En 1992, Francia aprobó por los pelos, en un disputado referéndum –51% a 49%–, el tratado de Maastricht, que alumbró el nacimiento del euro. En 2005, rechazó –esta vez con una diferencia más neta, 54,7% a 45,3%– el proyecto de Constitución europea, provocando un colosal seísmo político en Europa. Ambas consultas, tan diferentes en sus resultados, pusieron sin embargo crudamente en evidencia la profunda división de la sociedad.
Esta división está lejos de haber sido superada. Un sondeo de TNS Sofres publicado esta semana constata que la fractura sigue ahí, más viva que nunca. Ante la opción entre la solidaridad para con los otros países de la UE o el egoísmo nacional, los dos bloques reaparecen con parecida fuerza: 40% a 41%. Pero cuando se pregunta sobre la cesión a Bruselas del control sobre los presupuestos del Estado, resurge la sombra de 2005: el no ganaría netamente al sí por 45% a 35%.
Nicolas Sarkozy, que tras ser elegido presidente en 2007 logró reconducir el voto de 2005 aprobando el nuevo tratado de Lisboa a través del Parlamento, no cometerá el error de Jacques Chirac de convocar un referéndum para avalar el nuevo tratado que ahora defiende. Pero no podrá evitar que el debate condicione la campaña de las presidenciales.
El discurso que pronunció el jueves en Toulon ante 5.000 militantes de su partido, la UMP , marcó el inicio de una ofensiva política que pretende amarrar a sus propias filas –“La soberanía se ejerce con los otros”, subrayó ante un auditorio que hace diez años hubiera sido mucho menos monolítico– y poner en dificultades a sus adversarios.
Una década después, la división que vivió la derecha francesa en 1992 ha quedado ya atrás. El mismo sondeo de TNS Sofres demuestra que los votantes de la UMP aprobarían sin problema –52% a 37%– ceder a la UE el control último de las cuentas públicas. Dejando aparte a la extrema derecha –el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen ha hecho del antieuropeísmo más primario una bandera–, los euroescépticos de la mayoría gubernamental, que los hay –como los agrupados en la derecha popular de Thierry Mariani–, son una minoría.
El europeísmo del presidente francés no llega, sin embargo, hasta el punto de querer reforzar el papel de la Comisión Europea –tradicional punching ball de los gobiernos franceses–. Por el contrario, su planteamiento es potenciar el nivel intergubernamental.
El principal problema no lo tiene Sarkozy, sino los socialistas. El Partido Socialista francés sufrió una grave fractura interna en 2005. El primer secretario de entonces –y hoy candidato al Elíseo–, François Hollande, logró imponer su posición favorable al sí en el referéndum interno organizado en el partido. Pero no pudo evitar la disidencia pública y la campaña activa por el no de algunos barones socialistas y, sobre todo, fue desautorizado por los electores de izquierda, que votaron masivamente contra el proyecto de tratado constitucional.
Los socialistas franceses nunca se han recobrado del todo de ese descalabro interno. Algunos de los adalides del no han dejado el PS, como Jean-Luc Melenchon –hoy candidato del Frente de Izquierda en las presidenciales–, pero otros siguen emboscados dentro, como Laurent Fabius. Los propios electores socialistas se mantienen en una actitud de resistencia, como constata de nuevo la encuesta citada: los contrarios a la cesión de más soberanía fiscal ganan 47% a 37%.
El sentimiento soberanista existente en la izquierda, basado en una acentuada desconfianza hacia una Comisión Europea que se percibe como el colmo del neoliberalismo, está tan extendido que los dirigentes del PS van a tener serias dificultades para eludirlo. Las reacciones antialemanas de los últimos días, teñidas de nacionalismo y soberanismo, muestran que este sentimiento está también dentro del partido.
Probablemente por ello, Hollande se ha sentido obligado a asegurar que no aceptará “jamás” que el Tribunal Europeo de Justicia pueda juzgar los presupuestos de “un Estado soberano”. Ironía del destino, las dos figuras que tendrán que lidiar con esta situación –la primera secretaria del PS, Martine Aubry, y el candidato al Elíseo– son herederos políticos de un profundo europeísta: Jacques Delors. La primera es, además, su hija.
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