Algunos tenores socialistas, con sus encendidas declaraciones, han hecho incluso palidecer las de la presidenta del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, quien ha acusado a Berlín de querer dirigir Europa “a la schlague”, palabra de origen alemán que describe los antiguos castigos corporales infligidos en los ejércitos germanos y que se ha incorporado a la lengua francesa para designar una forma brutal de imponer la disciplina.
Más exaltado aún que la hija de Jean-Marie Le Pen, el agitado Arnaud Montebourg –quien dio la sorpresa en las primarias socialistas al quedar tercero, por delante de Ségolène Royal–, ha llegado a comparar a Angela Merkel con Bismarck, el canciller de hierro, inductor de la guerra franco-prusiana de 1870. “La cuestión del nacionalismo alemán está resurgiendo a través de la política a lo Bismarck de Merkel”, declaró Montebourg, quien añadió que “ha llegado el momento de asumir la confrontación política con Alemania y la defensa de nuestros valores”. Esta salida le valió una áspera respuesta del eurodiputado franco-alemán Daniel Cohn Bendit: “Montebourg cae en el nacionalismo de corneta, es un mal quiquiriquí, está haciendo como el Frente Nacional a la izquierda”, dijo el líder ecologista.
Pero no ha sido el único. El diputado socialista Jean-Marie Le Guen, antaño en las filas de Dominique Strauss-Kahn y posteriormente alineado con François Hollande, tras censurar la política “ciega y egoísta” del Gobierno alemán, comparó el papel de Sarkozy respecto a Merkel con el de “[Édouard] Daladier en Munich”, en alusión al acuerdo firmado por franceses y británicos en 1938 aceptando las exigencias territoriales de Hitler sobre los Suedetes de Checoslovaquia.
François Hollande se desmarcó ayer de esta deriva antialemana a través de su director de campaña, Pierre Moscovici, quien reafirmó que “la pareja franco-alemana es más necesaria que nunca”. Pero lo cierto es que, sin llegar a agitar el espantajo germanófobo, las declaraciones de los dirigentes socialistas –Martine Aubry, Laurent Fabius, el propio Hollande...– coinciden en presentar a una canciller alemana intransigente y autoritaria frente a un presidente francés dócil.
El ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, reaccionó con severidad y censuró semejantes planteamientos, que consideró peligrosos. “La utilización de tales términos provoca escalofrío”, dijo. Y añadió: “Es vergonzoso que por rabia partidista se fragilice nuestra conquista más preciada: la reconciliación, la amistad franco-alemana".
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