sábado, 24 de mayo de 2014

La doble ruptura de Fillon

Durante cinco años, François Fillon (Le Mans, 1954) secundó y ejecutó como primer ministro la política de Nicolas Sarkozy. Discretamente, casi en la sombra. Dos años después de la derrota de la derecha en las presidenciales del 2012 y de la lucha fratricida por el poder en el seno de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) –en la que fue derrotado, en medio de duras acusaciones de fraude, por Jean-François Copé–, Fillon se siente liberado y aborda con determinación la carrera hacia la nominación como candidato de la derecha a la presidencia de la República en el 2017.

“No volveré a optar a la presidencia de la UMP, se acabó. Mi objetivo es recorrer Francia, hablar con la gente y proponer una auténtico programa de ruptura”, explica a un grupo de corresponsales europeos. “Francia es el único de los grandes países europeos –agrega– donde no se ha producido ninguna ruptura en los últimos cuarenta años”. En el Reino Unido estuvo Margaret Thatcher, en Alemania, Gerhard Schröder... ¿Y en Francia? Sarkozy concurrió a las elecciones del 2007 prometiendo también la ruptura. Pero no la consumó. A causa de la crisis financiera, primero –argumenta–, por motivos acomodaticios después. Fillon lo explica con crudeza: “La voluntad de ruptura desapareció en el presidente de la República, que sólo pensaba en la reelección”.

Para no caer en la misma trampa, Fillon se propone –de ser elegido– aprobar y aplicar de forma inmediata una decena de medidas potentes para arrancar la economía: la eliminación de la semana laboral de 35 horas, la financiación de la protección social por el Estado y no por las empresas, la instauración de un nuevo contrato de trabajo o la reducción drástica del gasto público a través de la disminución del número de funcionarios. “Tengo la convicción –dice– de que los franceses están dispuestos a aceptar medidas difíciles, a condición de que sean claras y se ejecuten sin titubeos”.

Lo que haga o deje de hacer Sarkozy no parece preocuparle. En todo caso, no manifiesta ninguna obligación de lealtad hacia el ex presidente, con quien no ha mantenido ningún contacto desde hace un año. La ruptura llegó en el 2013, a causa de la campaña de recaudación de fondos lanzada para cubrir el agujero económico dejado por el rechazo del Consejo Constitucional a las cuentas de campaña de las presidenciales. La utilización política que de ello hizo Sarkozy fue la gota que colmó el vaso. “Yo soy católico, pero la mortificación tiene un límite”, comenta con una sonrisa ladeada. Tras su apariencia de hombre tranquilo y flemático, se esconde un amante del riesgo –que adora pilotar bólidos en el circuito de Le Mans– con un fino y devastador humor británico.

El distanciamiento entre los dos hombres empezó pronto. No sólo por sus diferencias de carácter –“Sarkozy busca la competición y si no existe, la crea”, explica–, sino también por discrepancias en la orientación política. Tras la derrota en las elecciones regionales del 2010. Fillon consideró la posibilidad de dimitir, de renunciar. Pero no lo hizo ¿Por qué? “Es una pregunta que me haré toda la vida”, confiesa. 


“Europa me tentó”

En el 2009, antes de que José Manuel Durao Barrosos se sucediera a sí mismo, Jacques Delors lanzó el nombre de Fillon como posible presidente de la Comisión Europea. “Es una idea que sinceramente me tentó, pero no era posible: a causa de la competencia entre Francia y Alemania, y porque además Sarkozy no quería”, explica. El expresidente francés propuso una personalidad fuerte, como Tony Blair o Felipe González, para presidir el Consejo Europeo. Sin éxito: “Angela Merkel asesinó la idea en tres cuartos de segundo”.




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