En tono
combativo y determinado –poco habitual en él–, François Hollande se dirigió
anoche a los franceses por televisión para lamentar la victoria de la extrema
derecha en las elecciones europeas del domingo –que calificó de “dolorosa”–,
anunciar que piensa mantener el rumbo de las reformas iniciado por el Gobierno
y reclamar cambios en Europa para responder a la desconfianza de los
ciudadanos.
Provocación para algunos, ceguera para otros, el presidente
francés no tenía otra elección. Hollande gastó su último cartucho hace apenas
dos meses cuando –como respuesta a la derrota socialista en las elecciones
municipales de marzo–, puso a Manuel Valls al frente del Gobierno. “Para poder
hablar con voz fuerte, antes Francia debe ser fuerte”, afirmó Hollande, quien
insistió en la necesidad de mantener la línea de reformas: “No podemos
desviarnos, hemos de perseverar con constancia, tenacidad, coraje y rapidez”,
dijo. Su intervención, de cinco minutos y grabada previamente, difícilmente
habrá convencido al ala izquierda del PS, que le reclamaba un cambio de
orientación.
El presidente francés anunció asimismo que en el Consejo
Europeo de hoy, en Bruselas, planteará de nuevo la urgencia de dar “toda la
prioridad al crecimiento, al empleo y a la inversión”. Y de replantear el funcionamiento
de la Unión Europea, que se ha vuelto –dijo– “incomprensible”. “Europa debe ser
simple, clara y eficaz, y retirarse de donde no es necesaria –prosiguió–, Debe
preparar el futuro, proteger sus intereses y sus fronteras, sus valores y su
cultura”.
El domingo, la derrota de los socialistas adquirió
dimensiones catastróficas. Con apenas el 13,9% de los votos, por detrás del FN
(24,8%) y la Unión por un Movimiento Popular (UMP) (20,8%), nunca antes los
socialistas habían caído tan bajo. Y ni siquiera pueden consolarse esta vez –a
diferencia de las europeas del 2009– con el ascenso de Los Verdes. Los
ecologistas, que hace cinco años prácticamente les igualaron con un 16%, se han
quedado con el 8,9%.
El dato fundamental, en cualquier caso, es el fulgurante
ascenso del FN. Nunca antes la extrema derecha había ganado unas elecciones de
ámbito nacional en Francia, nunca antes había obtenido tanto apoyo: uno de cada
cuatro votos fueron para Marine Le Pen y los suyos. No hay hoy más franceses
que antes detrás del Frente Nacional. La abstención, que alcanzó el 57,6%, le
hurtó una parte sustancial de los votos conseguidos en las presidenciales: los
6,4 millones de sufragios recogidos por Le Pen (el 17,8%) en el 2012 se
redujeron el domingo a 4,7 millones. Pero los demás perdieron muchos más por el
camino. De modo que el FN, con 24 diputados, tendrá la mayor representación
francesa en la Eurocámara.
Marine Le Pen y la plana mayor del FN festejaron la noche
del domingo su espectacular victoria en un local elegido con calculada
intención: el Elysée Lounge, a apenas 200 metros del Palacio
del Elíseo. Más que una declaración de intenciones, era una declaración de
guerra. Alcanzado el objetivo de colocar al FN –ni que sea coyunturalmente–
como “primer partido de Francia”, Marine Le Pen acaricia ya su siguiente golpe:
el asalto al Elíseo en las elecciones presidenciales del 2017, en las que
podría repetir la hazaña de pasar a la segunda vuelta, como hizo su padre en el
2002. Esta vez, la víctima propiciatoria es Hollande, del que sólo el 11% de
los franceses quiere la reelección.
Marine Le Pen esgrimió
su victoria –que asimiló a una “revolución patriótica”– para reclamar la
disoplución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones legislativas
anticipadas. Pero, como era de esperar, el primer ministro, Manuel Valls, lo
descartó por completo.
El perfil de los votantes del Frente Nacional empezó a ser
dibujado ayer mismo por los institutos de sondeos. Y no ofreció grandes
sorpresas. El FN, según un estudio de Ipsos, ha obtenido sus mayores apoyos
entre las clases populares y los jóvenes. En estas capas del electorado, su
resultado ha superado el de la media del país: así ha sido entre los obreros
(43%), los empleados (38%), los parados (37%) y los menores de 35 años (30%).
La mayoría de sus votantes –el 69%– sostienen haber votado al FN más en clave
francesa, para castigar al presidente y al Gobierno, que en clave europea.
En la UMP, la derrota frente al FN ha reabierto la
guerra civil entre las facciones de Jean-François Copé y François Fillon. Los
seguidores del exprimer ministro y otras figuras del partido, como Alain Juppé,
reclaman un cambio de política y un giro al centro. La crisis se agudizó ayer
con nuevas revelaciones en el caso Bygmalion, la empresa de los amigos de Copé.
Acusada de presentar falsas facturas al partido por la organización de actos
inexistentes, el escándalo amenaza la posición de Copé y, más allá, de Nicolas
Sarkozy. El abogado de la sociedad, Patrick Masionneuve, salió ayer a la
palestra para admitir la existencia de las facturas falsas y puntualizar que
habían sido así pedidas por la UMP para enmascarar el pago de mítines de la
campaña electoral de Sarkozy en el 2012.
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