El tamaño no
importa... salvo cuando se trata de una manifestación. En este caso, sólo las
dimensiones parecen contar. Siguiendo al pié de la letra el refrán castellano
que proclama la preferencia por el “caballo grande, ande o no ande”, los
organizadores de la segunda gran manifestación contra la legalización del
matrimonio homosexual en Francia reivindicaron ayer la movilización de 1,4
millones de personas, una cifra absolutamente desmesurada que más que cuadruplicó
el cálculo de la Prefectura de Policía de París, que la fijó en 300.000.
Más crispados que hace un mes y medio, una minoría de
participantes de la segunda marcha contra el “matrimonio para todos” provocó
incidentes con las fuerzas del orden al tratar de forzar una barrera de
seguridad de los gendarmes y manifestarse por los Campos Elíseos pese a la
prohibición gubernativa. La derecha no perdió la oportunidad de acusar al
Gobierno de lanzar gases lacrimógenos contra pacíficas familias con niños. “No
me imagino a los niños intentado forzar una barrera de los gendarmes”, ironizó
el ninistro Arnaud Montebourg. “¡Yo soy francés, no hay derecho!”, se quejó un
manifestante, sin aclarar si los no franceses tenían, por el hecho de serlo,
preferencia a la hora de recibir gases irritantes en los ojos.
Los organizadores pretendían manifestarse por los Campos
Elíseos, una avenida emblemática y de gran carga simbólica para la derecha –que
en 1984 organizó una marcha masiva contra la reforma educativa de François
Mitterrand, que logró parar–, pero tuvieron que conformarse con hacerlo al otro
lado, entre el Arco de Triunfo y La Défense.
El movimiento conservador contra el proyecto de legalización
del matrimonio entre homosexuales consiguió el pasado 13 de enero un gran éxito
al movilizar a cientos de miles de personas –800.000, según los organizadores,
340.000 según la Prefectura– contra la iniciativa del Gobierno, en lo que
constituyó una de las mayores manifestaciones de los últimos treinta años.
Desde entonces, sin embargo, el movimiento había perdido
bastante gas, incapaz de frenar al Gobierno. En efecto, el proyecto siguió su
curso en el Parlamento como si nada, la ley fue aprobada en primera instancia
por la Asamblea Nacional el 12 de febrero y actualmente se encuentra en fase de
tramitación en el Senado. Por otro lado, ninguna de las acciones de justicia
emprendidas por los opositores ha producido tampoco efecto alguno. Su último
cartucho era demostrar que la calle sigue movilizada y que hay una Francia
ferozmente contraria a un proyecto de ley que cambia la naturaleza legal del
matrimonio, otorga a las parejas homosexuales idénticos derechos a las
heterosexuales en materia de adopción y filiación, y entreabre la puerta
–puesto que esta ley no lo regula– a que las parejas gay se beneficien en el
futuro de programas de reproducción asistida.
Los opositores tenían necesidad de demostrar que la protesta
podía seguir siendo masiva y, al movilizar a cientos de miles de personas,
demostraron que así es. Por más que el cálculo de 1,4 millones de personas sea,
cuanto menos, ampliamente generoso.
Es difícil que, pese a la amplitud de la contestación, el
movimiento anti-matrimonio homosexual fuerce a dar marcha atrás al Gobierno.
Para François Hollande, enfrentado a una situación económica inquietante y
obligado a adoptar medidas impopulares, abandonado por una parte del electorado
popular y de izquierdas, esta reforma le ofrece la oportunidad de cerrar filas
en su propio campo.
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