viernes, 9 de diciembre de 2011

"No habrá segunda oportunidad"

Europa puede evitar hoy el abismo. Pero al precio de una dolorosa fractura. Enfrentada a una crisis sin control, que amenaza la supervivencia de la moneda única y, más allá, de la propia Unión, Europa aborda horas cruciales para su futuro. De la cumbre que se inició anoche en Bruselas, el mundo espera una respuesta firme, sólida y coherente que devuelva la confianza a los mercados financieros y frene, de una vez, la crisis de la deuda en la zona euro. Después del fiasco de las cumbres del 21 de julio y del 26 de octubre –siempre demasiado tarde, siempre demasiado poco–, no hay margen para el error. “No habrá una segunda oportunidad”, enfatizó el presidente francés, Nicolas Sarkozy, en las horas previas al inicio del Consejo Europeo, fiel a su estrategia de añadir tensión a la tensión. Pero la respuesta, si llega, puede cobrarse una elevada factura política.
La solución concebida por Alemania y Francia, basada en la imposición de una disciplina presupuestaria general y un refuerzo de la integración económica, puede acabar dislocando la Unión Europea. Un acuerdo restringido a los 17 miembros de la zona euro –posible, como último recurso- acabaría consolidando de forma irreversible la Europa de dos velocidades que empezó a dibujarse en 1992 con el tratado de Maastricht y la creación del euro.
“Nunca Europa había estado tan en peligro como hoy, nunca el riesgo de explosión de Europa había sido tan grande”, clamó Sarkozy ante los delegados del Partido Popular Europeo reunidos en Marsella, en una dramática advertencia a todos los miembros de la UE para que asuman la gravedad de la situación. Aunque la canciller alemana, Angela Merkel, se mostró en la misma tribuna algo más confiada –“Vamos a encontrar las buenas soluciones, estoy convencida”, dijo-, los mensajes emitidos en las últimas cuarenta y ocho horas por Berlín no han sido menos admonitorios.
Merkel y Sarkozy, que el lunes pasado cerraron un difícil compromiso para promover una reforma urgente de los tratados europeos, están ejerciendo la máxima presión sobre sus socios comunitarios para que asuman esta solución y acepten cerrar hoy mismo un acuerdo de principio.
Para París y Berlín, no hay alternativa posible, no hay lugar para medias tintas. Por eso han desdeñado las propuestas del presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, para llegar al mismo fin pero eludiendo la siempre arriesgada reforma de los tratados. En este planteamiento, Sarkozy y Merkel se han atraído la complicidad del presidente del Eurogrupo y primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, que en una entrevista publicada ayer por Le Monde abogó por una reforma limitada y rápida. Incluso el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, flexibilizó su posición, mostrándose abierto a admitir una reforma de los tratados si se dan ciertas condiciones, particularmente que vaya en el sentido de una mayor integración, que refuerce la unidad europea y que no margine el papel de las instituciones comunitarias.
Por más integración no va a quedar. La propuesta franco-alemana pretende imponer la adopción de normas de rango constitucional en cada país que garanticen el retorno al equilibrio presupuestario, el estabLecimiento de sanciones automáticas a quienes no cumplan los compromisos de déficit y de deuda publica, y la constitución de un gobierno económico europeo en cuya agenda estará impulsar una mayor convergencia en materia de política fiscal, laboral y financiera.
Nada que despierte un gran entusiasmo al otro lado del canal de la Mancha. Londres es hoy el epicentro de la resistencia a los designios de la pareja Merkozy. Aprisionado entre los euroescépticos de su partido y el pacto de gobierno que le une a los liberal-demócratas, el primer ministro británico, David Cameron, acude a Bruselas con un difícil objetivo: intentar pactar con sus socios alguna compensación en términos de devolución de soberanía –particularmente en lo que atañe a la regulación financiera– para apoyar la reforma del tratado, bajo la amenaza de ejercer su derecho de veto en caso contrario.
Las pretensiones de Londres van a chocar contra una muralla. Nadie quiere más derogaciones en favor del Reino Unido. El objetivo declarado de Merkel y Sarkozy es intentar pactar una reforma del tratado asumida por los 27 –camino ya de 28, pues mañana Croacia firmará su adhesión, que se hará efectiva en 2013–, pero ya han advertido que si hay bloqueo están decididos a un acuerdo restringido a los 17 países de la zona euro. Una opción que dividiría a la UE y dejaría a Londres lejos de los nuevos centros de decisión.
El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, y el presidente de Rumanía, Traian Basescu, expresaron ayer su oposición a la instauración de una Europa de dos velocidades. Pero eso es precisamente lo que puede acabar surgiendo de la crisis. En opinión del ex comisario europeo Antonio Vitorino, presidente del think-tank Notre Europe, tal desenlace es inevitable. Así lo expuso recientemente en el diario La Croix: “En el futuro, la Unión tendrá diversos núcleos de geometría variable –moneda, defensa, libre circulación de personas...–, y los países con más influencia serán los que estén presentes en todos o en la mayoría de ellos”.

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