jueves, 29 de mayo de 2014

La frontera del Canal

Cientos de inmigrantes clandestinos se concentran frente al estrecho soñando con cruzar al otro lado. No se trata de Ceuta y Melilla, sino de la ciudad francesa de Calais, y el destino buscado no es España, sino el Reino Unido. En Francia, en el mismo corazón de Europa, las fronteras interiores subsisten e inmigrantes venidos de Afganistán, de Iraq, de Siria, de Libia, de Sudán, de Somalia, de Eritrea... acaban agolpados en Calais y otros puertos de la costa atlántica –Dunkerke, Boulogne-sur-Mer, Dieppe, Le Havre, Ouistreham, Cherburgo– para intentar alcanzar como sea la Gran Bretaña. Regularmente, los campamentos ilegales de los inmigrantes apostados en las proximidades son desmantelados por las autoridades francesas y tiempo después, indefectiblemente, vuelven a reaparecer. La última operación de este tipo se llevó a cabo ayer, cuando fuerzas antidisturbios de la Policía y la Gendarmería evacuaron y arrasaron tres de estos campos en Calais, en los que se concentraban en condiciones absolutamente insalubres alrededor de 700 inmigrantes.

Calais, el punto de paso principal, el de más tránsito, entre Francia y el Reino Unido, se ha convertido desde hace años en una etapa clave en las rutas de inmigración que atraviesan Europa. Calais es la puerta a las islas británicas. Una puerta cerrada, pero no infranqueable. Cada noche, grupos de inmigrantes intentan salvar las alambradas que protegen el puerto escondiéndose en algunos de los camiones que se dirigen hacia los ferries que cruzan el Canal de la Mancha. Organizado por redes clandestinas, el paso puede costar hasta 800 euros. Algunos lo logran, muchos otros son interceptados y devueltos. Desde principios de año, los guardias del puerto de Calais han interceptado a 3.000 clandestinos.

Incapaz de impedir la existencia de esta población flotante, Francia trata al menos de mantenerla controlada y limitada. De ahí que periódicamente se desmantelen campamentos ilegales. La decisión de acabar con los tres evacuados ayer fue tomada por el prefecto de Nord-Pas de Calais, Denis Robin, el pasado día 21, argumentando razones de salud pública, después de que las autoridades sanitarias hubieran detectado una epidemia de sarna.

Cuando las fuerzas de seguridad llegaron al lugar, algunos inmigrantes se habían ya marchado, pero aún quedaban 550. Tras el desalojo, las excavadoras lo arrasaron todo. A los inmigrantes se les invitó a montar en varios autobuses para ser trasladados a un centro donde poder tomar una ducha, cambiarse de ropa y medicarse contra la sarna, con la promesa de que no serían detenidos. Pero, temiendo una encerrona, se negaron a subir y se quedaron concentrados en una zona contigua donde, cada noche, las asociaciones de apoyo les sirven una cena caliente. La prefectura accedió a que pasen allí una o dos noches más, a condición de que luego se marchen.

¿Dónde? Este es el gran problema. Las autoridades francesas ofrecen alojamiento a todos aquellos que deseen solicitar asilo en Francia, pero casi nadie quiere. Todos buscan pasar al Reino Unido y tampoco aceptan ser alejados de Calais. Las asociaciones de ayuda a los inmigrantes critican al Gobierno francés por no ofrecer ninguna alternativa para alojar a los inmigrantes allí donde están. Pero la solución no es sencilla. En 1999, la Cruz Roja abrió un centro de acogida en Sangatte, junto a Calais, con capacidad para 800 personas, que acabó albergando a 1.800. En el 2002 fue cerrado tras un acuerdo entre París y Londres.


miércoles, 28 de mayo de 2014

La derecha francesa pierde la cabeza

La guerra es abierta en la derecha francesa. La humillante derrota de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) ante el Frente Nacional (FN) en las elecciones europeas y el escándalo de las facturas falsas vinculado a la campaña electoral de Nicolas Sarkozy en el 2012 ha abierto de nuevo las hostilidades entre las dos almas del partido. El primer choque se cobró ayer la cabeza del presidente de la UMP, Jean-François Copé, forzado a dimitir en una tensa reunión del buró político celebrada en la mañana de ayer en la Asamblea Nacional.

Los rivales de Copé, que a finales del 2012 se hizo con la jefatura del partido frente a François Fillon en medio de graves acusaciones de fraude, han conseguido finalmente su revancha. Pero ésta es provisional. Porque la gran batalla se librará en el congreso extraordinario que debe celebrarse el próximo octubre. Hasta entonces, el partido quedará en manos de un triunvirato integrado por tres ex primeros ministros: François Fillon, Alain Juppé y Jean-Pierre Raffarin. Unos supervisores muy particulares, puesto que los dos primeros aspiran indisimuladamente a encabezar la candidatura de la UMP al Elíseo en las presidenciales del 2017.

El detonante de la bomba –cargada por el FN– ha sido el escándalo vinculado a la sociedad Bygmalion, una agencia de comunicación propiedad de amigos de Copé que en los últimos años se ha llevado la parte del león de los contratos de la UMP en materia de comunicación y organización de actos. Limitado hasta ahora a un supuesto caso de favoritismo, el asunto adquirió el lunes una nueva dimensión cuando el abogado de la empresa, Patrick Maisonneuve, admitió públicamente que una de sus filiales había elaborado facturas falsas por valor de 11 millones de euros a petición de la UMP para evitar que los gastos de la organización de varios mítines fueran cargados sobre la campaña de Nicolas Sarkozy. Una manera de eludir los límites establecidos por la ley en materia de gasto electoral y que viene a añadirse a otras irregularidades en la misma línea que llevaron el año pasado al Consejo Constitucional a retirar al ex presidente toda subvención pública, creando un grave problema económico al partido. Este nuevo caso fue confirmado el mismo lunes, entre sollozos, por el número dos de Copé, Jérôme Lavrilleux, dejando en ese momento al presidente de la UMP al pié de los caballos.

Pero detrás de Copé es el mismo Nicolas Sarkozy quien puede caer atrapado por el escándalo y ver frustrada su operación retorno. El ex presidente francés, de visita ayer en Madrid, guarda un silencio sepulcral al respecto. Más allá de las ambiciones políticas personales, lo que se ventila aquí es la orientación ideológica y la práctica política de la UMP, que Sarkozy y los suyos –incluido Copé– han escorado en los últimos años hacia la frontera con la ultraderecha. Juppé, que los sondeos dan como favorito como alternativa a Sarkozy, planteó ayer mismo cuál es su camino: plantar cara al FN y recuperar la alianza histórica con el centro.


Le Pen quiere liderar la Europa del no

Marine Le Pen se dispone a desembarcar hoy en Bruselas decidida a convertirse –con permiso del euroescéptico británico Nigel Farage, del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP)– en la líder de una alianza antieuropea en el seno mismo del Europarlamento. El objetivo de la presidenta del ultraderechista Frente Nacional (FN) francés es constituir un grupo parlamentario propio con otras fuerzas políticamente próximas, con el objetivo de tratar de bloquear toda medida de orientación federal.

Pero a pesar de la amplitud del voto eurófobo en toda la Unión Europea no le va a ser fácil. Para conseguirlo Le Pen precisa reunir 25 diputados –lo que no es problema, porque ya tiene 24 propios–, pero de siete países diferentes. Y ahí es donde empiezan las dificultades, porque la dispersión y la división están en el orden del día. Su primer problema es la competencia del británico UKIP –con otros 24 parlamentarios–, con quien el acercamiento es imposible, puesto que Farage no quiere saber nada del FN, y que además puede sustraerle posibles apoyos. Los Demócratas Suecos, por ejemplo, que han logrado dos diputados, dudan entre aliarse con el Frente Nacional, con el UKIP o volar solos...

Entre los grupos con los que el FN tiene a priori más posibilidades de aliarse están el Partido de la Libertad del holandés Geert Wilders, el belga-flamenco Vlaams Belang y el FPÖ austríaco. “Hay toda una serie de movimientos que a mi juicio están interesados en participar en una gran fuerza política cuyo objetivo sea impedir todo nuevo avance hacia una Europa federal”, afirmó Le Pen en una conferencia de prensa en la sede de su partido en Nanterre, en la periferia oeste de París. La presidenta del FN aprovechó para reclamar una “moratoria” sobre toda medida en este sentido, reclamó la suspensión de las negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE y el veto al futuro acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.

Marine Le Pen, embarcada desde que asumió el mando del FN en el 2011 en una campaña de imagen para “normalizar” el partido fundado por su padre –hasta el punto de negar ser de extrema derecha–, trazó ayer una línea roja al descartar totalmente cualquier acuerdo con los partidos neonazis: desde el griego Aurora Dorada hasta el alemán NPD, pasando por el húngaro Jobbik y el búlgaro Ataka. A pesar de este cordón sanitario, la líder del FN está lejos de convencer a todo el mundo, así en Francia como en Europa. El ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, por ejemplo, no se anduvo ayer por las ramas al calificar al Frente Nacional de partido “fascista”. “No sólo nuestros colegas franceses, sino también nosotros, debemos pensar en qué error hemos cometido cuando un cuarto del electorado vota a un partido extremista fascista”, afirmó en Berlín.

Que el FN haya logrado por primera vez alzarse con casi el 25% de los votos en una elección de ámbito nacional en Francia –una cota favorecida por la elevada abstención, pues casi perdió 1,7 millones de votos respecto a las presidenciales del 2012– es fruto en gran medida de esta normalización acelerada del partido, que incluye su aparición regular en los medios de comunicación como cualquier otra fuerza política.

El perfil de los votantes del FN es básicamente el de siempre. Según el instituto Ipos, el Frente Nacional obtuvo sus mejores resultados entre los obreros (43%), los empleados (38%) y los parados (37%), así como entre los menores de 35 años (30%). La mayoría de sus votantes -el 69%- sostiene haber votado al FN más para castigar al presidente François Hollande y al Gobierno, que en clave europea. Lo más significativo es su nueva implantación territorial: el domingo, el FN se salió de sus feudos tradicionales.


martes, 27 de mayo de 2014

Hollande mantiene el rumbo

En tono combativo y determinado –poco habitual en él–, François Hollande se dirigió anoche a los franceses por televisión para lamentar la victoria de la extrema derecha en las elecciones europeas del domingo –que calificó de “dolorosa”–, anunciar que piensa mantener el rumbo de las reformas iniciado por el Gobierno y reclamar cambios en Europa para responder a la desconfianza de los ciudadanos.

Provocación para algunos, ceguera para otros, el presidente francés no tenía otra elección. Hollande gastó su último cartucho hace apenas dos meses cuando –como respuesta a la derrota socialista en las elecciones municipales de marzo–, puso a Manuel Valls al frente del Gobierno. “Para poder hablar con voz fuerte, antes Francia debe ser fuerte”, afirmó Hollande, quien insistió en la necesidad de mantener la línea de reformas: “No podemos desviarnos, hemos de perseverar con constancia, tenacidad, coraje y rapidez”, dijo. Su intervención, de cinco minutos y grabada previamente, difícilmente habrá convencido al ala izquierda del PS, que le reclamaba un cambio de orientación.

El presidente francés anunció asimismo que en el Consejo Europeo de hoy, en Bruselas, planteará de nuevo la urgencia de dar “toda la prioridad al crecimiento, al empleo y a la inversión”. Y de replantear el funcionamiento de la Unión Europea, que se ha vuelto –dijo– “incomprensible”. “Europa debe ser simple, clara y eficaz, y retirarse de donde no es necesaria –prosiguió–, Debe preparar el futuro, proteger sus intereses y sus fronteras, sus valores y su cultura”.

El domingo, la derrota de los socialistas adquirió dimensiones catastróficas. Con apenas el 13,9% de los votos, por detrás del FN (24,8%) y la Unión por un Movimiento Popular (UMP) (20,8%), nunca antes los socialistas habían caído tan bajo. Y ni siquiera pueden consolarse esta vez –a diferencia de las europeas del 2009– con el ascenso de Los Verdes. Los ecologistas, que hace cinco años prácticamente les igualaron con un 16%, se han quedado con el 8,9%.

El dato fundamental, en cualquier caso, es el fulgurante ascenso del FN. Nunca antes la extrema derecha había ganado unas elecciones de ámbito nacional en Francia, nunca antes había obtenido tanto apoyo: uno de cada cuatro votos fueron para Marine Le Pen y los suyos. No hay hoy más franceses que antes detrás del Frente Nacional. La abstención, que alcanzó el 57,6%, le hurtó una parte sustancial de los votos conseguidos en las presidenciales: los 6,4 millones de sufragios recogidos por Le Pen (el 17,8%) en el 2012 se redujeron el domingo a 4,7 millones. Pero los demás perdieron muchos más por el camino. De modo que el FN, con 24 diputados, tendrá la mayor representación francesa en la Eurocámara.

Marine Le Pen y la plana mayor del FN festejaron la noche del domingo su espectacular victoria en un local elegido con calculada intención: el Elysée Lounge, a apenas 200 metros del Palacio del Elíseo. Más que una declaración de intenciones, era una declaración de guerra. Alcanzado el objetivo de colocar al FN –ni que sea coyunturalmente– como “primer partido de Francia”, Marine Le Pen acaricia ya su siguiente golpe: el asalto al Elíseo en las elecciones presidenciales del 2017, en las que podría repetir la hazaña de pasar a la segunda vuelta, como hizo su padre en el 2002. Esta vez, la víctima propiciatoria es Hollande, del que sólo el 11% de los franceses quiere la reelección.

Marine Le Pen esgrimió su victoria –que asimiló a una “revolución patriótica”– para reclamar la disoplución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. Pero, como era de esperar, el primer ministro, Manuel Valls, lo descartó por completo.

El perfil de los votantes del Frente Nacional empezó a ser dibujado ayer mismo por los institutos de sondeos. Y no ofreció grandes sorpresas. El FN, según un estudio de Ipsos, ha obtenido sus mayores apoyos entre las clases populares y los jóvenes. En estas capas del electorado, su resultado ha superado el de la media del país: así ha sido entre los obreros (43%), los empleados (38%), los parados (37%) y los menores de 35 años (30%). La mayoría de sus votantes –el 69%– sostienen haber votado al FN más en clave francesa, para castigar al presidente y al Gobierno, que en clave europea.

En la UMP, la derrota frente al FN ha reabierto la guerra civil entre las facciones de Jean-François Copé y François Fillon. Los seguidores del exprimer ministro y otras figuras del partido, como Alain Juppé, reclaman un cambio de política y un giro al centro. La crisis se agudizó ayer con nuevas revelaciones en el caso Bygmalion, la empresa de los amigos de Copé. Acusada de presentar falsas facturas al partido por la organización de actos inexistentes, el escándalo amenaza la posición de Copé y, más allá, de Nicolas Sarkozy. El abogado de la sociedad, Patrick Masionneuve, salió ayer a la palestra para admitir la existencia de las facturas falsas y puntualizar que habían sido así pedidas por la UMP para enmascarar el pago de mítines de la campaña electoral de Sarkozy en el 2012.


lunes, 26 de mayo de 2014

Francia se entrega a la ultraderecha antieuropeísta

Francia vuelve a dar la espalda a Europa. Nueve años después del terremoto del 2005, cuando los franceses dijeron no a la Constitucion Europea, dinamitando el proceso de construcción de la Unión Europea, Francia volvió ayer a ser el epicentro de un fortísimo seísmo político. Por primera vez en su historia, los franceses –por acción y por omisión, pues la abstención alcanzó un 57%– se entregaron en las urnas a la extrema derecha. Y, con ello, abrazaron sus tesis eurófobas. El primer ministro, Manuel Valls –de luto, traje y corbata negras–, calificó en televisión el resultado de las elecciones europeas de “muy grave para la democracia, para Francia y para Europa”.

El Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen logró anoche un resultado histórico al obtener –según las primeras estimaciones, fruto de los sondeos– el 24,6% de los votos y quedar ampliamente en cabeza, sacando cuatro puntos de ventaja al principal partido de la derecha, la Unión por un Movimiento Popular (UMP) de Nicolas Sarkozy, con el 20,7%, y diez puntos al Partido Socialista (PS), con el 14,2%, en lo que supone una inapelable desautorización del presidente de la República, François Hollande. Nunca antes el FN había quedado en primer lugar en unas elecciones de ámbito nacional. Nunca el PS había caído tan bajo.

El FN se apresuró anoche a sacar un cartel en el que se reivindica como “el primer partido de Francia” y Marine Le Pen reclamó la dimisión del jefe del Gobierno, Manuel Valls, la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. Unas pretensiones –naturalmente abocadas al fracaso– con las que la líder de la extrema derecha busca erosionar la legitimidad democrática del poder socialista. Que el FN sea el primer partido de Francia es una presunción excesiva, puesto que su victoria –histórica, cierto– se asienta en una abstención colosal y ha sido favorecida por el hecho de que en Francia, como en muchos otros países de la UE, las elecciones europeas son percibidas como inocuas y, en consecuencia, abren la posibilidad de dar libre albedrío al mal humor. Con todo, el resultado de los comicios confirma y consolida el ascenso del FN y pone de relieve una corriente política de fondo.

El voto de los franceses ha sido un no a Europa. Un voto de profunda desconfianza, también, hacia la clase política y las instituciones democráticas francesas. Un voto de exasperación y cólera. Un voto de miedo, que busca refugio en el repliegue nacionalista y en las soluciones simples y demagógicas de la ultraderecha –restablecimiento de las fronteras, salida del euro, imposición de medidas proteccionistas– la respuesta a su angustia. La crisis, infinitamente más suave en Francia que en otros países europeos, está lejos de explicarlo todo. Los franceses tienen la sensación –cierta– de que Francia pierde pie en el nuevo mundo de la globalización y quieren creer desesperadamente en quienes prometen devolverle las viejas glorias.

Los dos grandes partidos franceses, el PS y la UMP, son los principales responsables del antieuropeísmo que se ha instalado en la sociedad francesa. Socialistas y conservadores llevan décadas culpando a Europa de todos sus problemas y fracasos, como si en las decisiones que se toman en Bruselas los franceses –que lo han manejado siempre todo, mano a mano, con los alemanes– no tuvieran absolutamente nada que ver. Que Nicolas Sarkozy critique las derivas y errores de la Unión Europea como si él no hubiera formado parte del tándem –Merkozy– que las impuso a todo el mundo demuestra de forma flagrante este doble lenguaje.

Marine Le Pen ha ganado en todos los frentes. Políticamente, puesto que su victoria es la culminación de su calculada estrategia de normalización y “desdiabolización” del FN, suicidariamente alimentada por la UMP, que lleva años jugando –y legitimando– el discurso de la ultraderecha sobre la identidad nacional, la inmigración o el islam. Y personalmente, puesto que su candidatura en la región Noroeste ha obtenido el respaldo del 32,6% de los votos.

Hollande y el PS reciben un severo castigo y habrá que ver si esta nueva derrota –tras la sufrida el pasado mes de marzo en las elecciones municipales– tiene consecuencias sobre el Gobierno. Valls lleva sólo dos meses en Matignon y sería abusivo achacarle el fracaso. Pero el ala izquierda del PS ha empezado a pedir ya responsabilidades y un cambio de orientación política.


Convulsión en la derecha

François Hollande está tocado y el Gobierno socialista, gravemente desestabilizado, por el resultado electoral de anoche. El ala izquierda del PS ya ha empezado a moverse, inquieta. Pero donde muy probablemente van a estallar primero las hostilidades es en la UMP. El ex primer ministro François Fillon, que ha roto con Nicolas Sarkozy y es un enemigo jurado del presidente actual del partido, Jean-François Copé, ya había advertido que una victoria del FN –o incluso su acercamiento a la UMP– abriría una situación “muy grave”, que obligaría a replantear la línea política del gran partido de la derecha.

“Necesitamos un cambio profundo”, declaró anoche Fillon, mientras algunos miembros del sector crítico reclamaban –de momento, en privado– la dimisión de Copé. Una de las figuras de mayor peso del partido, el exprimer ministro Alain Juppé, llamó por su parte a refundar la UMP mano a mano con el centro, que –presentándose esta vez en solitario– se ha llevado el 10% de los votos. Lo que está en cuestión es la herencia política misma de Nicolas Sarkozy y la acusada derechización que impuso a su partido para tratar de arañar votos al FN a base de jugar en su propio terreno, a riesgo de legitimarlo. Pero como ha sucedido en otros países y en otras circunstancias, puestos a elegir, los franceses también han preferido el original a la imitación.



domingo, 25 de mayo de 2014

Europa sin horizonte

Europa será alemana, a falta de ser suficientemente francesa. Y se construirá a espasmos, a falta de un horizonte. Las elecciones al Parlamento Europeo, que culminan hoy, consolidarán la hegemonía política de Berlín. No hay más que ver, para comprobarlo, la desenvoltura con la que se conduce la canciller alemana, Angela Merkel, al marcar el camino para la elección-designación del futuro presidente de la Comisión Europea, que podrá ser –o no– el candidato del partido más votado, pero a quien ya se le está marcando cómo y con quien deberá gobernar. La gran coalición entre conservadores y socialdemócratas que rige Alemania va a trasladarse también a Bruselas, bajo la mirada atenta de la cancillería.

Estas elecciones van a poner a prueba la nueva arquitectura institucional de la Unión Europea y el reforzado papel del Europarlamento, a quien corresponde la última palabra en el nombramiento del presidente de la Comisión. ¿Será respetado por los Estados el espíritu –que no la letra, bastante ambigua– del tratado de Lisboa? ¿O todo seguirá cociéndose de madrugada en las opacas reuniones del Consejo Europeo? Dicho de otro modo, ¿prevalecerá el objetivo de reforzar la legitimidad democrática de la Unión o seguirá siendo básicamente un asunto entre Gobiernos?

El resultado de las elecciones debería también determinar la línea que debería seguir la política económica para sacar a Europa de la crisis, recobrar el crecimiento económico –más átono aquí que en ninguna otra parte del mundo– y disminuir el paro, que en los países del sur alcanza cotas espeluznante. La izquierda aboga por poner fin a la rígida política de austeridad impuesta hasta ahora y fomentar la actividad económica con inversiones, mientras la derecha mantiene la idea de que sólo el saneamiento de las finanzas públicas y la adopción de reformas estructurales pueden cimentar un crecimiento sólido y duradero a largo plazo.

Sin embargo, es difícil imaginar que el advenimiento de un cambio. Los grandes siguen manejando los hilos y los equilibrios de fuerzas en el seno de la UE van a seguir siendo los mismos. La crisis del euro colocó a Alemania al frente del timón –al principio, a regañadientes– porque era el único país con la suficiente potencia y solidez económica para ofrece garantías de estabilidad y apaciguar a los mercados financieros que amenazaban con hacer explotar la zona euro. Y en el timón sigue, sin que su socio histórico, Francia, su cómplice imprescindible en la construcción europea, demuestre el suficiente peso económico –y político– para corregir este desequilibrio.

Nicolas Sarkozy enmascaró su debilidad bajo el paraguas de Merkozy. François Hollande ni siquiera ha conseguido eso. Llegado al Elíseo con la promesa de dar un golpe de timón en Europa, el presidente francés ha tenido que plegarse a la evidencia de que París no tiene ya la fuerza –ni el coraje– para señalar el camino y marcar el ritmo. En su competencia económica con Alemania, Francia ha perdido pie y en una década se ha colocado en una posición subalterna. A nivel político, el rotundo no de los ciudadanos en el referéndum de la Constitución Europea en el 2005, ha maniatado a los dirigentes franceses, coartados por una visión defensiva de Europa.

Hablando de la crisis del euro, hace dos años, Jacques Delors advirtió: “Frente a una crisis, es necesario el bombero, pero también el arquitecto”. Merkel y Sarkozy, primero, Merkel y Hollande, después, respondieron como bomberos. Y, en este sentido, la constitución de la Unión Bancaria –un paso que profundiza la integración de la zona euro– es sobre todo fruto de la necesidad.

Ahora bien, si algo se echa en falta, es una visión, una idea, un proyecto de futuro que le dé a Europa el alma de la que carece. No parece tenerla Angela Merkel, una mujer de la antigua RDA encerrada en una visión demasiado estrecha y economicista. No la tienen tampoco, desde luego, los líderes franceses. No hay más que leer las tribunas publicadas en las últimas semanas por François Hollande (el 9 de mayo) y Nicolas Sarkozy (el 22) para comprobar hasta qué punto carecen de ideas y las propuestas que ponen sobre la mesa son siempre, indefectiblemente, alicortas.

El excanciller Helmut Schmidt, artífice junto al francés Valéry Giscard d’Estaing de los mayores avances de la Unión Europea, emitió un juicio muy duro al respecto. Aludiendo a los primeros europeístas, dijo: “Algunas personalidades, hoy desaparecidas, veían lejos. Ni Merkel ni Hollande se les pueden comparar. Su horizonte de pensamiento no sobrepasa la próxima elección”.


Francia: pulso entre la derecha y la extrema derecha

François Hollande sólo tiene una opción: elegir la mejilla en la que prefiere recibir la bofetada del electorado francés. Los socialistas, que ya recibieron un severo correctivo en las elecciones municipales del pasado mes de marzo, se disponen a sufrir otro. Nadie espera ninguna sorpresa. Todos los sondeos vaticinan que el Partido Socialista (PS) quedará en tercer lugar, con entre el 16% y el 17% de los votos. Un resultado parecido al del 2009, sólo que esta vez los ecologistas –que entonces le igualaron– se han desfondado y no puede atribuírseles la responsabilidad de la derrota. Como atrevido sería cargársela a Manuel Valls, que no lleva ni dos meses como primer ministro.

En estas circunstancias todo se centra en el pulso por la victoria que mantienen el principal partido de la derecha, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), y el ultraderechista Frente Nacional (FN), que podría convertirse por primera vez en el partido más votado en una elección de alcance nacional. Casi todos los sondeos apuestan por el triunfo de Marine Le Pen, por un escaso margen de uno o dos puntos. Pero bien podría ser al revés. Para el ex primer ministro François Fillon, poco importa: “Si nos ganan, tendrá una gran fuerza simbólica, pero si quedan justo por detrás nuestro, será igualmente grave”, opina.



sábado, 24 de mayo de 2014

La doble ruptura de Fillon

Durante cinco años, François Fillon (Le Mans, 1954) secundó y ejecutó como primer ministro la política de Nicolas Sarkozy. Discretamente, casi en la sombra. Dos años después de la derrota de la derecha en las presidenciales del 2012 y de la lucha fratricida por el poder en el seno de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) –en la que fue derrotado, en medio de duras acusaciones de fraude, por Jean-François Copé–, Fillon se siente liberado y aborda con determinación la carrera hacia la nominación como candidato de la derecha a la presidencia de la República en el 2017.

“No volveré a optar a la presidencia de la UMP, se acabó. Mi objetivo es recorrer Francia, hablar con la gente y proponer una auténtico programa de ruptura”, explica a un grupo de corresponsales europeos. “Francia es el único de los grandes países europeos –agrega– donde no se ha producido ninguna ruptura en los últimos cuarenta años”. En el Reino Unido estuvo Margaret Thatcher, en Alemania, Gerhard Schröder... ¿Y en Francia? Sarkozy concurrió a las elecciones del 2007 prometiendo también la ruptura. Pero no la consumó. A causa de la crisis financiera, primero –argumenta–, por motivos acomodaticios después. Fillon lo explica con crudeza: “La voluntad de ruptura desapareció en el presidente de la República, que sólo pensaba en la reelección”.

Para no caer en la misma trampa, Fillon se propone –de ser elegido– aprobar y aplicar de forma inmediata una decena de medidas potentes para arrancar la economía: la eliminación de la semana laboral de 35 horas, la financiación de la protección social por el Estado y no por las empresas, la instauración de un nuevo contrato de trabajo o la reducción drástica del gasto público a través de la disminución del número de funcionarios. “Tengo la convicción –dice– de que los franceses están dispuestos a aceptar medidas difíciles, a condición de que sean claras y se ejecuten sin titubeos”.

Lo que haga o deje de hacer Sarkozy no parece preocuparle. En todo caso, no manifiesta ninguna obligación de lealtad hacia el ex presidente, con quien no ha mantenido ningún contacto desde hace un año. La ruptura llegó en el 2013, a causa de la campaña de recaudación de fondos lanzada para cubrir el agujero económico dejado por el rechazo del Consejo Constitucional a las cuentas de campaña de las presidenciales. La utilización política que de ello hizo Sarkozy fue la gota que colmó el vaso. “Yo soy católico, pero la mortificación tiene un límite”, comenta con una sonrisa ladeada. Tras su apariencia de hombre tranquilo y flemático, se esconde un amante del riesgo –que adora pilotar bólidos en el circuito de Le Mans– con un fino y devastador humor británico.

El distanciamiento entre los dos hombres empezó pronto. No sólo por sus diferencias de carácter –“Sarkozy busca la competición y si no existe, la crea”, explica–, sino también por discrepancias en la orientación política. Tras la derrota en las elecciones regionales del 2010. Fillon consideró la posibilidad de dimitir, de renunciar. Pero no lo hizo ¿Por qué? “Es una pregunta que me haré toda la vida”, confiesa. 


“Europa me tentó”

En el 2009, antes de que José Manuel Durao Barrosos se sucediera a sí mismo, Jacques Delors lanzó el nombre de Fillon como posible presidente de la Comisión Europea. “Es una idea que sinceramente me tentó, pero no era posible: a causa de la competencia entre Francia y Alemania, y porque además Sarkozy no quería”, explica. El expresidente francés propuso una personalidad fuerte, como Tony Blair o Felipe González, para presidir el Consejo Europeo. Sin éxito: “Angela Merkel asesinó la idea en tres cuartos de segundo”.




viernes, 23 de mayo de 2014

Europa, frente a la tentación de las fronteras

El Roude-Léiw, que en luxemburgués –la lengua germánica hablada en Luxemburgo– significa León Rojo, realiza cruceros de recreo en la zona fronteriza del río Mosela. En sus escalas figura la ciudad de Schengen, que da nombre a los acuerdos –firmados en 1985 y 1990– por los que se estableció la libre circulación en Europa y la supresión de las fronteras interiores. Veintiséis países forman parte hoy del llamado Espacio Schengen, todos los de la Unión Europea –salvo el Reino Unido, Irlanda, Bulgaria, Rumanía, Chipre y Croacia– más Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein. La presidenta del partido de ultraderecha francés Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, subió el 16 de mayo al Roude-Léiw y, una vez a las puertas de Schengen, cogió un ejemplar del tratado y lo tiró simbólicamente a una papelera. “La desaparición total de las fronteras es una de las faltas más criminales de la Unión Europea”, sentenció.

Schengen... Probablemente, la mayoría de los ciudadanos europeos no sabe exactamente qué significa tal nombre. Pero en algunos países de la UE es presentado como monstruo de cien cabezas, origen de todos los males. Y fundamentalmente uno: la inmigración extranjera. Así lo esgrime la extrema derecha, los grupúsculos soberanistas e incluso una parte de la derecha republicana. El ex presidente Nicolas Sarkozy, siempre dispuesto a jugar en las fronteras ideológicas del Frente Nacional, publicó ayer en Le Point una tribuna con motivo de las elecciones europeas en la que la propuesta más llamativa era justamente la suspensión inmediata del tratado de Schengen.

En su artículo, pretendidamente europeísta pero en el que revisita todos los hits del discurso euroescéptico –inmigración descontrolada, pérdida de la identidad nacional, burocracia de Bruselas...–, el ex presidente de la República considera que el acuerdo de Schengen no funciona y que es conveniente revisarlo. “Hay que reemplazarlo por un Schengen II, al que los países sólo podrían adherirse después de haber adoptado una misma política de inmigración”. Restrictiva, claro.

Mientras países como España e Italia, confrontados a una creciente presión migratoria en sus fronteras exteriores –así en Ceuta y Melilla, como en Lampedusa–, reclaman un mayor compromiso de la Unión Europea en un problema que es común, y se enfrentan en este sentido a la indiferencia de Alemania –para quien cada palo debe aguantar su vela–, los países adonde se dirige después gran parte de esta corriente migratoria parecen menos preocupados por las fronteras exteriores que por las interiores.

El último informe de la agencia europea encargada de la cooperación en materia de control de las fronteras exteriores, Frontex, presentado la semana pasada, constata un notable incremento de la presión migratoria y de la entrada de inmigrantes ilegales. Según sus cálculos, el año pasado entraron irregularmente en Europa 107.400 personas –entre ellas, 25.000 sirios–, un 48% más que el anterior. mientras que las peticiones de asilo –354.000– aumentaron asimismo un 30%. Y una vez en Europa, ¿qué hacen? ¿dónde van? El mismo informe apunta que el mayor incremento de extranjeros presentes de forma clandestina se ha dado en Francia (+26%) y en Alemania (+24%)

Si Sarkozy denuncia Schengen –en línea con lo que plantea su partido, la UMP, pero aún más radical– es porque, a su juicio, el sistema actual permite “a un extranjero penetrar en el espacio Schengen y después, una vez cumplida esta formalidad, escoger el país donde las prestaciones sociales son más generosas”. “No hemos querido Europa –añade– para que se organice un 'dumping' social y migratorio en detrimento casi sistemático de Francia”. Porque a ver, ¿dónde si no van a querer instalarse los inmigrantes? ¿Qué otro destino puede ser mejor, si hasta los alemanes, para subrayar el colmo de la dicha, hablan de ser “feliz como Dios en Francia”? El temor a ser invadidos por una marea de extranjeros, incluidos aquí los comunitarios, ha arraigado fuertemente en los franceses. Cuando no es el “fontanero polaco” –la amenaza esgrimida en la campaña del referéndum europeo del 2005–, son los gitanos del Este, los 'roms'...

Pero los franceses no son los únicos. Los británicos no van a la zaga. El temor a una avalancha de trabajadores rumanos y búlgaros a partir del 1 de enero de este año fue esgrimida meses atrás por el primer ministro, David Cameron, y sigue presente en el discurso del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP). El problema aquí, sin embargo, no es Schengen. Basta acercarse a la Gare du Nord, en París, y ver las alambradas que protegen las vías del Eurostar para comprobar que el problema de la inmigración supera las fronteras.


“Monseñor Ébola lo arregla en tres meses”

A sus 85 años –de los cuales ha pasado 30 en los bancos del Parlamento Europeo clamando contra Europa–, Jean-Marie le Pen mantiene intacta su natural inclinación a la provocación. La última atañe a la cuestión de la inmigración. Hablando del problema de la “explosión demográfica” en el mundo y las consecuencias que ello puede tener sobre los flujos migratorios hacia Europa, el fundador y presidente de honor del Frente Nacional proclamó: “Monseñor Ébola puede arreglar esto en tres meses”, en alusión a la enfermedad infecciosa que está rebrotando de forma alarmante en el oeste de África. El comentario de Le Pen suscitó las lógicas críticas en Francia, pero también fuera. El populista holandés Geert Wilders –aliado del FN en estas elecciones– lo juzgó “ridículo” y se felicitó de que al frente del partido esté hoy su hija.







jueves, 22 de mayo de 2014

Cuando los trenes no caben en la estación...

Lo de construir un pabellón deportivo para las competiciones olímpicas de voleibol que luego resulta inútil por tener el techo demasiado bajo –fue en 1992, en Barcelona– no es algo que pase únicamente al sur de los Pirineos. Al norte se producen fiascos de dimensiones parecidas. Los franceses descubrieron ayer, estupefactos, que la compañía ferroviaria estatal SNCF había encargado cerca de 2.000 nuevos trenes para la red regional cuyas dimensiones –son 20 centímetros más anchos que los actuales, entre otras cosas para facilitar el acceso de las personas en silla de ruedas– hace que no puedan pasar por numerosas estaciones.

El error obligará a 'limar' un total de 1.300 andenes –el 15% del total– y gastar 50 millones de euros. Los responsables del patinazo lo saben desde hace tiempo. De hecho, las obras de adaptación empezaron el año pasado y en 300 casos ya están incluso finalizadas. Pero lo habían mantenido bien callado. Hasta que ayer el semanario Le Canard Enchaîné lo acabó destapando.

Los nuevos trenes fueron encargados, de acuerdo con las administraciones regionales, en el 2009 para afrontar el notable aumento del número de usuarios de los trenes regionales TER. La SNCF firmó con este fin un contrato-marco por 3.000 millones de euros para la adquisición de cerca de 2.000 nuevos convoyes, de los que hasta ahora se ha formalizado el encargo de 341 trenes: 182 del grupo francés Alstom y 159 del canadiense Bombardier. En ambos casos, los nuevos trenes son 20 centímetros más anchos que los actuales. Demasiado para las estaciones más viejas.

Los máximos responsables de la SNCF, Guillaume Pépy, y de la empresa pública Red Ferroviaria de Francia (RFF), Jacques Rapoport, atribuyeron esta “disfunción” al hecho justamente de que la responsabilidad sobre el mantenimiento de la red y la explotación del servicio de transporte esté separada en dos empresas, sin por ello dar una explicación clara sobre el origen del error. Y trataron de quitarle importancia, subrayando que la compra de nuevos trenes implica siempre una adaptación de la infraestructura.

No fue de la misma opinión el secretario de Estado de Transportes, François Cuvillier, quien calificó lo sucedido de “rocambolesco” y de “cómicamente dramático”, y ordenó a los presidentes de ambas empresas públicas que presenten un informe sobre las causas de este desastre. La ministra de la Ecología, Segolène Royal, consideró “consternante” el error y la ponente general del Presupuesto en la Asamblea Nacional, la socialista Valérie Rabault, pidió incluso la dimisión del presidente de la SNCF. “Somos el hazmerreir de la prensa internacional”, se lamentó.

El líder de la oposición conservadora, el presidente de la UMP, Jean-François Copé, lamentó también un hecho que juzgó “kafkiano”. Pero no cargó las tintas. A fin de cuentas, el contrato data de la época de Nicolas Sarkozy.


miércoles, 21 de mayo de 2014

Sobres para sus señorías

Un nuevo escándalo amenaza con desestabilizar a la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de Nicolas Sarkozy, a sólo cinco días de la votación de las elecciones europeas, en las que el gran partido de la derecha francesa podría ser rebasado por el ultraderechista Frente Nacional. El foco del problema se encuentra, en esta ocasión, en el Senado. La fiscalía de París ha abierto una investigación judicial por los posibles delitos de desvío de fondos públicos, abuso de confianza y blanqueamiento, por parte del grupo de la UMP en la cámara alta, según reveló ayer el diario Le Parisien. La instrucción, confiada al juez René Cros, debe clarificar el presunto desvío de 400.000 euros de las arcas del Senado hacia los bolsillos de varios senadores conservadores a través de dos asociaciones políticas de carácter no lucrativo.

La primera señal de alerta la dió Tracfin, la célula anti-banqueamiento del Ministerio de Economía, en junio del 2012, tras haber detectado movimientos sospechosos de dinero entre dos asociaciones políticas: la Unión Republicana del Senado (URS) y el Círculo de Reflexión y Estudios sobre los Problemas Internacionales (Crespi) entre el 2009 y el 2012. La fiscalía encargó entonces una investigación preliminar a la policía judicial, cuyas averiguaciones han llevado ahora a designar a un juez instructor.

Según lo conocido hasta ahora, la URS libró cheques por valor de 210.000 euros a una treintena de senadores de la UMP, y transfirió 70.000 euros más al Crespi. En el mismo periodo, de las cuentas de ambas asociaciones fueron retirados en efectivo 113.000 y 60.000 euros respectivamente. Los investigadores sospechan que ese dinero pudo servir para sufragar gastos electorales de los senadores.

El presidente del Senado,el socialista Jean-Pierre Bel, reaccionó inmediatamente subrayando que la investigación “no cuestiona el correcto funcionamiento presupuestario” de la cámara alta. Otra cosa es la UMP. Un diputado conservador, Lionel Tardy, salió ayer a la palestra para reclamar la “máxima transparencia” sobre el funcionamiento y las cuentas del partido, puestas seriamente en entredicho últimamente por diversos escándalos.

La UMP es objeto de otra investigación judicial por el presunto trato de favor dado a una sociedad especializada en comunicación por parte de la dirección del partido. La citada sociedad, Event & Cie, era filial de una empresa –Bygmalion– de la que son accionistas dos amigos del presidente de la UMP, Jean-François Copé, y presuntamente habría hinchado facturas de la organización de actos electorales. 


martes, 20 de mayo de 2014

Mirando hacia Berlín

La pregunta lanzada por la periodista italiana Monica Maggioni en los últimos minutos del debate de Eurovisión con los cinco candidatos a presidir la Comisión Europea –una pregunta saludablemente incómoda– proyectó una sombra de escepticismo: ¿Y si al final ninguno de los cinco, y en particular los dos únicos con posibilidades –el conservador Jean-Claude Juncker y el socialdemócrata Martin Shulz–, acaba siendo designado presidente del Ejecutivo comunitario? La duda ofende, vinieron a decir, porque ello tiraría por la borda la imagen democrática que la Unión Europea pretende proyectar al mundo y, sobre todo, a sí misma. Pero la duda es legítima. Pues, a pesar de las prerrogativas crecientes del Parlamento Europeo, los Estados siguen manejando los hilos.

El Tratado de Lisboa, en vigor desde el 2009, establece que el nuevo presidente de la Comisión –cargo que José Manuel Durao Barroso deja vacante tras dos mandatos–, debe ser propuesto por los jefes de Estado y de Gobierno “teniendo en cuenta las elecciones al Parlamento Europeo” y obtener después el apoyo de la mayoría absoluta de la cámara. Se deduce que el candidato debería pertenecer al partido ganador de los comicios, pero como bien ha recordado la canciller alemana, Angela Merkel, ello “no es automático”. Ni obligado. Si ningún candidato reúne una mayoría suficiente, todo es posible.

La verdadera cuestion, sin embargo no se reduce al nombramiento. ¿Podrá cabalmente el futuro presidente de la Comisión Europea –como el del Consejo Europeo, por otra arte– tomar ninguna iniciativa de importancia sin telefonear antes a Berlín y París, por este orden? Los cambios introducidos en la arquitectura institucional de la UE no parecen permitirlo. Como tampoco parece propiciarlo la personalidad de los dos principales candidatos, por muy europeístas que ambos sean, que lo son: el luxemburgués Juncker debe su designación como candidato del Partido Popular Europeo (PPE) a los democristianos alemanes y el germano Schulz está prisionero del pacto de gobierno que su partido mantiene en Alemania con los conservadores. En el horizonte parece dibujarse, pues, una versión europea de la Gran Coalición supervisada por Berlín.

De una forma o de otra, la hegemonía prusiana en la nueva Europa surgida de la crisis atraviesa el debate de estas elecciones europeas, ya sea desde un punto de vista económico o político. En el primer caso, la izquierda de todo el continente –más combativamente la izquierda radical liderada por el griego Alexis Tsipras, más moderadamente los socialistas– se opone a la rígida política de austeridad dictada por la cancillería y, como un eco, por Bruselas. En el segundo caso, lo que se cuestiona es eldesequilibrio político mismo que se deriva de la preeminencia alemana. Y ello es particularmente así en Francia.

“En 1940 llegaron con los Panzer, ahora vienen con el euro”, proclamó un euroescéptico francés –germanofóbico– al inicio de la crisis del euro. Con otras palabras, el diario Le Figaro alertaba ayer en su editorial de portada –titulado “Las victorias de Angela Merkel”– del riesgo de que la nueva UE surgida de estas elecciones comporte una “marginación de Francia”. Construida sobre todo por y para los dos hermanos enemigos –cuyas querellas han ensangrentado Europa durante los siglos XIX y XX–, la Europa unida es fundamentalmente un asunto franco-alemán.

Cierto, nada se puede hacer sin la contribución decisiva de los otros grandes: Reino Unido, Italia, España y Polonia. España, en particular, se ha erigido con el tiempo en un aliado fundamental para Francia, el país con el que –al margen de colores políticos y fuera del periodo de José María Aznar, que mantuvo unas relaciones execrables con Jacques Chirac– más coincidencias de puntos de vista y de intereses tiene.

Pero a fin de cuentas Europa depende del motor franco-alemán. El problema es que ya no funciona como antaño –la sintonía de los Schmidt-Giscard y Kohl-Mitterrand es sólo un recuerdo– y que en la pareja cada vez rige menos la divisa castellano-aragonesa de “tanto monta, monta tanto”. Merkozy fue en este sentido un espejismo. Nicolas Sarkozy tuvo un papel moderador fundamental en la pareja que formó con Angela Merkel, a quien logró arrancar algunas concesiones. Pero la batuta la tenía Alemania, y Francia, lastrada por una economía renqueante y una ciudadanía crecientemente euroescéptica, se vio empujada a un papel subalterno. Y ahí sigue. François Hollande llegó en el 2012 anunciando un cambio de rumbo en Europa. El único que ha cambiado de rumbo ha sido él. Vigilado de cerca por Berlín.



domingo, 18 de mayo de 2014

Todos contra Boko Haram

Lo primero es salvar a la chicas, las más de 270 estudiantes secuestradas el pasado 14 de abril en el nordeste de Nigeria por un grupo islamista radical y amenazadas de ser vendidas como esclavas. Lo segundo, establecer una coalición africano-occidental para acabar con los autores de esta acción, la organización terrorista Boko Haram, considerada una amenaza para toda la región. El presidente francés, François Hollande, reunió ayer con este fin en el Elíseo a sus homólogos de Nigeria, Goodluck Jonathan, y de los cuatro países africanos limítrofes –Benín, Thomas Boni Yayi; Níger, Mahamadu Isufu; Chad, Idriss Deby, y Camerún, Paul Biya–, escoltado por el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy; el jefe del Foreing Office británico, William Hague, y la subsecretaria adjunta de Asuntos Políticos de Estados Unidos, Wendy Sherman.

Si Francia, que ya ha intervenido como gendarme internacional en Mali y la República Centroafricana, ha vuelto a tomar la batuta política en este asunto, pese a que Nigeria es una ex colonia británica, ha sido para forzar la cooperación de los otros cuatro países, todos ellos pertenecientes a la llamada Françafrique, con algunos de los cuales –en particular Camerún– las autoridades nigerianas mantenían hasta ahora unas relaciones execrables.

Los servicios de información militares de Estados Unidos, Reino Unido y Francia trabajan ya desde hace días, en colaboración con el Gobierno de Nigeria, para tratar de encontrar a las chicas secuestradas. Los franceses han puesto asimismo a disposición de las autoridades nigerianas los medios militares que tiene desplegados en Chad y en Níger, pero –como subrayó ayer Hollande al término de la cumbre– no está previsto enviar tropas extranjeras a Nigeria, una posibilidad que este país ha descartado totalmente.

Los países occidentales han presionado fuertemente a Goodluck Jonathan para que se tomara en serio el problema de las chicas secuestradas –al que durante quince días no pareció dar mayor importancia– y, posteriormente, para que aceptara explorar una posible negociación con Boko Haram. Después de que el líder de la organización terrorista, Abubakar Shekau, presentara un vídeo con una parte de las secuestradas y propusiera un canje, las autoridades de Abuya rechazaron todo diálogo. Pero después acabaron abriendo la puerta. La cumbre de ayer sirvió a Hollande para insistir al presidente nigeriano en la necesidad de resolver el problema por la vía de la negociación y evitar una acción militar que –a la vista de la manera de actuar del ejército nigeriano– podría acabar en una masacre.

Pero más allá del caso concreto –y espeluznante– del secuestro de las muchachas, el objetivo de la reunión era poner las bases de una alianza africana para combatir conjuntamente y erradicar a Boko Haram. El presidente francés insistió mucho en esto y subrayó la importancia del “plan de acción a medio plazo” acordado ayer en el Elíseo. Hollande remarcó que Boko Haram mantiene contactos con todos los grupos terroristas que actúan en África, particularmente Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), y consideró que el peligro que representa trasciende las fronteras de Nigeria: “La amenaza es grave, para la región, para África y, en consecuencia, para Europa”, dijo.Francia quiere que Boko Haram, que ya ha sido incluida por Estados Unidos en su lista de organizaciones terroristas, sea también declarada como tal por las Naciones Unidas.

“Estamos aquí para declarar la guerra de Boko Haram”, afirmó al presidente de Nigeria, quien aseguró estar asimismo “plenamente comprometido en la búsqueda de las chicas, estén donde estén”. El presidente chadiano Deby –uno de los principales aliados políticos y militares de París en la zona– llamó por su parte a “acabar con el terrorismo que está gangrenando la región”. Y el camerunés Paul Biya recordó, por su lado, que la organización había lanzado una ataque terrorista esta misma semana contra una instalación petrolera china en su país, en la que murió un soldado.

El acuerdo de la cumbre de ayer prevé el establecimiento de un sistema de intercambio de información multilateral, la constitución de patrullas conjuntas y al reforzamiento de la vigilancia de fronteras. Implantado en el nordeste de Nigeria, de mayoría musulmana, los activistas de Boko Haram buscan refugio en las zonas fronterizas de los países vecinos, en espacial Camerún, donde el año pasado secuestró a varios ciudadanos franceses: una familia de cinco miembros, primero y un sacerdote, después. Todos fueron liberados tras negociarse un rescate. También se acordó que la UE cooperará en el desarrollo de las regiones deprimidas –en las que los terroristas captan a sus adeptos–, así como en defensa de las mujeres. 

  

sábado, 17 de mayo de 2014

Falda para todos

Esto no es Escocia, sino Francia. Tampoco es una pasarela de la semana de la moda en París, sino un instituto de enseñanza media de Nantes, en el Pays de la Loire. Así que no es frecuente ver a hombres –en este caso, adolescentes– airear sus pilosas piernas bajo coloridas faldas. Ayer, sin embargo, eran un buen centenar los estudiantes masculinos del liceo Clemenceau que acudieron a clase vestidos con esta prenda que los siglos han convertido en Occidente en exclusivamente femenina. Con permiso del kilt.

Desafiando el frío –la mañana era fresca– y las posibles chanzas, numerosos estudiantes decidieron secundar la “Jornada de la falda” convocada por un grupo de sus compañeros, con el apoyo de las autoridades educativas, para denunciar el sexismo y las conductas discriminatorias. Todos, chicos y chicas, estaban llamados a vestir falda por igual. Y las chicas tampoco faltaron a la cita, incluyendo aquellas que habitualmente tienden a evitarla para huir de comentarios soeces. Ni siquiera los profesores, algunos de los cuales optaron por los tradicionales cuadros escoceses.

Las airadas protestas de los grupos ultracatólicos, a quienes subleva todo lo que ponga en cuestion su visión tradicional de la familia y el papel que atribuyen a cada sexo, lejos de actuar como freno, funcionaron más bien como acicate. La jornada no sólo fue secundada en el Clemenceau, sino también en una treintena de institutos de la región.

Las organizaciones que montaron las manifestaciones monstruo contra el matrimonio homosexual, principalmente la Manif pour tous –dirigida en la actualidad por Ludovine de la Rochère, quien fuera directora de comunicación de la Conferencia Episcopal–, se han movilizado esta vez enseguida contra lo que perciben como un medio subrepticio de divulgar la llamada “teoría del género”, esto es, la tesis de que la identidad sexual depende de la voluntad de cada cual. Los centros escolares son su campo de batalla.

Los ultracatólicos se manifestaron el jueves en Nantes en contra de la iniciativa de la falda para los chicos y –algunas decenas– volvieron a hacerlo ayer. La policía tuvo que interponserse para evitar inicidentes con un grupo de estudiantes anarquistas.

“Debemos luchar contra el sexismo y éste es un medio eficaz para hacerlo”, reivindicaba uno de los jóvenes con falda. Las chicas valoraron el gesto “valiente” de sus compañeros de clase. La jornada de la falda” nació en el 2006 en otro instituto de Bretaña, cuando un grupo de chicas lanzó la idea para sensibilizar contra las actitudes machistas de sus condiscípulos. Ocho años después, una parte de los chicos parecen haber comprendido.



viernes, 16 de mayo de 2014

Patriotismo económico por decreto

El “patriotismo económico” francés vuelve a la carga. Sin apenas medios legales para influir decisivamente en la operación de venta de una parte de los activos del grupo Alstom, el Gobierno de Manuel Valls puso ayer remedio cambiando la ley y dotándose de hecho de un poder de veto. El boletín oficial publicó un decreto, firmado por el primer ministro, por el cual todas las inversiones extranjeras en los sectores estratégicos de la energía y los transportes –y, de paso, en algunos más– precisarán de la autorización del Ministerio de Economía.

El texto, impulsado por el ministro Arnaud Montebourg y hecho a medida del caso Alstom, entrará en vigor hoy mismo, lo que condicionará decisivamente las negociaciones con los dos potenciales compradores del grupo francés: el norteamericano General Electric y el alemán Siemens. El consejo de Alstom, que se inclina por la oferta estadounidense, se dió hasta el 2 de junio para decidir sobre ambas ofertas. En situación delicada, el grupo francés está decidido a vender a otro operador su división de energía –que supone más del 70% de su cifra de negocios– para pasar a centrarse exclusivamente en el sector de transportes (trenes de alta velocidad, metros y tranvías)

Nada más ser anunciado el decreto, las autoridades de Bruselas dieron ya la señal de alerta. El comisario europeo de Mercado Interior, el francés Michel Barnier, advirtió que la Comisión Europea “verificará” si respeta la legislación comunitaria y no es desproporcionado. “No aseguraremos una buena protección de la industria europea, su desarrollo, con proteccionismo”, añadió.

El decreto del Gobierno francés amplía considerablemente los sectores industriales protegidos por otro decreto anterior, del 2005, que eran básicamente los vinculados a la seguridad y la defensa. Ahora se añaden el aprovisionamiento de energía y de agua, la explotación de las redes y servicios de transporte y de comunicaciones electrónicas, así como la protección de la salud.

“Desde ahora, podemos bloquear cesiones (de empresas), exigir contrapartidas. Es un rearme fundamental del poder público”, declaró en una entrevista en Le Monde el ministro Arnaud Montebourg, enfrentado a la dirección de Alstom por haber negociado secretamente con General Electric a sus espaldas. Pese a los costes que podría representar a nivel del empleo, el patrón de Bercy se inclina por un acuerdo con Siemens, que permitiría –mediante la cesión a Alstom de la división de transporte del grupo alemán– la emergencia de dos grandes grupos industriales europeos. Pero el Gobierno está dividido y todo dependerá de las contrapartidas que los dos potenciales compradores estén dispuestos a poner encima de la mesa. Con el decreto de ayer, Francia ya no necesita mostrarse persuasiva: tiene los instrumentos para imponer sus condiciones.


jueves, 15 de mayo de 2014

Europa busca su centro y su periferia

A Jean-Claude Juncker, candidato del Partido Popular Europeo (PPE) a presidir la Comisión y ex primer ministro de Luxemburgo, se le atragantó el café cuando días atrás le explicaron la osada propuesta que una de las figuras emergentes de la derecha francesa acababa de poner sobre la mesa para el futuro de la Unión Europea. Laurent Wauquiez, quien fuera ministro de Asuntos Europeos con Nicolas Sarkozy, defendía la constitución de un núcleo duro en el seno de la UE, con una integración reforzada, compuesto solamente por seis de los 28 países miembros. En este restringido club estarían básicamente los países fundadores y España, pero quedaría excluido uno de los firmantes del Tratado de Roma, Luxemburgo, al que Wauquiez desdeñó como un “país artificial” y un “paraíso fiscal”...

Evidentemente, la furibunda reacción de Juncker, que llamó a la cúpula de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) para quejarse –obteniendo una desautorización de Wauquiez–, tenía más que ver con el papel reservado a su país que con el hecho de plantear una Europa a dos velocidades. A fin de cuentas, otros lo han hecho antes. Y en esta misma campaña electoral lo ha defendido –sin que, por otra parte, nadie haya osado llamarle la atención– el ex presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, <CF21>padre</CF> de la abortada Constitución Europea. “La Europa de los 28 va a evolucionar para convertirse en una especie de ONU regional con vocación comercial. En su corazón debe emerger una Europa integrada, más reducida, que sabe exactamente lo que quiere”, ha declarado a L’Express. ¿Qué países la integrarían? Como pista apunta “la Europa de los fundadores, la Europa de Carlomagno, y Polonia”. De España, ni se sabe.

El debate sobre la futura estructura que debe adoptar la UE, dada la imposibilidad manifiesta de profundizar de forma decidida en la integración europea simultáneamente a 28, no es exclusivamente francés. Si bien, en otros países adopta otros contornos. Al otro lado del Rhin, la voz –por ahora minoritaria– del partido Alternativa por Alemania (AdF) defiende el desmantelamiento ordenado de la moneda única o, como alternativa, la dislocación de la zona euro en dos subzonas en función de la capacidad económica de los países: una en el Norte –la del euro fuerte, que equivaldría aproximadamente a la zona de influencia del antiguo marco alemán– y otra en el Sur, con un euro de segunda clase, llamado a ser devaluado. “Más vale tener dos euros que ninguno”, declaró tiempo atrás uno de los principales promotores de esta idea y número dos de la lista de AdF en las europeas, Hans-Olaf Henkel, expresidente de la Federación de Industrias Alemanas.

Por la vía de la moneda se acabarían configurando dos Europas, una central, orbitando en torno a Alemania, y otra periférica. La idea no es nueva. Algunos gobiernos –como el finlandés– la propusieron seriamente en el 2011, en plena crisis del euro, cuando, arrastradas por el caso griego, Italia y España fueron atacadas por los mercados financieros. Los virtuosos de la austeridad y la ortodoxia presupuestaria, los países de la “triple A”, como les gustaba presentarse, querían soltar lastre y abandonar a su suerte a las cigarras del Sur...

Alemania, que es la que ha marcado el paso durante toda la crisis, estuvo seriamente tentada de expulsar a Grecia de la zona euro, algo que el ex secretario del Tesoro norteamericano Timothy Geithner acaba de recordar en un libro y que califica simple y llanamente de “pavoroso”. La oposición de Estados Unidos y de Francia, que en Europa juega un papel clave de gozne entre el Norte y el Sur, salvó aquella situación.

La crisis del euro, haciendo –como siempre en la UE– de la necesidad virtud, ha sido la que más ha hecho por afianzar en la práctica la idea de la Europa de dos velocidades. Con sufrimiento, con desgarros, con una desesperante lentitud, la UE ha conseguido poner las bases de una integración política y económica acentuada, de la que la nueva Unión Bancaria –en proceso de constitución– y el futuro gobierno económico de la zona euro constituyen los pilares. Esta nueva Europa de 18, construida a partir de acuerdos internacionales paralelos –a falta de consenso para abordar la reforma de los Tratados–, está en proceso de devenir el núcleo duro de la UE.

¿Hasta dónde? Está por ver. ¿Puede la zona euro ser el embrión, le punta de lanza, de un proceso federal? No parece fácil. En primer lugar, porque entre los 18 miembros no hay unanimidad al respecto –Francia es el primer freno– y, en segundo lugar, porque los que están fuera no ven con buenos ojos que los demás se les escapen. El Reino Unido, donde está planteado el mismo debate pero en sentido inverso –con la demanda de una recuperación de competencias a nivel nacional y el amago de una eventual salida de la UE–, ve con indisimulado recelo el proceso de reforzamiento de la zona euro.

En un estudio realizado en el 2008 para la Fundación Schuman, Thierry Chopin y Jean-François Jamet mostraban las ventajas de los procesos de “diferenciación”, pero advertían ya de la necesidad de “evitar los clubes”. Y alertaban de dos peligros: la fragmentación excesiva y la división de los Estados miembros.


martes, 13 de mayo de 2014

Una 'quinta columna' en la UE

Un mar de fondo, hecho de desconfianza y miedo, agita las aguas de Europa y amenaza con lanzar, la noche electoral del 25 de mayo, una violenta advertencia a los dirigentes de la Unión Europea. A caballo de una abstención que se presume histórica, los partidos euroescépticos o directamente antieuropeos –en gran medida, pero no únicamente, de extrema derecha– podrían doblar su representación en la cámara de Estrasburgo y obtener alrededor de 200 diputados. Dicho de otro modo: una cuarta parte del Parlamento Europeo podría acabar en manos de una ‘quinta columna’ decidida a sabotear la construcción europea tal como se ha entendido hasta ahora.

Las dos puntas de lanza de este fenómeno son el Frente Nacional (FN) en Francia y el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), en Gran Bretaña, que con un discurso radicalmente antieuropeo podrían acabar siendo los partidos más votados en sus respectivos países y enviar a Estrasburgo una veintena de europarlamentarios cada uno. Una representación similar, aunque sin arrebatar al Partido Demócrata su condición de fuerza más votada, podría obtener en Italia el Movimiento 5 estrellas del controvertido Beppe Grillo.

Llevar como estandarte a Juana de Arco, la heroína mártir que dirigió los ejércitos de Francia contra los ingleses, como hace el FN de Marine Le Pen, no parece la mejor tarjeta de presentación para tratar de forjar una alianza con el UKIP. Para el líder soberanista británico, Nigel Farage, sin embargo, lo más indigesto del FN francés no son tanto sus evocaciones patrióticas de la Doncella de Orléans como su herencia ultraderechista, que hunde sus raíces en la Francia de Vichy. “El FN tiene un bagage, un pasado. Me horroriza el nacionalismo extremo, yo soy un liberal clásico”, ha argumentado para guardar distancias y mantenerse al margen de la coalición antieuropeísta apadrinada por el FN. Y sin embargo, ambos partidos tienen rasgos en común.

Como otras fuerzas emergentes en Europa, el FN y el UKIP se alinean con un radical soberanismo antieuropeo, que reivindica la salida o el desmantelamiento de la UE, la recuperación de una política económica autónoma –y el abandono del euro, en el caso de la extrema derecha francesa–, y un reforzado control de las fronteras frente al fenómeno de la inmigración de masas. Su discurso cala en importantes sectores de la sociedad francesa y británica. Y, en cierto modo, se ve reforzado por los descarados coqueteos euroescépticos de los tories y de una parte de la derecha francesa.

No hace falta que el FN y el UKIP mantengan una sintonía política total en todos los demás ámbitos para estar de acuerdo en estos puntos básicos. Como lo están los otros socios con los que el FN ha conseguido aliarse –el holandés Partido de la Libertad (PVV), de Geert Wilders; el austríaco Partido Liberal (FPÖ), del desaparecido Joorg Haider; la italiana Liga Norte (LN), de Umberto Bossi; el flamenco Vlaams Belang, de Bruno Valkeniers, en Bélgica, y el Partido Nacional Eslovaco (SNS), de Andrej Danko– con el objetivo de tratar de integrar un grupo parlamentario propio. Para lograrlo les hace falta conseguir al menos 25 diputados procedentes de siete países diferentes.

De acuerdo con las proyecciones de los sondeos, todos estos partidos obtendrán representación en Estrasburgo. Como lo consegurián también, a priori, otras fuerzas claramente euroescépticas como la Alternativa por Alemania (AfD) –que propugna dejar de financiar a los países de Europa del Sur–, el Partido del Pueblo Danés (DF), los Verdaderos Finlandenses (PS), los Demócratas Suecos (DS), los neonazis griegos de Alba Dorada (CA), el Movimiento por una mejor Hungría (Jobbik) y el checo Ano 2011.

La pujanza de los grupos extremistas, nacionalistas y populistas se alimentan naturalmente de la crisis económica, el paro y la exclusión social, agravados por la intransigente política de austeridad dictada desde Bruselas y Berlín –y que en algunos países ha despertado un cierto sentimiento antigermánico–, pero también y fundamentalmente por un miedo difuso al mundo de la globalización, percibido como una amenaza económica pero también identitaria, y del que la UE se habría convertido en una suerte de caballo de Troya. De ahí este fenómeno de repliegue hacia la falsa protección del viejo estado-nación.

Eso explicaría, como ha apuntado el politólogo Jean-Yves Camus, director del Observatorio de las Radicalidades Políticas (Orap), que el populismo de extrema derecha no progrese en algunos de los países más castigados por la crisis –“Es el caso de España, Portugal e Irlanda”, subraya–, mientras que sí se produce en algunos países escandinavos, donde apenas hay paro e inmigración extranjera, en lo que constituye –en palabras del sociólogo Erwan Lecoeur– un “extremismo de la prosperidad”.

Para que esta constelación de partidos tan diferentes pudiera conseguir marcar la agenda europea, haría falta que actuaran todos al unísono. Lo cual es harto improbable. Pero su peso puede tener efectos desestabilizadores insospechados. Algunos observadores, como el presidente de la Fundación Schumman, Jean-Dominique Giuliani, llegan a apuntar una posible confluencia de intereses con potencias extranjeras, como Rusia, con quien comparten “un odio común a la UE”. Y advierte: “Los europeos tienen desde ahora verdaderos enemigos a los que combatir”.


Luz verde a los neonazis griegos

El Tribunal Supremo de Grecia autorizó ayer al partido neonazi Alba dorada a presentarse a las elecciones europeas, según anunció el abogado de esta formación política, Pavlos Sarakis. La participación de los neonazis en los comicios europeos había sido puesta en duda por el hecho de que su jefe de filas, Nikólaos Michaloliákos, y otros cinco diputados estén en prisión preventiva acusados de dirigir y pertenecer a una organización criminal. Su detención, así como las investigaciones de la justicia griega sobre otros parlamentarios del partido, es la consecuencia del asesinato en septiembre del 2013 del rapero Pávlos Fýssas a manos de un militante de Alba dorada. Pese a ello, el Tribunal Supremo ha considerado que, a falta de una sentencia condenatoria, el partido podía presentarse a las elecciones. Los neonazis griegos obtuvieron en las elecciones legislativas del 2012 un 7% de los votos, y los sondeos le otorgan entre el 7,5% y el 8% en los comicios al Parlamento Europeo. En cabeza, con el 26,2%, aparece la coalición radical de izquierda Syriza, que dirige Alexis Tsipras.






domingo, 11 de mayo de 2014

Hollande, dos años en la sima

“No tengo nada que perder”. Así lo expresó ayer François Hollande durante una entrevista radiofónica con motivo del segundo aniversario de su elección como presidente de la República, el 6 de mayo del 2012. “No tengo nada que perder”, dijo. Y dijo bien. Porque dos años después de su victoria sobre Nicolas Sarkozy, el presidente francés permanece políticamente instalado en el fondo del abismo. Con un nivel de confianza por parte de los franceses del 18% y una desconfianza inaudita del 78% –lo que le convierte en el presidente más impopular de la V República–, Hollande difícilmente puede ir sensiblemente a peor. Los especialistas de los institutos de opinión dudan de que, haga lo que haga, pueda sin embargo ir tampoco sensiblemente a mejor. Su imagen parece irremisiblemente lastrada por un grave problema de credibilidad: diga lo que diga, los franceses han dejado de creerle.

Las causas de esta desafección, que pasó una cara factura al Partido Socialista en las pasadas elecciones municipales, son múltiples. Un indigesto cóctel integrado por promesas incumplidas, una situación económica degradada –con un crecimiento átono y un paro que ha superado el 10%–, una política fiscal asfixiante, una sucesión constante de patinazos por parte del primer Gobierno –por falta de cohesión y disciplina–, algunos escándalos notables –en particular, el fraude fiscal del ministro de Hacienda, Jérôme Cahuzac–, el ridículo del caso Leonarda o la ruptura sentimental con Valérie Trierweiler tras su affaire con la actriz Julie Gayet –transmitiendo la sensación de un hombre frío, ambiguo y escurridizo–, que ha erosionado gravemente su figura política. Y también su imagen personal.

El balance de su gestión, que había hecho del combate por el empleo la prioridad, se ha saldado con un fracaso. Meses y meses se pasó Hollande prometiendo que la curva del paro se habría invertido a finales del año pasado, Esto es, que en lugar de seguir creciendo, empezaría a bajar. Nada de ello se ha producido, el desempleo apenas ha empezado a estabilizarse. Y cada vez más franceses tienen problemas para llegar a fin de mes. Ahora, Hollande anuncia la llegada de un vuelco en la situación económica. Y todo el mundo mira al cielo...

Si en algo admitió ayer el presidente francés haberse equivocado –tampoco mucho– fue en “no haber ido más rápido” en las reformas, olvidando que él siempre había defendido lo contrario como método. Y que las primeras medidas económicas que adoptó –su “caja de herramientas”– pronto se demostraron insuficientes.
Dos años después de su elección, que él mismo –en un arranque de humildad– atribuyó ayer al “fracaso” de su predecesor más a que los méritos de su propio programa, Hollande aborda la segunda parte de su quinquenato con una apuesta aparentemente imposible: intentar ganar el favor de la opinión pública blandiendo las tijeras. En efecto, después de haber atornillado a los franceses a impuestos –hasta haber alcanzado lo que el propio presidente considera el límite–, ahora toca apretarse el cinturón y reducir el gasto público en 50.000 millones de euros durante los próximos tres años, lo que va a traducirse en la congelación de pensiones, ayudas sociales y los salarios de los funcionarios.

Para llevar a cabo esta cura de adelgazamiento, que va acompañada con un aligeramiento de cargas sociales a las empresas para reforzar su competitividad, Hollande ha elegido como primer ministro a Manuel Valls, el miembro más apreciado del Gobierno, cuya popularidad más que dobla la del presidente, pero también más a la derecha. Y que ha tenido que empezar lidiando con un importante sector del PS que le acusa de traicionar la política de la izquierda.

Mientras, el presidente quiere intentar recuperarse políticamente restableciendo un diálogo directo con los franceses. Así, ayer se estrenó con un ejercicio inusual –una entrevista de una hora en la radio con el periodista más pugnaz de Francia, Jean-Jacques Bourdin (RMC), incluyendo preguntas directas de los oyentes–, y con un almuerzo con un grupo de jóvenes de Villiers-le-Bel, la ciudad de la banlieue norte de París donde en el 2007 se desencadenó una segunda ola de violencia.

Hollande, que pidió ayer “ser juzgado al final” de su mandato, sabe que si fracasa en el problema del paro, su reelección es imposible. Y amagó de nuevo con, llegado tal caso, renunciar a presentarse en el 2017: “¿Cómo quiere que, al final de mi mandato, si he fracasado, pueda decir que tengo la solución para seguir?”. 





domingo, 4 de mayo de 2014

Cuando el tamaño sí importa

A veces, el tamaño sí importa. Y el del grupo francés Alstom, aunque pudiera parecer lo contrario, no está a la altura de los retos de la competición mundial. Así lo ha visto su presidente, Patrick Kron –quien ya lo salvó de la quiebra, con la ayuda del Estado francés, en el 2004–, y también su principal accionista, el grupo Bouygues, que parece ávido de desprenderse del 29,4% del capital. “La vía de una estrategia autónoma, que es la aplicada en los últimos diez años, se ha convertido en arriesgada y peligrosa”, argumentó Kron en una entrevista en el diario Le Monde. La solución elegida, sin embargo, más que una alianza o una fusión, pasará por la venta lisa y llanamente de la parte del negocio dedicada a la producción eléctrica, que representa nada menos que el 70% de la actividad de Alstom. El grupo francés se centrará, así, exclusivamente en el sector del transporte ferroviario.

Frente a sus dos grandes competidores mundiales, General Electric –principal candidato a llevarse la parte del león del grupo francés– y Siemens –el otro aspirante–, Alstom parece más bien escuálido: 20.300 millones de euros de cifra de negocios frente a los 146.000 millones del gigante norteamericano y los 75.000 millones del grupo alemán. “En comparación, Alstom no da la talla”, opina Christopher Dembik, analista de Saxo Bank, para quien el grupo francés, pese a presentar unas cuentas aparentemente saneadas, se enfrenta a graves problemas de liquidez. Toda vez que el valor de sus acciones cayó en la bolsa un 20% el año pasado.

Patrick Kron considera que Alstom, debilitado por el retroceso del mercado eléctrico en Europa a raíz de la crisis del 2008 y la competencia de nuevos actores asiáticos, no tiene ya la capacidad para afrontar los retos futuros en el sector de la energía. Tanto más cuanto que los clientes, como ya sucede en otras ramas de la industria, piden cada vez más un acompañamiento financiero. Lo que Alstom no está en disposición de prestar.

“Y no es sólo una cuestión financiera , es también una cuestión de partes de mercado y de talla crítica”, arguye el presidente del grupo francés en la citada entrevista, donde propone un ejemplo clarificador de la delicada situación actual: “En un año, Alstom ha vendido diez turbinas de gas, mientras que General Electric ha vendido treinta en un trimestre y cuenta con vender 150 en el conjunto del año”, explica.

Fundado en 1928, fruto de la fusión de las empresas Thomson-Houston y la Sociedad Alsaciana de Construcciones Mecánicas (SACM), el grupo francés –inicialmente bautizado Alsthom– ha cambiado numerosas veces de nombre, de accionistas y de actividades, hasta acabar centrado en dos grandes polos: la producción de energía eléctrica y el transporte ferroviario, con su célebre Tren de Alta Velocidad (TGV) como producto estrella. Su salida a bolsa en 1998, paralela a una alianza con el grupo suizo-sueco ABB para fabricar un nuevo tipo de turbuinas de gas –que salieron defectuosas– estuvo a punto de llevarle a la ruina y sólo se salvó después de que, en el 2004, el entonces ministro de Economía, Nicolas Sarkozy, decidiera –con el acuerdo de la Comisión Europea– la entrada temporal del Estado francés en el capital de Alstom.Aquella salvación en fanfarria, sin embargo, no ha servido para consolidar un gran grupo mundial, con la talla crítica suficiente. Y una década después, el problema sigue ahí.

La aproximación a General Electric, que no cuenta a priori con el favor del Gobierno actual –más favorable a una solución europea con Siemens–, es sin embargo absolutamente natural. Ambos grupos no son sólo complementarios, sino que han estado históricamente vinculados. Una de las sociedades fundadoras de Alstom, Thomson-Houston era de hecho una filial de General Electric, que pese a su matriz estadounidense está presente en Francia desde 1881. El nacimiento de GEC-Alstom en 1989 fue fruto asimismo de la fusión con una filial británica de General Electric –GEC Power Systems–. Y de hecho Alstom fabricó durante muchos años turbinas de gas con la patente GE, hasta que en 1998 decidió aliarse con ABB y vendió a General Electric su planta de producción de Belfort...

Como la mayoría de grandes grupos industriales norteamericanos, que conservan gran parte de sus beneficios obtenidos en el extranjero fuera de Estados Unidos –para ahorrarse legalmente impuestos–, GE dispone de una gran liquidez para invertir, de entre 60.000 y 80.000 millones de euros, según diferentes estimaciones. No es el caso de los grupos franceses, objetivo propicio de los inversores extranjeros: la mitad del capital de las 40 principales empresas cotizadas en la bolsa de París (CAC40) está en manos foráneas.


El empleo, en el centro de la discusión

El presidente francés, François Hollande, planteó esta semana a los principales actores del caso Alstom las condiciones que el Estado –que aunque ya no es accionista, sigue siendo un cliente fundamental– reclama para facilitar la operación: la salvaguarda del empleo y el mantenimiento de los centros de decisión en Francia. El grupo Alstom tiene en total alrededor de 92.000 empleados en todo el mundo, de los cuales 18.000 en Francia –sólo un poco más de los 11.000 que tiene General Electric en el país– y 4.000 en España. El objetivo de Alstom es vender toda la división vinculada a la producción eléctrica, repartida entre las sociedades Thermal Power, Renewable Power y Grid, así como una parte de los servicios centrales. En este ámbito, que representa el 70% de la cifra de negocios del grupo, trabaja la mayor parte de la plantilla, esto es, 65.000 personas, mientras que en la división de transporte ferroviario trabajan unas 27.000 personas. 

El grupo norteamericano General Electric, el único que hasta ahora ha presentado una oferta de adquisición en firme –valorada en 12.350 millones de euros–, ha asegurado que no sólo mantendrá los puestos de trabajo, sino que pretende incluso ampliarlos. Sus actividades son muy complementarias respecto a las de Alstom. El grupo Siemens, en cambio, compite directamente con Alstom en todos los terrenos, del eléctrico al ferroviario. Los alemanes, que hasta ahora sólo han presentado una carta de intenciones, proponen quedarse con la división eléctrica y ceder a Alstom su división ferroviaria, lo quedaría lugar a dos grandes grupos europeos. Pero eso, forzosamente, comportará a medio plazo reducción de empleos.