Marine Le Pen se
dispone a desembarcar hoy en Bruselas decidida a convertirse –con permiso del
euroescéptico británico Nigel Farage, del Partido de la Independencia del Reino
Unido (UKIP)– en la líder de una alianza antieuropea en el seno mismo del
Europarlamento. El objetivo de la presidenta del ultraderechista Frente
Nacional (FN) francés es constituir un grupo parlamentario propio con otras
fuerzas políticamente próximas, con el objetivo de tratar de bloquear toda
medida de orientación federal.
Pero a pesar de la amplitud del voto eurófobo en toda la
Unión Europea no le va a ser fácil. Para conseguirlo Le Pen precisa reunir 25
diputados –lo que no es problema, porque ya tiene 24 propios–, pero de siete
países diferentes. Y ahí es donde empiezan las dificultades, porque la
dispersión y la división están en el orden del día. Su primer problema es la
competencia del británico UKIP –con otros 24 parlamentarios–, con quien el
acercamiento es imposible, puesto que Farage no quiere saber nada del FN, y que
además puede sustraerle posibles apoyos. Los Demócratas Suecos, por ejemplo,
que han logrado dos diputados, dudan entre aliarse con el Frente Nacional, con
el UKIP o volar solos...
Entre los grupos con los que el FN tiene a priori más
posibilidades de aliarse están el Partido de la Libertad del holandés Geert
Wilders, el belga-flamenco Vlaams Belang y el FPÖ austríaco. “Hay toda una
serie de movimientos que a mi juicio están interesados en participar en una
gran fuerza política cuyo objetivo sea impedir todo nuevo avance hacia una
Europa federal”, afirmó Le Pen en una conferencia de prensa en la sede de su
partido en Nanterre, en la periferia oeste de París. La presidenta del FN
aprovechó para reclamar una “moratoria” sobre toda medida en este sentido,
reclamó la suspensión de las negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE
y el veto al futuro acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.
Marine Le Pen, embarcada desde que asumió el mando del FN en
el 2011 en una campaña de imagen para “normalizar” el partido fundado por su
padre –hasta el punto de negar ser de extrema derecha–, trazó ayer una línea
roja al descartar totalmente cualquier acuerdo con los partidos neonazis: desde
el griego Aurora Dorada hasta el alemán NPD, pasando por el húngaro Jobbik y el
búlgaro Ataka. A pesar de este cordón sanitario, la líder del FN está lejos de
convencer a todo el mundo, así en Francia como en Europa. El ministro alemán de
Finanzas, Wolfgang Schäuble, por ejemplo, no se anduvo ayer por las ramas al
calificar al Frente Nacional de partido “fascista”. “No sólo nuestros colegas
franceses, sino también nosotros, debemos pensar en qué error hemos cometido
cuando un cuarto del electorado vota a un partido extremista fascista”, afirmó
en Berlín.
Que el FN haya logrado por primera vez alzarse con casi el
25% de los votos en una elección de ámbito nacional en Francia –una cota
favorecida por la elevada abstención, pues casi perdió 1,7 millones de votos
respecto a las presidenciales del 2012– es fruto en gran medida de esta
normalización acelerada del partido, que incluye su aparición regular en los
medios de comunicación como cualquier otra fuerza política.
El perfil de los votantes del FN es básicamente el de
siempre. Según el instituto Ipos, el Frente Nacional obtuvo sus mejores
resultados entre los obreros (43%), los empleados (38%) y los parados (37%),
así como entre los menores de 35 años (30%). La mayoría de sus votantes -el
69%- sostiene haber votado al FN más para castigar al presidente François Hollande
y al Gobierno, que en clave europea. Lo más significativo es su nueva
implantación territorial: el domingo, el FN se salió de sus feudos
tradicionales.
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