“No se puede imponer a un país lo que no quiere. En cambio, no acepto que el que no quiere avanzar impida a los otros hacerlo. El único modo de salvar la Europa política es haciendo saltar este cerrojo”. Sarkozy podía haber pronunciado estas palabras el viernes al anunciar, tras diez horas de tensa negociación, que un grupo de 23 países ampliable a 26 –todos menos el Reino Unido– habían acordado firmar un tratado intergubernamental para reforzar su integración económica y fiscal, e intentar así salvar la zona euro. Pero en realidad lo hizo hace casi cinco años, en vísperas de ser elegido presidente.
El insólito desenlace de la cumbre de Bruselas, que ha dejado al Reino Unido descolgado del núcleo duro de la UE , se acerca mucho al que Sarkozy había imaginado. Convencido de que la idea de la canciller alemana, Angela Merkel, de involucrar a los 27 en el salvamento del euro estaba condenada al fracaso, el presidente francés siempre apostó por una solución circunscrita a los 17 países de la zona euro.
La intransigente postura del primer ministro británico, David Cameron, que condicionó su apoyo a una reforma de los tratados a la aceptación de nuevas derogaciones en favor de Londres –la exclusión de la City de la nueva regulación financiera europea– le facilitó el trabajo. Lo que quizá Sakozy no había calculado es que la práctica totalidad del resto de países ajenos a la zona euro se acabaría sumando al acuerdo por temor a verse arrojados a la cuneta de la construcción europea.
La ruptura con el Reino Unido no es una gran noticia para Sarkozy, que desde el inicio de su quinquenato había intentado forjar con los británicos una alianza que ejerciera un cierto contrapeso respecto al inevitable eje franco-alemán. El presidente francés había llegado a soñar, hace cinco años, con articular una nueva política europea que superara la exclusividad de la asociación entre París y Berlín. Junto a Londres, Sarkozy pensaba en Roma, Madrid y Varsovia para forjar un nuevo juego de alianzas multipolar. La realidad le ha corregido.
Las cosas empezaron de forma muy diferente a como han terminado. Al principio del mandato de Sarkozy, el eje franco-alemán sufrió un serio enfriamiento, al que no fue ajena la falta de conexión personal entre el presidente francés y Angela Merkel.
Todo lo contrario de lo que sucedió con el entonces primer mininistro británico, el laborista Gordon Brown, que llegó a calificar las relaciones francobritánicas de “entente formidable” y con quien Sarkozy se entendió a las mil maravillas. Poco importaban las diferencias ideológicas. También Jacques Chirac adoraba a Felipe González y aborrecía en cambio a José María Aznar...
Fiel a este objetivo, el presidente francés se preocupó de asociar desde el primer momento a Londres a la respuesta europea ante la crisis desencadenada en el otoño de 2008 por la quiebra de Lehman Brothers, invitando a Brown a la runión de urgencia de los países de la zona euro que convocó en el Elíseo. Y fue también con Brown con quien inició los contactos que desembocaron en la firma, a finales de 2010, ya con David Cameron en Downing Street, del tratado de cooperación militar entre ambos países.
Con Cameron, el presidente francés mantuvo la misma política, como demostró la estrecha colaboración de París y Londres en la crisis de Libia, donde las fuerzas militares de ambos países actuaron mano a mano. Estaba escrito, sin embargo, que Europa les acabaría alejando. Sarkozy ya vio una mala señal cuando Cameron decidió que los tories abandonaran el grupo del Partido popular Europeo (PPE) en el Parlamento Europeo en 2009.
La crisis de la zona euro ha acabado dinamitando esta estrategia de acercamiento y deteriorando gravemente las relaciones entre Cameron y Sarkozy. Entre una Alemania que, aún con su correosa obstinación, era el socio imprescindible para superar la crisis del euro y un Reino Unido convertido en obstáculo, el presidente francés no tenía elección. El tiempo dirá si las heridas de esta ruptura son irreversibles.
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