François
Hollande ya no sabe qué hacer para tratar de reconquistar la confianza de los
franceses. Sólo así se entiende que el presidente de la República apadrinara
ayer con gran pompa en el Elíseo la firma de un faraónico contrato privado
entre dos sociedades mercantiles, Airbus y la compañía aérea indonesia Lion Air
–para la compraventa de 234 aviones, algo nunca visto–, en el que el Gobierno
no había intervenido para nada. ¡Las buenas noticias van tan escasas! Habituado
a tener que lidiar con una cascada de cierres industriales y planes de
reducción de plantilla, la marcha triunfal del campeón europeo –y francés– de
la aeronáutica era demasiada tentación.
La semana pasada, el presidente francés protagonizó otro
intento para tratar de volver a conectar con la ciudadanía. Inaugurando un
nuevo modelo de desplazamiento por el territorio, Hollande pasó dos días
consecutivos en Borgoña –en el departamento de Côte d’Or– para codearse con el
pueblo y explicar directamente su política. Objeto de pitadas y de protestas,
la operación de seducción acabó en fracaso.
Hollande sabía a ciencia cierta, cuando tomó posesión en el
Elíseo el 15 de mayo del 2012 como presidente de la República, que no tenía por
delante un camino de rosas, sino de espinas. Diez meses después, la realidad se
ha revelado peor de lo que imaginaba. Más de dos terceras partes de los
franceses se dicen descontentos con su gestión y el nivel de confianza en
Hollande ha caído en una sima más profunda que la que engulló en su día a todos
sus predecesores, incluido el aborrecido –y hoy llamativamente añorado– Nicolas
Sarkozy. Nunca ha habido en la V República un presidente más impopular –entre
el 30% y el 31% según diversos sondeos– a estas alturas de mandato. Su
antecesor estaba en el 41%...
Naturalmente, la primera explicación hay que buscarla en la
degradación de la situación económica. El crecimiento, que el presidente
francés confiaba reencontrar en el 2013 –un modesto 0,8%, pero crecimiento al
fin y al cabo–, no está ni se le espera. Y, como consecuencia, el resto de
indicadores económicos no hacen más que deteriorarse: el paro crece de forma
imparable –3,17 millones de desempleados (el 10,6%)– y se acerca peligrosamente
al récord histórico alcanzado en 1997, mientras el déficit público, a pesar del
esfuerzo fiscal impuesto este año a los franceses, se ha descontrolado de nuevo
y acabará en el 2013 en torno al 3,7% del PIB, en lugar del 3% previsto. Lo
cual exigirá aprobar nuevos ahorros y recortes... El Gobierno ya trabaja en
ello.
Con este panorama, cualquier otro presidente, fuera del
partido que fuera, se encontraría en dificultades. Pero en el caso de François
Hollande se da otra circunstancia agravante. Decididamente socialdemócrata y
reformista, determinado a introducir una gestión económica rigurosa –aún a
costa de romper con algunos tabúes históricos de la izquierda francesa–, el
presidente se ha ido enajenando en gran medida el apoyo de su propia base
electoral y de las capas populares, que encuentran su política demasiado
parecida a la de Sarkozy. El acuerdo para favorecer la competitividad de las
empresas y la reforma del mercado de trabajo –dos proyectos emblemáticos
pactados con los empresarios y una parte de los sindicatos– han escocido en
ciertos sectores. Y ha generado ya los primeros movimientos de contestación
social, organizados por la CGT y FO.
Resultado, si la confianza en el presidente francés ha caído
globalmente ocho puntos entre febrero y marzo –del 39% al 31%, según el último
sondeo de Opinion Way aparecido ayer–, el descalabro es más acusado todavía
entre los votantes de izquierda (-13 puntos) y de centro (-12), mientras que
entre los votantes de derecha es más moderado (-5)
Una señal de alarma, muy atentamente leída en el Elíseo, en
Matignon y en la sede socialista de la calle Solférino, se ha disparado esta
fin de semana. El domingo, en una elección parcial en una circunscripción del
departamento del Oise (en la región de Picardía), la candidata socialista,
Sylvie Houssin, quedó descabalgada de la primera vuelta. La abstención,
elevadísima, castigó sobre todo al Partido Socialista, que perdió nueve puntos.
El beneficiado fue el Frente Nacional...
“No se case con Valérie, no nos gusta...”
Si la imagen de François Hollande entre los franceses se
degrada a ojos vista, el presidente francés no puede confiar en este caso con
la ayuda de su compañera, Valérie Trierweiler, de quien sólo un 29% de los
ciudadanos tiene una buena opinión. Hace una semana, en Dijon, una mujer madura
se acercó al presidente y le espetó: “No se case con Valérie. No nos gusta en
Francia. No nos gusta. Voilà!”. Hollande, que en un
primer momento pareció dispuesto a dialogar con su interlocutora, optó por
marcharse en cuanto vió el tenor de la conversación.
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