Durante cinco años,
François Fillon (Le Mans, 1954) secundó y ejecutó como primer ministro
la política de Nicolas Sarkozy. Discretamente, casi en la sombra. Dos años
después de la derrota de la derecha en las presidenciales del 2012 y de la
lucha fratricida por el poder en el seno de la Unión por un Movimiento Popular
(UMP) –en la que fue derrotado, en medio de duras acusaciones de fraude, por Jean-François
Copé–, Fillon se siente liberado y aborda con determinación la carrera hacia la
nominación como candidato de la derecha a la presidencia de la República en el
2017.
“No volveré a optar a la presidencia de la UMP, se acabó. Mi
objetivo es recorrer Francia, hablar con la gente y proponer una auténtico
programa de ruptura”, explica a un grupo de corresponsales europeos. “Francia
es el único de los grandes países europeos –agrega– donde no se ha producido
ninguna ruptura en los últimos cuarenta años”. En el Reino Unido estuvo
Margaret Thatcher, en Alemania, Gerhard Schröder... ¿Y en Francia? Sarkozy
concurrió a las elecciones del 2007 prometiendo también la ruptura. Pero no la
consumó. A causa de la crisis financiera, primero –argumenta–, por motivos
acomodaticios después. Fillon lo explica con crudeza: “La voluntad de ruptura
desapareció en el presidente de la República, que sólo pensaba en la
reelección”.
Para no caer en la misma trampa, Fillon se propone –de ser
elegido– aprobar y aplicar de forma inmediata una decena de medidas potentes
para arrancar la economía: la eliminación de la semana laboral de 35 horas, la financiación
de la protección social por el Estado y no por las empresas, la instauración de
un nuevo contrato de trabajo o la reducción drástica del gasto público a través
de la disminución del número de funcionarios. “Tengo la convicción –dice– de
que los franceses están dispuestos a aceptar medidas difíciles, a condición de
que sean claras y se ejecuten sin titubeos”.
Lo que haga o deje de hacer Sarkozy no parece preocuparle.
En todo caso, no manifiesta ninguna obligación de lealtad hacia el
ex presidente, con quien no ha mantenido ningún contacto desde hace un año. La
ruptura llegó en el 2013, a
causa de la campaña de recaudación de fondos lanzada para cubrir el agujero
económico dejado por el rechazo del Consejo Constitucional a las cuentas de
campaña de las presidenciales. La utilización política que de ello hizo Sarkozy
fue la gota que colmó el vaso. “Yo soy católico, pero la mortificación tiene un
límite”, comenta con una sonrisa ladeada. Tras su apariencia de hombre
tranquilo y flemático, se esconde un amante del riesgo –que adora pilotar
bólidos en el circuito de Le Mans– con un fino y devastador humor británico.
El distanciamiento entre los dos hombres empezó pronto. No
sólo por sus diferencias de carácter –“Sarkozy busca la competición y si no
existe, la crea”, explica–, sino también por discrepancias en la orientación
política. Tras la derrota en las elecciones regionales del 2010. Fillon
consideró la posibilidad de dimitir, de renunciar. Pero no lo hizo ¿Por qué?
“Es una pregunta que me haré toda la vida”, confiesa.
“Europa me tentó”
En el 2009, antes de que José Manuel Durao Barrosos se
sucediera a sí mismo, Jacques Delors lanzó el nombre de Fillon como posible
presidente de la Comisión Europea. “Es una idea que sinceramente me tentó, pero
no era posible: a causa de la competencia entre Francia y Alemania, y porque
además Sarkozy no quería”, explica. El expresidente francés propuso una
personalidad fuerte, como Tony Blair o Felipe González, para presidir el
Consejo Europeo. Sin éxito: “Angela Merkel asesinó la idea en tres cuartos de
segundo”.
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