"Europa puede ser barrida por la crisis si no se rehace. El mundo no esperará. Si no cambia, la historia del mundo se escribirá sin Europa". En un tono admonitorio y grave, Nicolas Sarkozy abogó ayer en Toulon (Costa Azul) por una profunda y urgente "refundación" de la Unión Europea para salir de una crisis - la del euro-que puede poner fin al sueño europeísta nacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. "¿Qué quedará de Europa si el euro desaparece? ¿Qué quedará de Europa si su corazón económico se hunde?", se preguntó, para responder un rotundo "nada".
En un discurso que marcará un hito en la historia de la derecha francesa, el presidente de la república abogó ante 5.000 militantes de su partido, la UMP, por reforzar decididamente la integración política y económica de Europa, aúna costa de hacer fuertes cesiones de soberanía: "La soberanía sólo se ejerce con los otros. Europa no es menos soberanía, sino más soberanía, porque otorga más capacidad de actuar". Y remachó: "Europa no es una opción, es una necesidad". Lejos queda la división que desgarró a la derecha en 1992 a raíz de la aprobación en referéndum del tratado de Maastricht, por no hablar de las furiosas proclamas antieuropeas pronunciadas por Jacques Chirac en los años setenta.
"Francia milita, con Alemania, por la aprobación de un nuevo tratado europeo", precisó Sarkozy, quien anunció la celebración el próximo lunes de una reunión en París con la canciller alemana tras la que deberían hacerse públicas las propuestas que ambos países someterán a sus socios en el crucial Consejo Europeo de Bruselas del 8 y 9 de diciembre.
Sarkozy no detalló las propuestas franco-alemanas. Pero lo que dijo confirma las pistas que han ido siendo desveladas estos días: creación de un gobierno económico de la zona euro - con predominio de las decisiones por mayoría cualificada y no por unanimidad-y reforzamiento de la solidaridad interna acompañada de una "estricta disciplina" presupuestaria - consagrada en las constituciones nacionales por la llamada "regla de oro"-,que implicará a nivel europeo sanciones "más rápidas, más automáticas y más severas". Bajo la reivindicación de una Europa "más política" y con "más democracia", el presidente francés defendió reforzar el papel de los jefes de Estado y de Gobierno, a quienes concedió una "legitimidad" por encima de las instituciones comunitarias, en el gobierno europeo.
Sarkozy abogó asimismo por consolidar una suerte de Fondo Monetario europeo y por reforzar el papel del Banco Central Europeo (BCE), aunque garantizando en todo momento - Berlín no está dispuesto a transigir en esto-su absoluta independencia. E incluyó en el paquete algunas preocupaciones netamente francesas, como la revisión del tratado de Schengen - para reforzar el control de las fronteras y la inmigración-;el establecimiento de reglas para impedir el dumping social y fiscal entre estados miembros o la defensa de la Política Agrícola Común, entre otras.
Frente a las críticas que ha suscitado en Europa la actuación unilateral del eje París-Berlín - caricaturizada bajo la fórmula "Merkozy"-y las críticas internas a la a intransigencia de Alemania en la gestión de la crisis - acrecentadas estos últimos días por la izquierda francesa para subrayar, de paso, la supuesta debilidad de Sarkozy ante Merkel-,el presidente francés hizo una vibrante defensa de la alianza franco-alemana, que consideró el núcleo fundamental de la UE.
"Francia y Alemania, después de tantas tragedias, han decidido unir sus destinos. Volverse atrás en esta estrategia sería absolutamente imperdonable", afirmó Sarkozy, quien agitó el fantasma de la guerra para descalificar la vía de la confrontación, ya sea política o económica. "Detrás de la convergencia está la paz, detrás de la divergencia está el enfrentamiento. No porque nosotros no hayamos conocido la guerra debemos olvidar el sacrificio de quienes la vivieron", añadió.
A Sarkozy, la crisis le sienta políticamente bien. Ya le sucedió en 2008 y le vuelve a ocurrir ahora. Un sondeo de TNS Sofres sobre la intención de voto en las elecciones presidenciales de 2012, le otorga un apoyo del 28% en la primera vuelta, sólo tres puntos por detrás del socialista François Hollande, con el 31%. En la segunda, sin embargo, sería derrotado 60% a 40%.
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