En la historia de la posguerra en Francia no hay otro caso igual. El 16 de enero de 1945, mientras las tropas aliadas combatían todavía a las fuerzas del III Reich, el gobierno provisional presidido por el general De Gaulle decretó la confiscación - sin indemnización- y nacionalización de la empresa Renault, uno de los grandes grupos industriales franceses. Tan drástica medida fue justificada por la activa colaboración del propietario y fundador de la marca de automóviles, Louis Renault, con los ocupantes alemanes. Detenido en septiembre de 1944, enfermo y debilitado, Renault murió el 24 de octubre sin haber sido juzgado. Y sin llegar a ver el expolio de su imperio.
Sesenta y siete años después de la muerte del fundador, sus siete nietos, descendientes de su único hijo - Jean-Louis Renault, fallecido en 1982-,han presentado una demanda contra el Estado francés exigiendo una compensación. No es la primera vez que se intenta. En 1961 hubo ya una acción judicial, que fracasó. La diferencia es que, ahora, los herederos pueden aprovechar la nueva figura legal de la cuestión prioritaria de Constitucionalidad, que permite contestar ante la justicia la constitucionalidad de una ley.
Para los promotores de la iniciativa, la inconstitucionalidad de la confiscación de la empresa Renault no ofrece dudas. "El decreto de 1945 pisoteó varios principios de nuestra Constitución: la presunción de inocencia, la personalización de las penas y el derecho de propiedad", argumenta una de las nietas, Hélène Renault-Dingli. Concebida como un castigo político, la confiscación se decidió en efecto sin que la culpabilidad de Louis Renault fuera establecida por la justicia, no castigó al presunto culpable sino a su familia y no dio lugar a indemnización alguna, contrariamente a lo que sucedió con los pequeños accionistas. Los Renault solicitaron esta semana al tribunal de París que transmita la demanda al Tribunal de Casación, única instancia que puede decidir su envío al Consejo Constitucional.
La petición de reparación choca con la oposición de la fiscalía y del abogado del Estado, así como de una organización de ex deportados a los campos nazis y de la federación del metal del sindicato CGT, quienes consideran que tras la demanda hay un intento vergonzoso de rehabilitar la figura de Louis Renault.
La controversia que rodea la colaboración de Louis Renault con los nazis es un reflejo de la dualidad de la sociedad francesa bajo la ocupación. Según sus detractores, el industrial francés - que no tuvo reparos en fotografiarse junto a Adolf Hitler- puso a la histórica fábrica de Boulogne-Billancourt, en la periferia de París, hoy ya desaparecida, al servicio del esfuerzo de guerra alemán, llegando a reparar en ella los tanques de la Wehrmacht. Su familia alega que lo hizo obligado, como tantos otros. Sólo que otros, como Peugeot, Citroën o Michelin, también ayudaron a la resistencia.
sábado, 24 de diciembre de 2011
viernes, 16 de diciembre de 2011
Chirac, culpable
En un triste final para más de cuarenta años de carrera política, Jacques Chirac se convirtió ayer en el primer ex presidente de la V República francesa en ser condenado por la justicia. El Tribunal Correccional de París declaró a Chirac culpable de los delitos de malversación de fondos públicos, abuso de confianza y prevaricación en el caso de los llamados empleos ficticios de la alcaldía de París, y sentenciado a dos años de cárcel con suspensión condicional de la pena. El fallo causó una honda impresión en Francia. No por inesperado, sino porque a sus 79 años, enfermo y mermado en sus facultades mentales, el viejo león gaullista se mantiene como el hombre político más estimado del país, con un nivel de popularidad (73%) que casi dobla al del presidente Nicolas Sarkozy.
Los hechos se remontan a la primera mitad de los años noventa, cuando Jacques Chirac era alcalde de París y presidente del Reagrupamiento por la República (RPR), antecesor de la actual Unión por un Movimiento Popular (UMP). El caso de los empleos ficticios alude a un sistema organizado de financiación ilegal de la formación de Chirac por el cual la alcaldía de la capital francesa empleaba y pagaba a miembros del RPR que en realidad trabajaban para el partido. La sentencia da por probada la existencia, en este sentido, de “prácticas perennes y reiteradas que le son personalmente imputables”.
Por este caso, dividido en dos sumarios –uno tramitado en París y otro en Nanterre– ya fue condenado en 2004 el actual ministro de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, quien en aquel entonces era teniente de alcalde de finanzas y secretario general del RPR. Delfín de Chirac, Juppé recibió una pena de 14 meses de prisión –con suspensión condicional– y un año de inelegibilidad. La sentencia forzó la dimisión de Juppé al frente de la recién nacida UMP, lo que abrió el camino a la toma del poder por Sarkozy...
Si Chirac no pudo ser juzgado en su momento es porque cuando la investigación judicial arrancó, en 1999, Chirac ya era presidente de la República y estaba en consecuencia protegido por la inmunidad penal reconocida al jefe del Estado. Hizo falta que Chirac abandonara el Elíseo, en el 2007, y deviniera un ciudadano corriente para que la justicia pudiera retomar el hilo donde lo había dejado. Junto a Chirac fueron condenadas otros siete encausados, y dos más resultaron absueltos.
A través de uno de sus abogados, Jean Veil –hijo de Simone Veil–, Jacques Chirac se manifestó anoche “profundamente herido” por el fallo, que contestó “totalmente” en sus fundamentos, aunque subrayó que la sentencia confirma que “no hubo enriquecimiento personal”. El ex presidente anunció, pese a su desacuerdo, que no apelará, alegando carecer de fuerzas suficientes para abordar un nuevo proceso judicial. Aquejado de demencia senil, Chirac no ha asistido al juicio y no estaba presente ayer tampoco en el palacio de justicia para escuchar la sentencia.
La decisión del tribunal presidido por el magistrado Dominique Pauthe, considerada severa por no pocos observadores, refuerza la imagen de independencia de la justicia francesa. Todo invitaba a tomar el camino fácil –y compasivo– de la absolución o de la dispensa de pena, figura legal que puede aplicarse cuando el culpable se considera rehabilitado y el daño ha sido reparado. En este caso, la fiscalía había pedido primero el archivo de la causa y después la absolución. Y el principal perjudicado, el Ayuntamiento de París, se retiró al final como parte civil después de llegar a un acuerdo por el cual la UMP y Chirac restituirían 2,2 millones de euros al municipio.
La única parte civil presente en el proceso, la asociación anticorrupción Acor, celebró el fallo como “una decisión histórica y extremadamente importante para la democracia”. No hay muchos precedentes de un antiguo jefe del Estado sentado en el banquillo. El más reciente –aunque muy diferente– es el del mariscal Petain, condenado en 1945 por alta traición a la pena de muerte, luego conmutada por la cadena perpetua, por haber colaborado con el ocupante nazi.
Salvo el fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen –que aprovechó la circunstancia para comparar a los políticos del establishment con delincuentes–, y la candidata al Elíseo de Los Verdes, la ex juez anticorrupción Eva Joly –que instó a Chirac a dimitir como miembro del Consejo Constitucional–, la reacción de la clase política fue en general moderada y cauta. Incluida la de la izquierda, que subrayó la importancia del pronunciamiento de la justicia pero mostró a la vez –fue el caso de su presidenciable, François Hollande– un reconocimiento hacia el hombre.
Para la mayoría, como para el primer ministro, François Fillon, la sentencia “llega demasiado tarde”. Lo cual vuelve a poner en cuestión el régimen de impunidad penal del presidente de la República. Protegido en el Elíseo, Chirac había vaticinado en su día que los casos de corrupción que se le imputaban acabarían haciendo “pitchsssss”. No ha sido así. La justicia se ha reservado la última palabra.
El ángel de los escritores
Unos versos del poeta irlandés William Butler Yeats, colgados en una pared del establecimiento, resumen el espíritu de George Withman, el fundador de la librería parisina Shakespeare and Company, fallecido el 14 de diciembre en París, dos días después de haber cumplido 98 años: Be not inhospitable to strangers. Lest they be angels in disguise (“No seas inhospitalario con los desconocidos, por si acaso son ángeles disfrazados”)
Profundamente impresionado por la generosidad de los humildes mayas que le socorrieron cuando, en 1935, se perdió tres días en la jungla del Yucatán, Withman convirtió su librería –toda una institución cultural en París– en un templo de acogida de jóvenes poetas y escritores en busca de inspiración a orillas del Sena. A cambio de un par de horas de trabajo en la librería y del compromiso de leer un libro cada día, Withman permitía a sus bohemios visitantes alojarse unos días en el altillo del local –que una vez por semana acoge lecturas públicas de poesía–, con vistas a la catedral de Nôtre Dame. Desde su apertura, unos 50.000 aspirantes a artista han dormido entre sus anaqueles.
Su hija de treinta años, Sylvia Beach Withman –un nombre que es en sí mismo un homenaje–, se hizo cargo en 2006 de la librería y ha seguido su estela. Eso sí, introduciendo algunas modernidades –irritantes para su padre– como una página web en internet. A través de ella, dio a conocer la muerte de su padre, que hace dos meses sufrió un ataque de apoplejía. George Withman murió “tranquilamente en su casa, en el piso de encima de su librería” y será enterrado en el cementerio Père Lachaise junto a legendarios escritores como Apollinaire, Colette, Wilde o Balzac.
Nacido el 12 de diciembre de 1913 en East Orange (New jersey), hijo de un eminente físico, Walter Withman –nada que ver con el escritor del mismo nombre–, George Withman rondó por medio mundo y ejerció los más variopintos oficios antes de ser movilizado y destinado en 1941 en Europa como oficial médico. Acabada la Segunda Guerra Mundial, en 1948, decidió instalarse en París y abrir una librería especializada en la literatura anglosajona en el corazón de la rive gauche. Inicialmente llamada Le Mistral –en recuerdo de un primer amor–, abrió sus puertas en 1951 en el número 37 de la calle de la Bûcherie , en un viejo edificio que compró gracias a una herencia, donde todavía sigue, con su característico y llamativo cartel de color amarillo.
Le Mistral heredó en 1962, a la muerte de la legendaria Sylvia Beach, el fondo y el nombre de la original Shakespeare and Company. Y en cierto modo su espíritu. Si en la época de Sylvia Beach la librería –instalada entonces en el barrio del Odeón– había sido frecuentada por Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound, James joyce o Gertrude Stein, por el local de Withman pasarían Henry Miller, Anaïs Nin. William Burroughs, Lawrence Durrell o Allen Ginsberg.Enamorado de los libros, George Withman nunca se vio como escritor. Pero su contribución a la literatura no tiene precio.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Adiós soberanía, adiós
Alguien me dijo una vez: “Así que no eres nacionalista… ¡Y yo que pensaba que eras progre!”. Aún pronunciada con un deje de ironía, semejante afirmación causaría estupefacción en cualquier otro país de Europa. En Alemania o en Francia, tal asociación de ideas resultaría simplemente incomprensible. Marcada a sangre y fuego por la terrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial, consecuencia de la fiebre nacionalista que asoló el continente en los negros años treinta, Europa asimila nacionalismo a extremismo e intolerancia. No hace falta retroceder ochenta años para comprobar hasta qué punto sigue siendo así: la inmensa mayoría de los partidos políticos europeos que se reivindican nacionalistas, situados en la órbita de la ultraderecha, mantienen un discurso radical, populista y xenófobo como el de sus ancestros. “El patriotismo es el amor de los suyos, el nacionalismo es el odio de los otros”, decía Jacques Chirac.
España ha sido durante mucho tiempo un caso aparte, fruto también de su atormentada historia. Si el nacionalismo español de extrema derecha, convertido en ideología oficial por el franquismo, ha causado idéntica aversión que los otros nacionalismos europeos, no ha pasado lo mismo con los nacionalismos periféricos. Perseguidos por la dictadura, comprometidos en la lucha por la restauración de la democracia, los nacionalismos catalán, vasco y otros, gozaron durante mucho tiempo de una imagen positiva, antes de que el regreso de la derecha al poder en España marcara en cierto modo el fin de la tregua política de la transición. Si la imagen de los nacionalismos regionales se ha degradado en el resto de España, fruto de las tensiones centrípetas y centrífugas que agitan la política española, no ha sucedido lo mismo de puertas adentro, donde el enfrentamiento con Madrid ha reforzado sus bases políticas. No hay más que ver sus resultados electorales en Catalunya y en el País Vasco para comprobar su implantación.
El caso del nacionalismo catalán, tan alejado de las arcaicas raíces ideológicas del nacionalismo vasco, presenta una notable particularidad. Heredero del catalanismo ilustrado de finales del siglo XIX, a su impecable trayectoria democrática unió durante décadas un sutil cóctel ideológico integrado por las reivindicaciones nacionales, una visión regeneracionista de España y un europeísmo militante. Ahora este precario y frágil equilibrio, resquebrajado por la deriva soberanista de los últimos años, está a punto de saltar por los aires.
El acuerdo arrancado con dolor la madrugada del 9 de diciembre en Bruselas por Alemania y Francia al resto de sus socios comunitarios -salvo el Reino Unido- para establecer una auténtica integración fiscal y económica en la UE tendrá enormes consecuencias para todos. También para la estática política catalana, donde el paréntesis del tripartito no representó en realidad ningún cambio de fondo: no hizo sino consolidar, con otro acento, el discurso nacionalista de los últimos treinta años.
Nicolas Sarkozy, obligado a seducir a la Francia del “no”, que en 2005 tumbó el proyecto de Constitución europea, hizo un ocurrente juego de palabras –“La auténtica soberanía es la que se comparte”- para intentar enmascarar el profundo alcance del acuerdo: la nueva Europa se construirá sobre una pérdida sustantiva de las soberanías nacionales de los Estados, que perderán incluso la potestad de aplicar una política presupuestaria y fiscal autónoma. Los británicos no se engañaron y no firmaron.
El radical salto adelante que Europa se dispone a dar en el camino de la unión y la integración, empujada por la grave crisis del euro, se produce en el mismo momento histórico en que el nacionalismo catalán ha iniciado el camino contrario: el del soberanismo y –a medias palabras- el independentismo. Flagrante contradicción que abocará inevitablemente a los nacionalistas catalanes a elegir entre su fe europeísta y su sueño nacional. La soberanía se ha acabado en Europa, como la independencia.
El teatralizado seísmo que provocó en Catalunya la decisión pactada por PSOE y PP de introducir la llamada “regla de oro” contra el déficit público en la Constitución muestra hasta qué punto los nacionalistas se sitúan aún fuera de esta nueva realidad. Siguiendo el ajado guión habitual, voces altisonantes se alzaron para denunciar el atentado intolerable contra el autogobierno catalán perpetrado por los dos grandes partidos españoles y se dio incluso por muerto el espíritu de la transición. La tormenta catalana hubiera provocado sonrisas de conmiseración en el Elíseo y en la cancillería de Berlín si por azar la noticia hubiera sobrepasado los Pirineos. Madrid, ese receptáculo de todos los males, ese blanco perfecto del descontento, sólo estaba cumpliendo órdenes del llamado Directorio Europeo.
Los esquemas de la transición están volando en pedazos. Los viejos clichés han caducado. No es el “encaje” de Catalunya en España, sino el de ambas en Europa, lo que está sobre la mesa. El poder ya no está en Madrid, sino en algún lugar a medio camino entre Berlín, París y Bruselas. ¿Puede estarlo jamás en Barcelona? Los nacionalistas catalanes pueden pretender ignorarlo todavía durante un tiempo, pero no podrán mantener la ficción eternamente. El artificio ya es insostenible. La verdadera soberanía de Catalunya, la auténtica independencia, es imposible. O bien sólo podrá ejercerse algún día –si ese día llega- fuera de Europa.
El mito de una Catalunya independiente dentro de Europa, que tan bien vende en el mercado de las ideas “todo a cien”, oculta a conciencia el hecho de que una declaración de independencia comportaría, de entrada, la baja automática de Catalunya de la Unión Europea, a la que en todo caso sólo podría aspirar a reintegrar después de un largo proceso de negociación (al último aspirante, Croacia, le habrá costado ocho años). Y que, una vez de nuevo dentro, acabaría engrosando el pelotón de pequeños Estados a quienes los grandes sirven el menú ya cocinado.
Con una influencia política minúscula, sin capacidad de veto –los tiempos de la unanimidad se han acabado-, con los presupuestos de la Generalitat vigilados por Bruselas bajo amenaza de sanciones, con la política fiscal dictada por la ortodoxa Alemania, desembarazada de la tutela del Tribunal Constitucional español para pasar a depender del de Karlsruhe, privada de ayudas comunitarias a causa de una renta por encima de la media y convertida en contribuyente neto de la Unión –el déficit fiscal no dejaría de existir, sólo cambiaría de culpable-, Catalunya estaría muy lejos de ejercer ese fantasmagórico “derecho a decidir” con el que los nacionalistas tientan hoy a la ciudadanía.
El acuerdo europeo del 9 de diciembre ha marcado el final de la ambigüedad. La ambivalencia está condenada. O los nacionalistas catalanes apuestan por una Europa federal o apuestan por la independencia. Pero no podrán hacerlo por ambas. El camino de en medio ya no existe. Si persisten en la vía soberanista adoptada en los últimos años, ello les conducirá inevitablemente a traicionar sus postulados europeístas fundacionales y a abrazar indefectiblemente, en defensa de la soberanía nacional, los mismos postulados euroescépticos, o incluso antieuropeos, que abanderan en nombre de los mismos principios los grupos nacionalistas de otros países. No se trata de compañías muy recomendables: en Francia, el principal exponente es el Frente Nacional de Marine Le Pen.
Tanto si el nacionalismo catalán opta por un camino como por el otro, ello no se hará sin dolor, sin desgarro, sin fractura incluso. Como decía el cardenal de Retz, que en el siglo XVII se enfrentó –y perdió- ante el cardenal Mazarin, el todopoderoso ministro de Luis XIII y Luis XIV: “Uno no sale de la ambigüedad más que en propio detrimento”. Pero a veces es inevitable.
El caso del nacionalismo catalán, tan alejado de las arcaicas raíces ideológicas del nacionalismo vasco, presenta una notable particularidad. Heredero del catalanismo ilustrado de finales del siglo XIX, a su impecable trayectoria democrática unió durante décadas un sutil cóctel ideológico integrado por las reivindicaciones nacionales, una visión regeneracionista de España y un europeísmo militante. Ahora este precario y frágil equilibrio, resquebrajado por la deriva soberanista de los últimos años, está a punto de saltar por los aires.
El acuerdo arrancado con dolor la madrugada del 9 de diciembre en Bruselas por Alemania y Francia al resto de sus socios comunitarios -salvo el Reino Unido- para establecer una auténtica integración fiscal y económica en la UE tendrá enormes consecuencias para todos. También para la estática política catalana, donde el paréntesis del tripartito no representó en realidad ningún cambio de fondo: no hizo sino consolidar, con otro acento, el discurso nacionalista de los últimos treinta años.
Nicolas Sarkozy, obligado a seducir a la Francia del “no”, que en 2005 tumbó el proyecto de Constitución europea, hizo un ocurrente juego de palabras –“La auténtica soberanía es la que se comparte”- para intentar enmascarar el profundo alcance del acuerdo: la nueva Europa se construirá sobre una pérdida sustantiva de las soberanías nacionales de los Estados, que perderán incluso la potestad de aplicar una política presupuestaria y fiscal autónoma. Los británicos no se engañaron y no firmaron.
El radical salto adelante que Europa se dispone a dar en el camino de la unión y la integración, empujada por la grave crisis del euro, se produce en el mismo momento histórico en que el nacionalismo catalán ha iniciado el camino contrario: el del soberanismo y –a medias palabras- el independentismo. Flagrante contradicción que abocará inevitablemente a los nacionalistas catalanes a elegir entre su fe europeísta y su sueño nacional. La soberanía se ha acabado en Europa, como la independencia.
El teatralizado seísmo que provocó en Catalunya la decisión pactada por PSOE y PP de introducir la llamada “regla de oro” contra el déficit público en la Constitución muestra hasta qué punto los nacionalistas se sitúan aún fuera de esta nueva realidad. Siguiendo el ajado guión habitual, voces altisonantes se alzaron para denunciar el atentado intolerable contra el autogobierno catalán perpetrado por los dos grandes partidos españoles y se dio incluso por muerto el espíritu de la transición. La tormenta catalana hubiera provocado sonrisas de conmiseración en el Elíseo y en la cancillería de Berlín si por azar la noticia hubiera sobrepasado los Pirineos. Madrid, ese receptáculo de todos los males, ese blanco perfecto del descontento, sólo estaba cumpliendo órdenes del llamado Directorio Europeo.
Los esquemas de la transición están volando en pedazos. Los viejos clichés han caducado. No es el “encaje” de Catalunya en España, sino el de ambas en Europa, lo que está sobre la mesa. El poder ya no está en Madrid, sino en algún lugar a medio camino entre Berlín, París y Bruselas. ¿Puede estarlo jamás en Barcelona? Los nacionalistas catalanes pueden pretender ignorarlo todavía durante un tiempo, pero no podrán mantener la ficción eternamente. El artificio ya es insostenible. La verdadera soberanía de Catalunya, la auténtica independencia, es imposible. O bien sólo podrá ejercerse algún día –si ese día llega- fuera de Europa.
El mito de una Catalunya independiente dentro de Europa, que tan bien vende en el mercado de las ideas “todo a cien”, oculta a conciencia el hecho de que una declaración de independencia comportaría, de entrada, la baja automática de Catalunya de la Unión Europea, a la que en todo caso sólo podría aspirar a reintegrar después de un largo proceso de negociación (al último aspirante, Croacia, le habrá costado ocho años). Y que, una vez de nuevo dentro, acabaría engrosando el pelotón de pequeños Estados a quienes los grandes sirven el menú ya cocinado.
Con una influencia política minúscula, sin capacidad de veto –los tiempos de la unanimidad se han acabado-, con los presupuestos de la Generalitat vigilados por Bruselas bajo amenaza de sanciones, con la política fiscal dictada por la ortodoxa Alemania, desembarazada de la tutela del Tribunal Constitucional español para pasar a depender del de Karlsruhe, privada de ayudas comunitarias a causa de una renta por encima de la media y convertida en contribuyente neto de la Unión –el déficit fiscal no dejaría de existir, sólo cambiaría de culpable-, Catalunya estaría muy lejos de ejercer ese fantasmagórico “derecho a decidir” con el que los nacionalistas tientan hoy a la ciudadanía.
El acuerdo europeo del 9 de diciembre ha marcado el final de la ambigüedad. La ambivalencia está condenada. O los nacionalistas catalanes apuestan por una Europa federal o apuestan por la independencia. Pero no podrán hacerlo por ambas. El camino de en medio ya no existe. Si persisten en la vía soberanista adoptada en los últimos años, ello les conducirá inevitablemente a traicionar sus postulados europeístas fundacionales y a abrazar indefectiblemente, en defensa de la soberanía nacional, los mismos postulados euroescépticos, o incluso antieuropeos, que abanderan en nombre de los mismos principios los grupos nacionalistas de otros países. No se trata de compañías muy recomendables: en Francia, el principal exponente es el Frente Nacional de Marine Le Pen.
Tanto si el nacionalismo catalán opta por un camino como por el otro, ello no se hará sin dolor, sin desgarro, sin fractura incluso. Como decía el cardenal de Retz, que en el siglo XVII se enfrentó –y perdió- ante el cardenal Mazarin, el todopoderoso ministro de Luis XIII y Luis XIV: “Uno no sale de la ambigüedad más que en propio detrimento”. Pero a veces es inevitable.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
El 'affaire' de nunca acabar
El caso Bettencourt ha acabado atrapando a François-Marie Banier, el fotógrafo vividor que aprovechó su amistad con la heredera del grupo L’Oréal, Liliane Bettencourt, de 89 años, para sacarle sustanciosos regalos por valor de cerca de 1.000 millones de euros. El acuerdo alcanzado a finales de 2010 entre Banier y la hija de la multimillonaria, Françoise Bettenocurt-Meyers, para poner fin a la disputa no le ha valido de nada. La justicia ha decidido seguir actuando de oficio y el fotógrafo fue detenido por la policía el lunes en su domicilio de París, junto con su compañero sentimental, Martin d’Orgeval, para ser interrogados en relación con este caso por “estafa, abuso de confianza y de debilidad, blanqueamiento y encubrimiento”.
El escándalo estalló a finales de 2007, tras la muerte de André Bettencourt, cuando la única hija del matrimonio presentó demanda contra Banier, del que sospechaba que estaba sacándole el dinero a su madre. La guerra familiar duró tres años, hasta que todas las partes llegaron a un acuerdo en diciembre de 2010 por el cual el fotógrafo renunció a gran parte de los regalos, particularmente dos seguros de vida por valor de 700 millones –aunque conservó el resto: propiedades, cuadros...–, y se comprometió a no volver frecuentar a la anciana. A cambio, Françoise Bettencourt-Meyers, retiró su demanda.
El <CF21>affaire</CF>, sin embargo, no quedó cerrado, puesto que el baile de testimonios y grabaciones piratas que salieron a la luz abrió otro caso paralelo: el de la supuesta financiación ilegal del partido de Nicolas Sarkozy, la UMP , a través de su tesorero de entonces, Eric Woerth, cuya esposa trabajaba para el administrador de los bienes de Liliane Bettencourt... Woerth, ministro de Trabajo, fue relevado de su cargo y el enfrentamiento judicial abierto entre la juez que llevaba el caso y el fiscal –por ver quien controlaba la instrucción– acabó aconsejando el traslado del sumario a Burdeos. Es justamente el juez que instruye el caso en Burdeos, Jean-Michel Gentil, quien ordenó la detención de Banier y de su amigo.
Centrado en principio en la cuestión de la financiación ilegal de la UMP , el juez decidió el pasado mes de septiembre –a petición de la fiscalía– ampliar la instrucción al presunto delito de abuso de debilidad, después de que un informe médico estableciera que Liliane Bettencourt padece demencia senil. Banier y d’Orgeval serán trasladados hoy a Burdeos para ser interrogados por el juez y, eventualmente, ser formalmente procesados. Ambos habrán pasado dos noches en la prisión parisina de la Santé.
El abogado del fotógrafo, Pierre Cornut-Gentille, se quejó de las formas utilizadas por el juez, que fuentes próximas a Banier calificaron de “brutales” –ambos fueron detenidos a las 6 de la madrugada en su domicilio, cuando estaban durmiendo–, y aseguró que habría bastado una citación judicial. Según parece, el juez quería impedir que Banier y su compañero partieran en viaje a Nueva York, donde tenían previsto pasar las fiestas de Fin de Año.
El estado de debilidad mental de Liliane Bettencourt llevó el pasado 17 de octubre a una juez de Courbevoie a colocar a la multimillonaria bajo tutela, lo cual le impide disponer libremente de sus bienes y ejercer sus derechos de voto en el consejo de administración de la sociedad que tiene la mayoría de las acciones de L’Oréal. Esta decisión, fruto de una nueva demanda de la hija –que el verano pasado reanudó su guerra judicial, en este caso contra los nuevos administradores de su madre–, será reexaminada hoy. La multimillonaria ha solicitado un régimen de protección menos severo.
Un ex ministro, detenido por el caso Karachi
El ex ministro francés Renaud Donnedieu de Vabres, titular de la cartera de Cultura entre 2004 y 2007, fue detenido ayer por la policía por su eventual responsabilidad en el caso de la venta de submarinos franceses a Pakistán en 1994, también conocido como caso Karachi. Donnedieu de Vabres era consejero especial del ministro de Defensa, François Léotard, cuando se negoció el contrato.. La justicia sospecha que en esta operación se pagaron comisiones ilegales, una parte de las cuales regresó a Francia –en forma de retrocomisiones– para financiar ilegalmente la campaña del entonces primer ministro, Édouard Balladur, en las elecciones presidenciales de 1995.
Donnedieu de Vabres será presentado hoy al juez que instruye el sumario, Renaud Van Ruymbeke, que podría comunicarle su procesamiento. Por este caso han sido ya procesados dos antiguos colaboradores de Balladur, Nicolas Bazire y Thierry Gaubert, amigos ambos del actual presidente de la República. Nicolas Sarkozy, a la sazón ministro del Presupuesto era también el portavoz de campaña de Balladur.
Según varios testimonios, Donnedieu de Vabres sería quien habría impuesto, hacia el final de la operación, la intervención del intermediario Ziad Takieddine –tambié procesado–, encargado presuntamente de vehicular las comisiones. La ex mujer de Thierry Gaubert, la princesa Elena de Yugoslavia, declaró que su marido había ido a Suiza a recoger dinero de manos de Takieddine. En las cuentas de la campaña de Balladur constan 20 millones de francos –unos tres millones de euros– de origen no justificado.
Cuando Jacques Chirac ganó las elecciones a su rival, ordenó que se suspendiera el pago de las comisiones pendientes. Según algunas hipótesis esta decisión habría causado, como venganza, el atentado que en 2002 costó la vida en Karachi a 11 ingenieros franceses que trabajaban en la adaptación de los submarinos.
martes, 13 de diciembre de 2011
Los socialistas franceses, contra 'Merkozy'
El acuerdo arrancado el viernes en Bruselas por la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, al resto de sus socios europeos –excepto el primer ministro británico, David Cameron– para combatir la crisis de la zona euro está lejos de suscitar la unanimidad en Alemania y en Francia. Los socialistas de ambos países manifestaron ayer su rechazo al enfoque del plan elaborado por el eje franco-alemán, centrado en una férrea disciplina presupuestaria y carente de toda medida de estímulo de la economía.
Los socialistas franceses son los que fueron más lejos. El candidato del PS al Elíseo en las elecciones presidenciales de la próxima primavera, François Hollande, aseguró en una entrevista radiofónica que si sale elegido “renegociará” el tratado que Sarkozy se dispone a firmar de aquí al próximo mes de marzo. “Si soy elegido presidente renegociaré este acuerdo para introducir lo que le falta”, declaró en RTL. Lo que le falta, a juicio del presidenciable socialista, es la creación de euro-obligaciones y la intervención del Banco Central Europeo (BCE) en la compra de la deuda soberana con el fin de aliviar la presión de los mercados.
Las propuestas de Hollande no son ni nuevas ni originales. Numerosos son los economistas franceses, tanto de izquierda como de derecha, que llevan tiempo reclamando tales medidas, como único medio de frenar la crisis. Nicolas Sarkozy ha estado meses intentado convencer a Angela Merkel. Sin éxito. La respuesta alemana siempre ha sido no.
El primer ministro francés, François Fillon, calificó a Hollande de “irresponsable”. El calendario electoral puede, en efecto, poner en manos de los socialistas franceses el poder de ratificar o no el tratado, una vez firmado.
Villepin, candidato a la contra
El ex primer ministro Dominique de Villepin sorprendió a toda Francia el domingo por la noche al anunciar en televisión su decisión de concurrir como candidato en las próximas elecciones presidenciales. Solo, sin apenas apoyos políticos y económicos, nadie en la UMP –su antiguo partido– creía que fuera a dar ese paso. Su candidatura no tiene ninguna posibilidad –el último sondeo le otorga una intención de voto del 1%–, pero su participación puede contribuir, junto con otras candidaturas de derecha y centroderecha, a restar votos al presidente saliente, Nicolas Sarkozy. La candidatura de Villepin es una candidatura a la contra, testimonial. No son pocos los que creen que al final la retirará.
domingo, 11 de diciembre de 2011
Niebla en el canal de la Mancha
Lo que sucedió la madrugada del viernes en Bruselas fue la primera traducción, en hechos, de un antiguo anhelo de Nicolas Sarkozy. No la ruptura con el Reino Unido, que el presidente francés nunca ha deseado. Sino la ruptura del bloqueo que ha supuesto históricamente para la Unión Europea la regla de la unanimidad.
“No se puede imponer a un país lo que no quiere. En cambio, no acepto que el que no quiere avanzar impida a los otros hacerlo. El único modo de salvar la Europa política es haciendo saltar este cerrojo”. Sarkozy podía haber pronunciado estas palabras el viernes al anunciar, tras diez horas de tensa negociación, que un grupo de 23 países ampliable a 26 –todos menos el Reino Unido– habían acordado firmar un tratado intergubernamental para reforzar su integración económica y fiscal, e intentar así salvar la zona euro. Pero en realidad lo hizo hace casi cinco años, en vísperas de ser elegido presidente.
El insólito desenlace de la cumbre de Bruselas, que ha dejado al Reino Unido descolgado del núcleo duro de la UE , se acerca mucho al que Sarkozy había imaginado. Convencido de que la idea de la canciller alemana, Angela Merkel, de involucrar a los 27 en el salvamento del euro estaba condenada al fracaso, el presidente francés siempre apostó por una solución circunscrita a los 17 países de la zona euro.
La intransigente postura del primer ministro británico, David Cameron, que condicionó su apoyo a una reforma de los tratados a la aceptación de nuevas derogaciones en favor de Londres –la exclusión de la City de la nueva regulación financiera europea– le facilitó el trabajo. Lo que quizá Sakozy no había calculado es que la práctica totalidad del resto de países ajenos a la zona euro se acabaría sumando al acuerdo por temor a verse arrojados a la cuneta de la construcción europea.
La ruptura con el Reino Unido no es una gran noticia para Sarkozy, que desde el inicio de su quinquenato había intentado forjar con los británicos una alianza que ejerciera un cierto contrapeso respecto al inevitable eje franco-alemán. El presidente francés había llegado a soñar, hace cinco años, con articular una nueva política europea que superara la exclusividad de la asociación entre París y Berlín. Junto a Londres, Sarkozy pensaba en Roma, Madrid y Varsovia para forjar un nuevo juego de alianzas multipolar. La realidad le ha corregido.
Las cosas empezaron de forma muy diferente a como han terminado. Al principio del mandato de Sarkozy, el eje franco-alemán sufrió un serio enfriamiento, al que no fue ajena la falta de conexión personal entre el presidente francés y Angela Merkel.
Todo lo contrario de lo que sucedió con el entonces primer mininistro británico, el laborista Gordon Brown, que llegó a calificar las relaciones francobritánicas de “entente formidable” y con quien Sarkozy se entendió a las mil maravillas. Poco importaban las diferencias ideológicas. También Jacques Chirac adoraba a Felipe González y aborrecía en cambio a José María Aznar...
Fiel a este objetivo, el presidente francés se preocupó de asociar desde el primer momento a Londres a la respuesta europea ante la crisis desencadenada en el otoño de 2008 por la quiebra de Lehman Brothers, invitando a Brown a la runión de urgencia de los países de la zona euro que convocó en el Elíseo. Y fue también con Brown con quien inició los contactos que desembocaron en la firma, a finales de 2010, ya con David Cameron en Downing Street, del tratado de cooperación militar entre ambos países.
Con Cameron, el presidente francés mantuvo la misma política, como demostró la estrecha colaboración de París y Londres en la crisis de Libia, donde las fuerzas militares de ambos países actuaron mano a mano. Estaba escrito, sin embargo, que Europa les acabaría alejando. Sarkozy ya vio una mala señal cuando Cameron decidió que los tories abandonaran el grupo del Partido popular Europeo (PPE) en el Parlamento Europeo en 2009.
La crisis de la zona euro ha acabado dinamitando esta estrategia de acercamiento y deteriorando gravemente las relaciones entre Cameron y Sarkozy. Entre una Alemania que, aún con su correosa obstinación, era el socio imprescindible para superar la crisis del euro y un Reino Unido convertido en obstáculo, el presidente francés no tenía elección. El tiempo dirá si las heridas de esta ruptura son irreversibles.
sábado, 10 de diciembre de 2011
Europa avanza, Londres se descuelga
"Niebla en el Canal. El continente, aislado”. La leyenda de un Reino Unido volcado sobre sí mismo, celoso de su soberanía y orgulloso de su insularidad, tomó dramáticamente cuerpo a altas horas de la madrugada del viernes en Bruselas, cuando el primer ministro británico, David Cameron, solo contra todos, vetó la reforma de los tratados europeos propuesta por Alemania y Francia para salvar el euro. Londres, reacio a seguir el camino de la integración económica marcado por Berlín y París, abrió la puerta y puso un pie fuera. Pero esta vez nadie hizo ademán de detenerle.
El enrocamiento de Cameron, empeñado en aprovechar una eventual reforma de los tratados para imponer a sus socios nuevas derogaciones –con el fin de salvaguardar a su corazón financiero, la City londinense, de las ansias reguladoras continentales– consumó la fractura. Los demás Estados europeos, conscientes de la urgencia y la gravedad del momento, fatigados de la eterna excepción británica, decidieron seguir adelante por su cuenta. Una decisión de hondo calado.
Bloqueada la opción de una reforma de los tratados asumida de forma unánime por los 27 países miembros, un amplio grupo de 23 Estados –los 17 de la zona euro y seis más– acordaron firmar, de aquí al mes de marzo, un tratado intergubernamental para asumir una mayor disciplina presupuestaria y avanzar en el camino de una mayor convergencia económica. Sólo Hungría, la República Checa y Suecia eludieron comprometerse, alegando que antes debían consultar a sus parlamentos. Un argumento que el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, utilizó para sugerir que al final el acuerdo podría extenderse quizá a 26...
“Por primera vez se ha dicho basta a los británicos. Lo que ha sucedido esta madrugada tendrá unas consecuencias inconmensurables”, valoraba un alto funcionario europeo al enjuiciar el desenlace de las más de diez horas de negociaciones –en algunos momentos, de gran dureza– mantenidas por los líderes europeos.
Antes del inicio de la cena informal de los 27 en la noche del jueves, Cameron mantuvo una reunión restringida con la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, cuyas propuestas –excepción hecha de la reforma del tratado, como procedimiento– son las que se han acabado imponiendo. En esa tensa reunión, ya quedó clara la imposibilidad de un acuerdo, lo que confortó a Sarkozy en su idea de buscar un pacto con los países de la zona euro. Las condiciones del primer ministro británico, subrayó el presidente francés hacia las cinco de la madrugada, eran “inaceptables”. El mismo calificativo utilizó la canciller alemana, quien recordó al Reino Unido que la estabilidad del euro afecta a todos. “Todos estamos en el mismo barco”, subrayó, respondiendo a quienes, al otro lado del canal de la Mancha , se regocijan del resultado de la cumbre diciendo que el primer ministro británico ha abandonado el Titanic.
Cameron intentó minimizar el aislamiento del Reino Unido –“Seguimos siendo un miembro pleno e influyente de la UE ”, declaró a la BBC –, pero en sus argumentos dio la clave de la ruptura: “Estamos en aquella parte de Europa en la que necesitamos estar, el mercado único”. Empujados por la crisis del euro, la mayoría de los países de la UE se disponen a dar un paso enorme en el camino de una plena integración. Y el Reino Unido no quiere seguirlos. “Los británicos no creen en la idea europea. No hay que lamentar que la ambigüedad se haya despejado. Sólo les interesa el mercado único. El resto del proyecto europeo les es indiferente, cuando no le son hostiles”, escribió Le Monde en su editorial.
Los franceses siempre han desconfiado de la fe europea del Reino Unido, que en 1960 promovió la creación de la EFTA –asociación de libre comercio– como alternativa a la recién nacida Comunidad Europea. Cuando Londres cambió de actitud y quiso ingresar en la CE , se encontró con el veto francés. De Gaulle impidió la adhesión británica dos veces, en 1963 y 1967, receloso de que sus estrechos vínculos con Estados Unidos arrastraran a Europa a alinearse con las tesis de Washington en plena Guerra Fría. De Gaulle recordaba lo que le había espetado Churchill en 1940: “Cada vez que debamos elegir entre Europa y el mar abierto, elegiremos el mar abierto”. Los británicos tuvieron que esperar a 1973 para entrar en la CE.
Un embrollo jurídico
La imposibilidad de reformar los tratados europeos, a causa del veto británico, obligará al resto de países de la UE a construir una compleja arquitectura jurídica. El acuerdo alcanzado en Bruselas afecta a asuntos que están dentro de los tratados e implica a las instituciones comunitarias –el Consejo y la Comisión –, lo que complica su apoyo legal.
El Estado número 28
Tenía que ser un acto solemne y festivo. Y en cierto sentido lo fue. Amenizados por un cuarteto de cuerda, los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea desfilaron por el estrado a firmar la adhesión de Croacia como 28º miembro de la UE , rango que no adquirirá formalmente hasta el 1 de julio de 2013 y que le convertirá en el segundo país de la ex Yugoslavia –tras Eslovenia– en incorporarse a Europa. Pero el acto quedó ensombrecido por una larga noche de insomnio y de duras negociaciones entre los líderes europeos, que desembocó en una fractura entre el Reino Unido y el resto de sus socios comunitarios.
Había rostros serios y cansados en la sala. Algunos tensos, como el del primer ministro británico, David Cameron, o extrañamente sonrientes y relajados, como el de la canciller alemana, Angela Merkel, que parecía haberse quitado un peso de encima. Y había otros directamente ausentes, como el del presidente francés, Nicolas Sarkozy, que simplemente no participó en el acto y delegó la firma en Jean Leonetti, su ministro de Asuntos Europeos.
El ingreso de Croacia en la UE no podía caer en un momento más delicado para la Unión , amenazada de explosión por la crisis de la zona euro. Nada, sin embargo, que haga dudar a las autoridades croatas del camino emprendido en 2003, cuando presentaron la solicitud de ingreso. El presidente de Croacia, Ivo Josipovic, flanqueado por la primera ministra en funciones, Jadranka Koso, calificó el evento de “acontecimiento histórico”, que no dudó en comparar al de la independencia de su país, en 1991. Un sondeo reciente indica asimismo que el 53% de los ciudadanos votaría sí en el referéndum previsto para el próximo mes de febrero.
El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, felicitó “calurosamente” al nuevo socio comunitario, pero le recordó acto seguido que la firma de adhesión no era “el fin del camino”. Croacia, en efecto, no sólo ha tenido que afrontar uno de los periodos de negociación más largos –las conversaciones formales empezaron en 2005–, sino que además ahora debe afrontar todavía nuevos exámenes sobre las reformas en marcha antes de que su ingreso sea efectivo, dentro de un año y medio. Esta severidad es fruto de los problemas que generó la rápida entrada de Bulgaria y Rumanía en 2007.
Quienes no avanzaron ayer ni un paso fueron Montenegro y Serbia. Con respecto al primero, el Consejo Europeo acogió “positivamente” las mejoras realizados por este país –sobre todo en materia de lucha contra la corrupción y la delincuencia organizada–. Pero pese a haber sido convenientemente valoradas por la Comisión Europea , la apertura de las negociaciones para la adhesión se ha pospuesto hasta junio de 2012, siempre y cuando tales avances se confirmen.
Schengen
También Bulgaria y Rumanía se quedaron ayer con las ganas. El Consejo Europeo constató que ambos países cumplen todas las condiciones para incorporarse al espacio Schengen, sobre libre circulación de personas, e instó a tomar una decisión rápidamente. Hasta ahora, ésta ha sido bloqueada por Holanda.
viernes, 9 de diciembre de 2011
"No habrá segunda oportunidad"
Europa puede evitar hoy el abismo. Pero al precio de una dolorosa fractura. Enfrentada a una crisis sin control, que amenaza la supervivencia de la moneda única y, más allá, de la propia Unión, Europa aborda horas cruciales para su futuro. De la cumbre que se inició anoche en Bruselas, el mundo espera una respuesta firme, sólida y coherente que devuelva la confianza a los mercados financieros y frene, de una vez, la crisis de la deuda en la zona euro. Después del fiasco de las cumbres del 21 de julio y del 26 de octubre –siempre demasiado tarde, siempre demasiado poco–, no hay margen para el error. “No habrá una segunda oportunidad”, enfatizó el presidente francés, Nicolas Sarkozy, en las horas previas al inicio del Consejo Europeo, fiel a su estrategia de añadir tensión a la tensión. Pero la respuesta, si llega, puede cobrarse una elevada factura política.
La solución concebida por Alemania y Francia, basada en la imposición de una disciplina presupuestaria general y un refuerzo de la integración económica, puede acabar dislocando la Unión Europea. Un acuerdo restringido a los 17 miembros de la zona euro –posible, como último recurso- acabaría consolidando de forma irreversible la Europa de dos velocidades que empezó a dibujarse en 1992 con el tratado de Maastricht y la creación del euro.
“Nunca Europa había estado tan en peligro como hoy, nunca el riesgo de explosión de Europa había sido tan grande”, clamó Sarkozy ante los delegados del Partido Popular Europeo reunidos en Marsella, en una dramática advertencia a todos los miembros de la UE para que asuman la gravedad de la situación. Aunque la canciller alemana, Angela Merkel, se mostró en la misma tribuna algo más confiada –“Vamos a encontrar las buenas soluciones, estoy convencida”, dijo-, los mensajes emitidos en las últimas cuarenta y ocho horas por Berlín no han sido menos admonitorios.
Merkel y Sarkozy, que el lunes pasado cerraron un difícil compromiso para promover una reforma urgente de los tratados europeos, están ejerciendo la máxima presión sobre sus socios comunitarios para que asuman esta solución y acepten cerrar hoy mismo un acuerdo de principio.
Para París y Berlín, no hay alternativa posible, no hay lugar para medias tintas. Por eso han desdeñado las propuestas del presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, para llegar al mismo fin pero eludiendo la siempre arriesgada reforma de los tratados. En este planteamiento, Sarkozy y Merkel se han atraído la complicidad del presidente del Eurogrupo y primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, que en una entrevista publicada ayer por Le Monde abogó por una reforma limitada y rápida. Incluso el presidente de la Comisión Europea , José Manuel Durao Barroso, flexibilizó su posición, mostrándose abierto a admitir una reforma de los tratados si se dan ciertas condiciones, particularmente que vaya en el sentido de una mayor integración, que refuerce la unidad europea y que no margine el papel de las instituciones comunitarias.
Por más integración no va a quedar. La propuesta franco-alemana pretende imponer la adopción de normas de rango constitucional en cada país que garanticen el retorno al equilibrio presupuestario, el estabLecimiento de sanciones automáticas a quienes no cumplan los compromisos de déficit y de deuda publica, y la constitución de un gobierno económico europeo en cuya agenda estará impulsar una mayor convergencia en materia de política fiscal, laboral y financiera.
Nada que despierte un gran entusiasmo al otro lado del canal de la Mancha. Londres es hoy el epicentro de la resistencia a los designios de la pareja Merkozy. Aprisionado entre los euroescépticos de su partido y el pacto de gobierno que le une a los liberal-demócratas, el primer ministro británico, David Cameron, acude a Bruselas con un difícil objetivo: intentar pactar con sus socios alguna compensación en términos de devolución de soberanía –particularmente en lo que atañe a la regulación financiera– para apoyar la reforma del tratado, bajo la amenaza de ejercer su derecho de veto en caso contrario.
Las pretensiones de Londres van a chocar contra una muralla. Nadie quiere más derogaciones en favor del Reino Unido. El objetivo declarado de Merkel y Sarkozy es intentar pactar una reforma del tratado asumida por los 27 –camino ya de 28, pues mañana Croacia firmará su adhesión, que se hará efectiva en 2013–, pero ya han advertido que si hay bloqueo están decididos a un acuerdo restringido a los 17 países de la zona euro. Una opción que dividiría a la UE y dejaría a Londres lejos de los nuevos centros de decisión.
El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, y el presidente de Rumanía, Traian Basescu, expresaron ayer su oposición a la instauración de una Europa de dos velocidades. Pero eso es precisamente lo que puede acabar surgiendo de la crisis. En opinión del ex comisario europeo Antonio Vitorino, presidente del think-tank Notre Europe, tal desenlace es inevitable. Así lo expuso recientemente en el diario La Croix : “En el futuro, la Unión tendrá diversos núcleos de geometría variable –moneda, defensa, libre circulación de personas...–, y los países con más influencia serán los que estén presentes en todos o en la mayoría de ellos”.
La atracción del Titanic
La Unión Europea se balancea peligrosamente[/TEXTO] en medio de la tempestad, al borde del naufragio, pero eso no parece arredrar a un pequeño grupo de aguerridos navegantes balcánicos. Con más fe en Europa que la que demuestran diariamente los pusilánimes mercados financieros, la primera ministra en funciones de Croacia, Jadranka Kosor, firmará hoy en Bruselas la adhesión de su país a la Unión Europea –que entrará en vigor el 1 de julio de 2013– y, a la larga, su entrada en el inestable euro. Mientras, delegaciones de Montenegro y de Serbia intentarán dar un impulso a las negociaciones para su ingreso.
La crisis del euro, la incapacidad de los miembros de la UE para poner fin a la tormenta financiera, la actitud imperiosa de la pareja Nicolas Sarkozy-Angela Merkel... han sido utilizados por los nacionalistas antieuropeos, tanto en Croacia como en Serbia, contra el ingreso en la Unión. Pero hasta el momento no han conseguido invertir el sentimiento mayoritariamente favorable de sus respectivas opiniones públicas, que ven en Europa un medio para consolidar la democracia y las reformas económicas, y una promesa de paz y prosperidad.
Los croatas, en cualquier caso, serán llamados a votar en referéndum en el plazo de tres meses para ratificar el tratado de adhesión, según han avanzado los responsables de la coalición de centroizquierda que ganó las elecciones del pasado domingo, en las que el Gobierno que ha llevado a buen fin las reformas necesarias para el ingreso cayó derrotado. No es el primer caso.
A Croacia, segundo país de la ex Yugoslavia en incoporarse a la UE tras Eslovenia, le habrá costado casi siete años culminar el proceso –las negociaciones empezaron en 2005– y aún le quedarán varias etapas por cumplir. De aquí a 2013, Bruselas controlará que se lleven a cabo las reformas que aún están pendientes. Con 4,3 millones de habitantes, Croacia será uno de los más pequeños Estados de la Unión. Y de los pocos que cumple con el límite de deuda pública del 60% del PIB, aunque tiene un 17,4% de paro.
El Consejo Europeo de Bruselas podría asimismo dar luz verde al inicio de las negociaciones para la adhesión de Montenegro, y evaluar si Serbia cumple los requisitos para ser considerado oficialmente candidato a la adhesión. Hasta ahora, Alemania lo ha vetado por considerar que Serbia no había avanzado suficiente en el diálogo sobre Kosovo.
No todo el mundo es tan valiente, sin embargo, en los Balcanes. El Banco Central de Bosnia anunció ayer su intención de buscar una divisa extranjera estable, como alternativa al euro, para indexar su moneda, el marco bosnio convertible, ante la perspectiva de un eventual hundimiento de la moneda única europea.
Croacia, que dentro de año y medio se convertirá en el 28º Estado de la Unión Europea , parece menos temerosa. Aunque su primera ministra tiene previsto firmar el tratado de adhesión con un bolígrafo que le regaló el papa Benedicto XVI. Será para contar con la protección divina.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Prostitución, los clientes en el punto de mira
En la guerra de golpes bajos que se libra en torno al caso del ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), el francés Dominique Strauss-Kahn, asociado a numerosos escándalos sexuales, el ministro del Interior, Claude Guéant, se descolgó días atrás desvelando que el político socialista fue identificado en 2006 por la policía en el Bois de Boulogne, la gran zona verde de París, en una acción de control de la prostitución... Como pagar a cambio de sexo no está penalizado en Francia, Strauss-Kahn quedó libre inmediatamente. Del mismo modo que, hasta el momento, tampoco ha sido judicialmente importunado en el caso de la red de proxenetismo investigada por dos jueces de Lille, de la que al parecer era un cliente muy habitual . Pero esto podría cambiar pronto.
Un grupo de diputados franceses, tanto de derecha como de izquierda, ha presentado una proposición de ley en la que se propone perseguir penalmente a los clientes de la prostitución, siguiendo el modelo aplicado en Suecia desde 1999. La propuesta prevé penas de hasta seis meses de prisión y 3.000 euros de multa, además de la obligación de pasar un cursillo de reeducación.
La iniciativa no concita la unanimidad ni en el Parlamento ni en el Gobierno, pero sus promotores, los diputados Guy Geoffroy, de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), y Danielle Bousquet, del Partido Socialista (PS), consiguieron ayer tarde un primer triunfo con la aprobación, a mano alzada, por la Asamblea Nacional de una resolución en la que se propugna la abolición de la prostitución –hasta ahora tolerada– y se apunta la necesidad de “responsabilizar a los clientes”. La resolución, firmada también por los jefes de todos los grupos parlamentarios, niega a la prostitución la categoría de actividad profesional y presenta a las prostitutas –unas 20.000 en el conjunto de Francia– como víctimas de un sistema de explotación.
No todo el mundo está de acuerdo con la iniciativa de perseguir a los clientes. De entrada, una parte de las propias profesionales, que consideran que semejante medida no logrará acabar con la prostitución y, en cambio, perjudicará directamente al colectivo. “Esta criminalización empujará a las prostitutas a ejercer en la clandestinidad y, debido a la disminución de clientes, a aceptar relaciones no protegidas”, alertó la presidenta del Sindicato del Trabajo Sexual (Strass), Morgane Merteuil, que subrayó las consecuencias sanitarias que tal medida puede tener. Las profesionales independientes, que ayer se manifestaron frente a la Asamblea Nacional , reivindican su libertad para ejercer la prostitución y decalifican la iniciativa parlamentaria por puritana.
En su lucha, las prostitutas han encontrado el apoyo de las asociaciones de lucha contra el sida –que temen el alejamiento de las profesionales del sexo de las estructuras de apoyo sanitario– e incluso de feministas de larga trayectoria como Elisabeth Badinter: “Si una mujer desea ganar en tres días, por la prostitución, lo que otras ganarían en un mes como cajeras de supermercado, es su derecho, siempre que no sea de manera forzada”, ha dicho
La ley Sarkozy de 2003
En Francia, hasta el momento, ejercer la prostitución no está penado. Como tampoco lo está pagar a cambio de una relación sexual, a no ser que sea con una persona menor de edad. La ley persigue la prostitucion de menores y el proxenetismo. Y desde 2003, merced a la Ley de Seguridad Interior –conocida también por el nombre del ministro del Interior de la época, Nicolas Sarkozy–, se sanciona también la incitación, ya sea activa o pasiva. Las prostitutas que intenten captar a un cliente pueden ser castigadas con dos meses de cárcel y 3.750 euros de multa. La ley Sarkozy tuvo como efecto inmediato el alejamiento de las prostitutas fuera de los centros urbanos, hacia las zonas boscosas de la periferia de las ciudades. Pero fue sólo un espejismo. Hoy, en París, las prostitutas han vuelto al Bois de Boulogne y a algunos bulevares.
martes, 6 de diciembre de 2011
El tratado exprés de Merkel y Sarkozy
Merkel y Sarkozy, que se dijeron abiertos a la discusión con el resto de sus socios comunitarios –ni que sea para guardar las formas–, llevarán en realidad al Consejo Europeo un menú y un calendario prácticamente cerrados. La víspera enviarán por carta el detalle de sus propuestas –que ayer únicamente perfilaron en sus grandes líneas– al presidente del Consejo, Herman van Rompuy. Algo parecido a un trágala.
La adhesión al nuevo tratado será ofrecida en principio a los 27, pero tanto Merkel como Sarkozy –perfectamente conscientes del rechazo que suscita en el Reino Unido y otros países– se mostraron dispuestos a firmar un tratado reducido a los 17 miembros de la zona euro y aquellos que voluntariamente se quieran añadir. Tampoco menos. La posibilidad de introducir una doble velocidad en el interior de la zona, entre países de primera y de segunda, parece descartada.
El nuevo tratado, según el acuerdo franco-alemán, deberá incluir el establecimiento de “sanciones automáticas” a aquellos países que incumplan el límite de déficit, fijado en el 3% del PIB en el último tratado de Lisboa. Ni Merkel ni Sarkozy especificaron ni el tipo de sanciones ni el mecanismo para imponerlas. En opinión de Berlín, tal tarea debería recaer en la Comisión Europea , algo que París veía más bien con reticencia. En todo caso, para bloquear la imposición de una sanción será necesario reunir una mayoría cualificada.
El tratado sancionará asimismo la adopción de una “regla de oro” –como las ya aprobadas por España y Alemania– que introduzca en la Constitución de cada país la obligación de regresar al equilibrio presupuestario. El Tribunal Europeo de Justicia velará por la adecuación de cada norma constitucional a la letra y el espíritu del tratado, pero no irá más allá. A cambio de renunciar a los eurobonos y a la intervención activa del BCE, Sarkozy ha conseguido que el tribunal no pueda controlar ni anular los presupuestos de un Estado miembro, algo que a juicio de París representaba un atentado a su soberanía.
El acuerdo franco-alemán prevé también adelantar a 2012 la consolidación y perennización del futuro Mecanismo Europeo de Estabilidad, que en 2013 debía sustituir al actual Fondo y cuyo gobierno estará sometido asimismo a la regla de la mayoría cualificada (la propuesta es que represente al 85% de los recursos aportados al fondo). “No queremos que unos pocos puedan bloquear el avance del tren”, dijo Merkel.
Berlín y París lanzaron aquí un guiño definitivo a los mercados al asegurar que la participación del sector privado en la resolución de la crisis se limitará al caso griego. “Grecia será la excepción. Aquí ha habido un malentendido, siempre dijimos que Grecia era un caso particular”, aseguró Merkel, quien hasta ahora había militado por que la banca privada asumiera una parte de responsabilidades en los casos de reestructuración de la deuda de un país. No será ya el caso. El futuro MEE aplicará al respecto la jurisprudencia del Fondo Monetario Internacional. “Lo que ha pasado en Grecia no se reproducirá”, remachó Sarkozy, quien subrayó que “no se puede comparar una economía como la de Italia, o la de España, con Grecia”.
Finalmente, el acuerdo incluye la constitución, de facto, de una suerte de gobierno económico de la zona euro a nivel intergubernamental. Los jefes de Estado y de Gobierno de los 17 se reunirán a partir de ahora y mientras dure la crisis con regularidad mensual, para abordar posibles medidas comunes –en materia de competitividad, mercado laboral, fomento de la innovación...– de relanzamiento del crecimiento.
Ambos mandatarios se expresaron contrarios a las euro-obligaciones –Sarkozy, con la fe del converso– y garantizaron su determinación de respetar la independencia del BCE, que queda al margen de la reforma. Ello no implica, sin embargo, que el BCE no vaya a actuar de forma más decidida en la crisis, pero en todo caso se hará sin que aparezca como el resultado una injerencia política. Y sin que en ningún caso pueda parecer que se erige en el último recurso. Sarkozy ha asumido a rajatabla el compromiso de “no hacer ningún comentario, ni positivo ni negativo”, de su acción.
Del Velib' al Autolib'
Primero fueron las bicicletas, ahora el toca el turno a los coches. Desde ayer, todos los habitantes de París y de otras 45 ciudades de su periferia pueden acceder a un nuevo servicio de alquiler por horas de vehículos eléctricos para desplazarse libremente –sin humos, ni ruido– por la capital francesa y su banlieue. El sistema, bautizado Autolib’, está directamente copiado del que ya existe con las bicicletas, el Velib’ –similar al barcelonés Bicing–. Los usuarios deben estar previamente abonados y la utilización del coche es facturada por tramos de media hora. El vehículo puede ser recogido en un punto y devuelto en otro, reservado previamente o no. La inspiración llega incluso hasta el color: pese a lo que indica el nombre del coche, Blue Car, su carrocería –diseñada por Pininfarina– es de color gris, como el de las bicis. Un gris designado y despectivamente como gris ratón o gris Alemania del Este...
Servicios similares se han probado ya en otras ciudades francesas –Lyon, La Rochelle , Niza, Toulouse...–, pero el de París es el primero que se lleva a cabo a gran escala. Si el Autolib’ arrancó ayer con una flota de 250 coches y otras tantas estaciones, está previsto que a finales del año que viene cuente con 3.000 vehículos y 1.100 estaciones. Para asegurar la rotación de los coches entre las estaciones y atender los problemas que puedan surgir, Autolib’ contará cuando esté al completo con una plantilla de más de 800 personas.
El funcionamiento es, a priori, muy sencillo. Para abonarse sólo es necesario un carnet de identidad, el permiso de conducir y una tarjeta de crédito, y puede hacerse –en 10 o 15 minutos– por vídeoconferencia en una de las estaciones principales, dotadas con terminales. Existen abonos diarios –para usuarios puntuales– a 10 euros; semanales, a 15 euros, y anuales, a 144 euros. A esta cantidad hay que añadir el precio del tiempo de uso, que oscila entre 4 y 7 euros la primera media hora y entre 6 y 8 euros a partir de la tercera. Los coches, totalmente eléctricos, tienen una autonomía de cinco horas. Pero está prohibido ir más allá de un radio de 50 kilómetros de París (lo cual es controlado por GPS)
La iniciativa, a través de la que el alcalde de París, el socialista Bertrand Delanoë, pretende conseguir una reducción considerable de la circulación de automóviles privados en la ciudad –de hasta 20.000–, tiene numerosos detractores. Empezando por los ecologistas del gobierno municipal, que consideran que Autolib’ estimulará el uso del vehículo particular –aunque sea en su modalidad de aquiler– en detrimento del transporte colectivo. La oposición de derechas critica, a su vez, la ocupación de la vía pública por las estaciones del Autolib’ –que suprimirán varios millares de plazas de aparcamiento en la calle– y alerta que, por encima de un determinado nivel de pérdidas económicas, será el Ayuntamiento quien tenga que pagar. Y luego están los descontentos profesionales obvios: los taxistas y las empresas de alquiler de automóviles, que acusan al nuevo servicio de competencia desleal.
Uno de los objetos de controversia es el nivel de daños que puede sufrir el Autolib’ a causa del vandalismo, puesto que la mayor parte de los coches estarán aparcados en la calle. El Ayuntamiento sostiene que esta eventualidad ya ha sido ampliamente prevista, ya que cada vehículo está asegurado por 3.000 euros al año. En el caso del Velib’, las bicis han sufrido más de 16.000 actos vandálicos desde 2007.
Escaparate mundial de una nueva batería para automóviles
La rentabilidad del servicio Autolib’ es una incógnita. El concesionario, el industrial francés Vincent Bolloré –que lo gestionará durante 12 años-, ha fijado el umbral de rentabilidad en 200.000 abonados. Una cifra elevadísima –el Velib’ tiene 1650.000– que no se alcanza en dos días. Algunos expertos calculan que, mientras tanto y en caso de que lo consiga, las pérdidas pueden llegar a los 60 millones de euros anuales. Una inversión que parece ruinosa, si no fuera porque Velib’ será el gran escaparate de la nueva batería eléctrica para vehículos desarrollada por el grupo Bolloré, en la que lleva invertidos ya 1.500 millones de euros y que confía poder vender a algunos de los grandes fabricantes mundiales de automóviles.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Europa vuelve a llamar a la puerta
El sentimiento europeísta de los franceses –no de sus élites, sino de los ciudadanos– va a ser duramente puesto a prueba en los próximos meses. La apuesta del presidente Nicolas Sarkozy, mano a mano con la canciller alemana, Angela Merkel, de dar un paso decisivo en el camino de la integración fiscal y presupuestaria para salir de la crisis, amenaza con resucitar las viejas divisiones que Europa suscita en la sociedad francesa. Esta vez, con la campaña de las elecciones presidenciales de la próxima primavera como telón de fondo. La adhesión de los franceses al proyecto de “refundación” de la Unión Europea defendido por Sarkozy –y a la cesión de soberanía que comporta– no es algo que esté ganado de antemano. En absoluto.
En 1992, Francia aprobó por los pelos, en un disputado referéndum –51% a 49%–, el tratado de Maastricht, que alumbró el nacimiento del euro. En 2005, rechazó –esta vez con una diferencia más neta, 54,7% a 45,3%– el proyecto de Constitución europea, provocando un colosal seísmo político en Europa. Ambas consultas, tan diferentes en sus resultados, pusieron sin embargo crudamente en evidencia la profunda división de la sociedad.
Esta división está lejos de haber sido superada. Un sondeo de TNS Sofres publicado esta semana constata que la fractura sigue ahí, más viva que nunca. Ante la opción entre la solidaridad para con los otros países de la UE o el egoísmo nacional, los dos bloques reaparecen con parecida fuerza: 40% a 41%. Pero cuando se pregunta sobre la cesión a Bruselas del control sobre los presupuestos del Estado, resurge la sombra de 2005: el no ganaría netamente al sí por 45% a 35%.
Nicolas Sarkozy, que tras ser elegido presidente en 2007 logró reconducir el voto de 2005 aprobando el nuevo tratado de Lisboa a través del Parlamento, no cometerá el error de Jacques Chirac de convocar un referéndum para avalar el nuevo tratado que ahora defiende. Pero no podrá evitar que el debate condicione la campaña de las presidenciales.
El discurso que pronunció el jueves en Toulon ante 5.000 militantes de su partido, la UMP , marcó el inicio de una ofensiva política que pretende amarrar a sus propias filas –“La soberanía se ejerce con los otros”, subrayó ante un auditorio que hace diez años hubiera sido mucho menos monolítico– y poner en dificultades a sus adversarios.
Una década después, la división que vivió la derecha francesa en 1992 ha quedado ya atrás. El mismo sondeo de TNS Sofres demuestra que los votantes de la UMP aprobarían sin problema –52% a 37%– ceder a la UE el control último de las cuentas públicas. Dejando aparte a la extrema derecha –el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen ha hecho del antieuropeísmo más primario una bandera–, los euroescépticos de la mayoría gubernamental, que los hay –como los agrupados en la derecha popular de Thierry Mariani–, son una minoría.
El europeísmo del presidente francés no llega, sin embargo, hasta el punto de querer reforzar el papel de la Comisión Europea –tradicional punching ball de los gobiernos franceses–. Por el contrario, su planteamiento es potenciar el nivel intergubernamental.
El principal problema no lo tiene Sarkozy, sino los socialistas. El Partido Socialista francés sufrió una grave fractura interna en 2005. El primer secretario de entonces –y hoy candidato al Elíseo–, François Hollande, logró imponer su posición favorable al sí en el referéndum interno organizado en el partido. Pero no pudo evitar la disidencia pública y la campaña activa por el no de algunos barones socialistas y, sobre todo, fue desautorizado por los electores de izquierda, que votaron masivamente contra el proyecto de tratado constitucional.
Los socialistas franceses nunca se han recobrado del todo de ese descalabro interno. Algunos de los adalides del no han dejado el PS, como Jean-Luc Melenchon –hoy candidato del Frente de Izquierda en las presidenciales–, pero otros siguen emboscados dentro, como Laurent Fabius. Los propios electores socialistas se mantienen en una actitud de resistencia, como constata de nuevo la encuesta citada: los contrarios a la cesión de más soberanía fiscal ganan 47% a 37%.
El sentimiento soberanista existente en la izquierda, basado en una acentuada desconfianza hacia una Comisión Europea que se percibe como el colmo del neoliberalismo, está tan extendido que los dirigentes del PS van a tener serias dificultades para eludirlo. Las reacciones antialemanas de los últimos días, teñidas de nacionalismo y soberanismo, muestran que este sentimiento está también dentro del partido.
Probablemente por ello, Hollande se ha sentido obligado a asegurar que no aceptará “jamás” que el Tribunal Europeo de Justicia pueda juzgar los presupuestos de “un Estado soberano”. Ironía del destino, las dos figuras que tendrán que lidiar con esta situación –la primera secretaria del PS, Martine Aubry, y el candidato al Elíseo– son herederos políticos de un profundo europeísta: Jacques Delors. La primera es, además, su hija.
Soplar por sí mismo
¿Son muchas dos cervezas antes de coger el volante? A partir de la primavera de 2012, los conductores franceses no precisarán esperar a que los gendarmes les paren en el arcén de la carretera para conocer su nivel de alcoholemia. Junto al triángulo de emergencia y el chaleco reflectante, todos los automovilistas deberán llevar en la guantera de su vehículo un etilómetro. Nada les obligará a utilizarlo, pero probablemente la mayoría no podrá resistirse a la tentación de comprobar su estado. Al menos, ésta es la convicción de las autoridades francesas de tráfico, que han colocado la lucha contra la alcoholemia como gran prioridad. La multa por no llevar etilómetro será de 17 euros, una cantidad diez veces superior al coste del aparato, que no llega a dos euros.
La generalización de los etilómetros fue anunciada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, esta semana, junto con el despliegue de 400 nuevos radares fijos de control de velocidad, que se añadirán a los 2.080 existentes. Igualmente, el Gobierno prevé generalizar durante el primer semestre del año que viene el despliegue de los nuevos radares móviles de nueva generación. La represión del exceso de velocidad ha permitido bajar espectacularmente la mortalidad en las carreteras francesas, que en los últimos 12 meses –entre el 1 de noviembre de 2010 y el 31 de octubre de 2011– se ha situado en 3.980 víctimas. Se trata del nivel más bajo desde 1972, cuando el coche se cobró en Francia la vida de 18.034 personas. El objetivo de Sarkozy es bajar de 3.000.
La lucha contra el exceso de velocidad está detrás de este éxito. Y explica por qué el alcohol se ha convertido ahora en la primera causa de los accidentes mortales en las carreteras y ciudades francesas. El 30,8% de los muertos en accidentes de tráfico lo son hoy en accidentes en los que el exceso de alcohol ha estado presente, según datos del Ministerio del Interior. En el 90,7% de los casos, el nivel de alcoholemia fue superior a 0,8 gramos de alcohol por litro de sangre. El 92% de los conductores implicados eran hombres, con una gran proporción de jóvenes entre 18 y 24 años.
La obligación de llevar etilómetros en el coche no es una medida aislada. El mismo día en que Sarkozy la anunció entró en vigor otra medida similar –aprobada el pasado mes de agosto– por la que todas las discotecas y bares nocturnos deben poner a disposición de sus clientes etilómetros –químicos o electrónicos– para que éstos puedan libremente controlar su estado antes de volver a tomar el coche.
Junto a estas iniciativas, que persiguen la sensibilización de los conductores, el Gobierno francés prepara asimismo un endurecimiento de las sanciones por conducir bajos los efectos del alcohol. Actualmente, la ley limita la presencia de alcohol en la sangre a 0,5 gramos por litro (esto es, 0,25 mg, por litro de aire espirado). Entre 0,5 y 0,8 la sanción –aparte de la multa de 135 euros– es la pérdida de 6 puntos. Por encima de 0,8, la sanción –en función de la gravedad– puede llegar a 4.500 euros, tres años de suspensión del carnet y dos años de prisión. El Gobierno está preparando ahora un proyecto de ley para elevar a 8 el número de puntos retirados en estos casos. También prevé incrementar los controles de alcoholemia.
sábado, 3 de diciembre de 2011
Germanofobia de izquierda
Todo parece valer para intentar erosionar políticamente a Nicolas Sarkozy, acusado a coro por la izquierda francesa y la derecha soberanista de “claudicar” ante la canciller alemana, Angela Merkel, en la crisis del euro. Incluido agitar los resortes del más rancio nacionalismo francés antialemán. El Partido Socialista, la principal fuerza de oposición y posible fuerza de gobierno a partir de la próxima primavera, también se ha dejado tentar por los tics germanófobos, alineándose de forma aventurada con las tesis de la extrema derecha y de las huestes del italiano Silvio Berlusconi.
Algunos tenores socialistas, con sus encendidas declaraciones, han hecho incluso palidecer las de la presidenta del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, quien ha acusado a Berlín de querer dirigir Europa “a la schlague”, palabra de origen alemán que describe los antiguos castigos corporales infligidos en los ejércitos germanos y que se ha incorporado a la lengua francesa para designar una forma brutal de imponer la disciplina.
Más exaltado aún que la hija de Jean-Marie Le Pen, el agitado Arnaud Montebourg –quien dio la sorpresa en las primarias socialistas al quedar tercero, por delante de Ségolène Royal–, ha llegado a comparar a Angela Merkel con Bismarck, el canciller de hierro, inductor de la guerra franco-prusiana de 1870. “La cuestión del nacionalismo alemán está resurgiendo a través de la política a lo Bismarck de Merkel”, declaró Montebourg, quien añadió que “ha llegado el momento de asumir la confrontación política con Alemania y la defensa de nuestros valores”. Esta salida le valió una áspera respuesta del eurodiputado franco-alemán Daniel Cohn Bendit: “Montebourg cae en el nacionalismo de corneta, es un mal quiquiriquí, está haciendo como el Frente Nacional a la izquierda”, dijo el líder ecologista.
Pero no ha sido el único. El diputado socialista Jean-Marie Le Guen, antaño en las filas de Dominique Strauss-Kahn y posteriormente alineado con François Hollande, tras censurar la política “ciega y egoísta” del Gobierno alemán, comparó el papel de Sarkozy respecto a Merkel con el de “[Édouard] Daladier en Munich”, en alusión al acuerdo firmado por franceses y británicos en 1938 aceptando las exigencias territoriales de Hitler sobre los Suedetes de Checoslovaquia.
François Hollande se desmarcó ayer de esta deriva antialemana a través de su director de campaña, Pierre Moscovici, quien reafirmó que “la pareja franco-alemana es más necesaria que nunca”. Pero lo cierto es que, sin llegar a agitar el espantajo germanófobo, las declaraciones de los dirigentes socialistas –Martine Aubry, Laurent Fabius, el propio Hollande...– coinciden en presentar a una canciller alemana intransigente y autoritaria frente a un presidente francés dócil.
El ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, reaccionó con severidad y censuró semejantes planteamientos, que consideró peligrosos. “La utilización de tales términos provoca escalofrío”, dijo. Y añadió: “Es vergonzoso que por rabia partidista se fragilice nuestra conquista más preciada: la reconciliación, la amistad franco-alemana".
viernes, 2 de diciembre de 2011
Sarkozy y la refundación de Europa
"Europa puede ser barrida por la crisis si no se rehace. El mundo no esperará. Si no cambia, la historia del mundo se escribirá sin Europa". En un tono admonitorio y grave, Nicolas Sarkozy abogó ayer en Toulon (Costa Azul) por una profunda y urgente "refundación" de la Unión Europea para salir de una crisis - la del euro-que puede poner fin al sueño europeísta nacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. "¿Qué quedará de Europa si el euro desaparece? ¿Qué quedará de Europa si su corazón económico se hunde?", se preguntó, para responder un rotundo "nada".
En un discurso que marcará un hito en la historia de la derecha francesa, el presidente de la república abogó ante 5.000 militantes de su partido, la UMP, por reforzar decididamente la integración política y económica de Europa, aúna costa de hacer fuertes cesiones de soberanía: "La soberanía sólo se ejerce con los otros. Europa no es menos soberanía, sino más soberanía, porque otorga más capacidad de actuar". Y remachó: "Europa no es una opción, es una necesidad". Lejos queda la división que desgarró a la derecha en 1992 a raíz de la aprobación en referéndum del tratado de Maastricht, por no hablar de las furiosas proclamas antieuropeas pronunciadas por Jacques Chirac en los años setenta.
"Francia milita, con Alemania, por la aprobación de un nuevo tratado europeo", precisó Sarkozy, quien anunció la celebración el próximo lunes de una reunión en París con la canciller alemana tras la que deberían hacerse públicas las propuestas que ambos países someterán a sus socios en el crucial Consejo Europeo de Bruselas del 8 y 9 de diciembre.
Sarkozy no detalló las propuestas franco-alemanas. Pero lo que dijo confirma las pistas que han ido siendo desveladas estos días: creación de un gobierno económico de la zona euro - con predominio de las decisiones por mayoría cualificada y no por unanimidad-y reforzamiento de la solidaridad interna acompañada de una "estricta disciplina" presupuestaria - consagrada en las constituciones nacionales por la llamada "regla de oro"-,que implicará a nivel europeo sanciones "más rápidas, más automáticas y más severas". Bajo la reivindicación de una Europa "más política" y con "más democracia", el presidente francés defendió reforzar el papel de los jefes de Estado y de Gobierno, a quienes concedió una "legitimidad" por encima de las instituciones comunitarias, en el gobierno europeo.
Sarkozy abogó asimismo por consolidar una suerte de Fondo Monetario europeo y por reforzar el papel del Banco Central Europeo (BCE), aunque garantizando en todo momento - Berlín no está dispuesto a transigir en esto-su absoluta independencia. E incluyó en el paquete algunas preocupaciones netamente francesas, como la revisión del tratado de Schengen - para reforzar el control de las fronteras y la inmigración-;el establecimiento de reglas para impedir el dumping social y fiscal entre estados miembros o la defensa de la Política Agrícola Común, entre otras.
Frente a las críticas que ha suscitado en Europa la actuación unilateral del eje París-Berlín - caricaturizada bajo la fórmula "Merkozy"-y las críticas internas a la a intransigencia de Alemania en la gestión de la crisis - acrecentadas estos últimos días por la izquierda francesa para subrayar, de paso, la supuesta debilidad de Sarkozy ante Merkel-,el presidente francés hizo una vibrante defensa de la alianza franco-alemana, que consideró el núcleo fundamental de la UE.
"Francia y Alemania, después de tantas tragedias, han decidido unir sus destinos. Volverse atrás en esta estrategia sería absolutamente imperdonable", afirmó Sarkozy, quien agitó el fantasma de la guerra para descalificar la vía de la confrontación, ya sea política o económica. "Detrás de la convergencia está la paz, detrás de la divergencia está el enfrentamiento. No porque nosotros no hayamos conocido la guerra debemos olvidar el sacrificio de quienes la vivieron", añadió.
A Sarkozy, la crisis le sienta políticamente bien. Ya le sucedió en 2008 y le vuelve a ocurrir ahora. Un sondeo de TNS Sofres sobre la intención de voto en las elecciones presidenciales de 2012, le otorga un apoyo del 28% en la primera vuelta, sólo tres puntos por detrás del socialista François Hollande, con el 31%. En la segunda, sin embargo, sería derrotado 60% a 40%.
En un discurso que marcará un hito en la historia de la derecha francesa, el presidente de la república abogó ante 5.000 militantes de su partido, la UMP, por reforzar decididamente la integración política y económica de Europa, aúna costa de hacer fuertes cesiones de soberanía: "La soberanía sólo se ejerce con los otros. Europa no es menos soberanía, sino más soberanía, porque otorga más capacidad de actuar". Y remachó: "Europa no es una opción, es una necesidad". Lejos queda la división que desgarró a la derecha en 1992 a raíz de la aprobación en referéndum del tratado de Maastricht, por no hablar de las furiosas proclamas antieuropeas pronunciadas por Jacques Chirac en los años setenta.
"Francia milita, con Alemania, por la aprobación de un nuevo tratado europeo", precisó Sarkozy, quien anunció la celebración el próximo lunes de una reunión en París con la canciller alemana tras la que deberían hacerse públicas las propuestas que ambos países someterán a sus socios en el crucial Consejo Europeo de Bruselas del 8 y 9 de diciembre.
Sarkozy no detalló las propuestas franco-alemanas. Pero lo que dijo confirma las pistas que han ido siendo desveladas estos días: creación de un gobierno económico de la zona euro - con predominio de las decisiones por mayoría cualificada y no por unanimidad-y reforzamiento de la solidaridad interna acompañada de una "estricta disciplina" presupuestaria - consagrada en las constituciones nacionales por la llamada "regla de oro"-,que implicará a nivel europeo sanciones "más rápidas, más automáticas y más severas". Bajo la reivindicación de una Europa "más política" y con "más democracia", el presidente francés defendió reforzar el papel de los jefes de Estado y de Gobierno, a quienes concedió una "legitimidad" por encima de las instituciones comunitarias, en el gobierno europeo.
Sarkozy abogó asimismo por consolidar una suerte de Fondo Monetario europeo y por reforzar el papel del Banco Central Europeo (BCE), aunque garantizando en todo momento - Berlín no está dispuesto a transigir en esto-su absoluta independencia. E incluyó en el paquete algunas preocupaciones netamente francesas, como la revisión del tratado de Schengen - para reforzar el control de las fronteras y la inmigración-;el establecimiento de reglas para impedir el dumping social y fiscal entre estados miembros o la defensa de la Política Agrícola Común, entre otras.
Frente a las críticas que ha suscitado en Europa la actuación unilateral del eje París-Berlín - caricaturizada bajo la fórmula "Merkozy"-y las críticas internas a la a intransigencia de Alemania en la gestión de la crisis - acrecentadas estos últimos días por la izquierda francesa para subrayar, de paso, la supuesta debilidad de Sarkozy ante Merkel-,el presidente francés hizo una vibrante defensa de la alianza franco-alemana, que consideró el núcleo fundamental de la UE.
"Francia y Alemania, después de tantas tragedias, han decidido unir sus destinos. Volverse atrás en esta estrategia sería absolutamente imperdonable", afirmó Sarkozy, quien agitó el fantasma de la guerra para descalificar la vía de la confrontación, ya sea política o económica. "Detrás de la convergencia está la paz, detrás de la divergencia está el enfrentamiento. No porque nosotros no hayamos conocido la guerra debemos olvidar el sacrificio de quienes la vivieron", añadió.
A Sarkozy, la crisis le sienta políticamente bien. Ya le sucedió en 2008 y le vuelve a ocurrir ahora. Un sondeo de TNS Sofres sobre la intención de voto en las elecciones presidenciales de 2012, le otorga un apoyo del 28% en la primera vuelta, sólo tres puntos por detrás del socialista François Hollande, con el 31%. En la segunda, sin embargo, sería derrotado 60% a 40%.
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