antieuropeísta

Francia vuelve a dar la espalda a Europa. Nueve años después del terremoto del 2005, cuando los franceses dijeron no a la Constitucion Europea, dinamitando el proceso de construcción de la Unión Europea, Francia volvió ayer a ser el epicentro de un fortísimo seísmo político. Por primera vez en su historia, los franceses –por acción y por omisión, pues la abstención alcanzó un 57%– se entregaron en las urnas a la extrema derecha. Y, con ello, abrazaron sus tesis eurófobas. El primer ministro, Manuel Valls –de luto, traje y corbata negras–, calificó en televisión el resultado de las elecciones europeas de “muy grave para la democracia, para Francia y para Europa”.

El Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen logró anoche un resultado histórico al obtener –según las primeras estimaciones, fruto de los sondeos– el 24,6% de los votos y quedar ampliamente en cabeza, sacando cuatro puntos de ventaja al principal partido de la derecha, la Unión por un Movimiento Popular (UMP) de Nicolas Sarkozy, con el 20,7%, y diez puntos al Partido Socialista (PS), con el 14,2%, en lo que supone una inapelable desautorización del presidente de la República, François Hollande. Nunca antes el FN había quedado en primer lugar en unas elecciones de ámbito nacional. Nunca el PS había caído tan bajo.

El FN se apresuró anoche a sacar un cartel en el que se reivindica como “el primer partido de Francia” y Marine Le Pen reclamó la dimisión del jefe del Gobierno, Manuel Valls, la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. Unas pretensiones –naturalmente abocadas al fracaso– con las que la líder de la extrema derecha busca erosionar la legitimidad democrática del poder socialista. Que el FN sea el primer partido de Francia es una presunción excesiva, puesto que su victoria –histórica, cierto– se asienta en una abstención colosal y ha sido favorecida por el hecho de que en Francia, como en muchos otros países de la UE, las elecciones europeas son percibidas como inocuas y, en consecuencia, abren la posibilidad de dar libre albedrío al mal humor. Con todo, el resultado de los comicios confirma y consolida el ascenso del FN y pone de relieve una corriente política de fondo.

El voto de los franceses ha sido un no a Europa. Un voto de profunda desconfianza, también, hacia la clase política y las instituciones democráticas francesas. Un voto de exasperación y cólera. Un voto de miedo, que busca refugio en el repliegue nacionalista y en las soluciones simples y demagógicas de la ultraderecha –restablecimiento de las fronteras, salida del euro, imposición de medidas proteccionistas– la respuesta a su angustia. La crisis, infinitamente más suave en Francia que en otros países europeos, está lejos de explicarlo todo. Los franceses tienen la sensación –cierta– de que Francia pierde pie en el nuevo mundo de la globalización y quieren creer desesperadamente en quienes prometen devolverle las viejas glorias.

Los dos grandes partidos franceses, el PS y la UMP, son los principales responsables del antieuropeísmo que se ha instalado en la sociedad francesa. Socialistas y conservadores llevan décadas culpando a Europa de todos sus problemas y fracasos, como si en las decisiones que se toman en Bruselas los franceses –que lo han manejado siempre todo, mano a mano, con los alemanes– no tuvieran absolutamente nada que ver. Que Nicolas Sarkozy critique las derivas y errores de la Unión Europea como si él no hubiera formado parte del tándem –Merkozy– que las impuso a todo el mundo demuestra de forma flagrante este doble lenguaje.

Marine Le Pen ha ganado en todos los frentes. Políticamente, puesto que su victoria es la culminación de su calculada estrategia de normalización y “desdiabolización” del FN, suicidariamente alimentada por la UMP, que lleva años jugando –y legitimando– el discurso de la ultraderecha sobre la identidad nacional, la inmigración o el islam. Y personalmente, puesto que su candidatura en la región Noroeste ha obtenido el respaldo del 32,6% de los votos.

Hollande y el PS reciben un severo castigo y habrá que ver si esta nueva derrota –tras la sufrida el pasado mes de marzo en las elecciones municipales– tiene consecuencias sobre el Gobierno. Valls lleva sólo dos meses en Matignon y sería abusivo achacarle el fracaso. Pero el ala izquierda del PS ha empezado a pedir ya responsabilidades y un cambio de orientación política.


Convulsión en la derecha

François Hollande está tocado y el Gobierno socialista, gravemente desestabilizado, por el resultado electoral de anoche. El ala izquierda del PS ya ha empezado a moverse, inquieta. Pero donde muy probablemente van a estallar primero las hostilidades es en la UMP. El ex primer ministro François Fillon, que ha roto con Nicolas Sarkozy y es un enemigo jurado del presidente actual del partido, Jean-François Copé, ya había advertido que una victoria del FN –o incluso su acercamiento a la UMP– abriría una situación “muy grave”, que obligaría a replantear la línea política del gran partido de la derecha.

“Necesitamos un cambio profundo”, declaró anoche Fillon, mientras algunos miembros del sector crítico reclamaban –de momento, en privado– la dimisión de Copé. Una de las figuras de mayor peso del partido, el exprimer ministro Alain Juppé, llamó por su parte a refundar la UMP mano a mano con el centro, que –presentándose esta vez en solitario– se ha llevado el 10% de los votos. Lo que está en cuestión es la herencia política misma de Nicolas Sarkozy y la acusada derechización que impuso a su partido para tratar de arañar votos al FN a base de jugar en su propio terreno, a riesgo de legitimarlo. Pero como ha sucedido en otros países y en otras circunstancias, puestos a elegir, los franceses también han preferido el original a la imitación.



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