La guerra de Mali ha
mostrado al mundo la cara más brillante del ejército francés, que ha
demostrado una vez más su capacidad para movilizar rápida y eficazmente fuerzas
suficientes –aeronavales y terrestres– para una intervención armada en el
exterior. Y saldarla con éxito. Junto a Francia, sólo el Reino Unido es capaz
de hacer algo así en Europa. Pero detrás del luminoso escaparate, la trastienda
es en realidad mucho más precaria. Así, los intensos bombardeos aéreos llevados
a cabo por los Mirage y los modernos Rafale sobre las columnas y la retaguardia
de los grupos islamistas en el norte de Mali no hubieran sido posibles sin la
intervención de los aviones nodriza estadounidenses, que permitieron a los
cazabombarderos franceses repostar en vuelo y disponer, en consecuencia, de
suficiente carburante para realizar su misión... ¿Ejército de bolsillo?
¿ejército de confetti? Epítetos de este tipo se suceden últimamente en Francia
para alertar de la fragilidad de unas fuerzas armadas al límite.
“Hoy nuestro ejército presenta debilidades que, en el actual
contexto económico y financiero, pueden afectar a su coherencia”, advertía hace
apenas tres meses el almirante Édouard Guillaud, jefe del Estado Mayor de los
Ejércitos, quien entre las carencias más urgentes subrayaba justamente la de
aviones nodriza, así como drones (vehículos aéreos no
tripulados) y sistemas de lucha contra baterías antiaéreas. “El Libro Blanco de
la Defensa del 2008 establecía el objetivo de poder desplegar en un teatro exterior
30.000 hombres durante un año, un grupo aeronaval y 70 aviones de combate. En
estos momento, no es alcanzable”, añadía.
Más drástica, la historiadora Catherine Durandin –profesora
del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) y autora de
un libro sobre “El declive del ejército francés”– considera que “la situación
es muy alarmante”. “El ejército sufre un declive presupuestario, una deflación
de efectivos y un envejecimiento del material”, resume.
Embarcado en un difícil proceso de reforma y adelgazamiento
–que habrá implicado la reducción de 54.000 empleos civiles y militares entre
el 2008 y el 2014, así como el cierre de cerca de un centenar de unidades
militares–, el ejército francés se enfrenta ahora a la perspectiva de un largo
periodo de vacas flacas. La congelación del presupuesto de defensa, situado en
31.400 millones de euros para el 2013, ha sido ya un primer aviso. Pero los
recortes acabarán por llegar.
“El Ministerio de Defensa participará en el esfuerzo
nacional al mismo nivel que los demás ministerios, ni más ni menos”, advirtió
François Hollande en su discurso de Año Nuevo a los militares el pasado 9 de
enero hablando de las perspectivas de reducción del gasto público. El
presidente francés aseguró, al mismo tiempo, que su objetivo es que “Francia
mantenga la capacidad de pesar en la gestión y resolución de crisis que pongan
en riesgo la seguridad nacional o nuestros intereses estratégicos”. Algo que se
parece a la cuadratura del círculo, si se tiene en cuenta que al ejército le
faltan ya de entrada 4.000 millones para cumplir con el programa del 2008.
Toda la cuestión es por dónde caerá la tijera. Hollande ya
ha dejado claro por dónde no lo hará: la dotación de la fuerza de disuasión
nuclear –integrada por cuatro submarinos nucleares y 40 cazabombarderos Mirage
y Rafale armados con misiles–, que con 3.400 millones se lleva el 10% del
presupuesto militar, está asegurada. “La disuasión nuclear da a Francia el peso
político necesario para hablar como Francia debe hablar”, afirmó el ministro de
Defensa, Jean-Yves le Drian.
Los condicionantes económicos obligarán, pues, a elegir
sobre el tipo de ejército que Francia quiere para la próxima década. Este es
precisamente el objeto del Libro Blanco de la Defensa para el periodo 2014-1019
que está en trámite de elaboración y que debía estar listo a finales de este
mes. Pero los recientes acontecimientos en África están obligando a revisar
algunos aspectos.
La guerra de Mali, según los expertos militares, ha
demostrado ya dos cosas: la importancia para Francia de mantener una red de
bases militares en África –que el anterior Libro Blanco preveía reducir a sólo
dos– y la necesidad de no menospreciar el papel de las fuerzas terrestres, que
los profetas de la guerra aérea, amparados en el éxito cosechado en Libia,
daban poco menos que por residuales. El ejército de Tierra, que ha sido el
hermano pobre de la familia, pretende ahora hacer escuchar su voz. Y alertar de
que sus efectivos –apenas 100.000 hombres, pese a que los datos oficiales (del
2011) hablen todavía de 125.000 militares activos– no admiten nuevas
reducciones. Como ha subrayado Jean-Dominique Merchet, autor del blog de
referencia Secret Défense: “El ejército francés ha
llegado a su mínimo histórico desde Luis XIV”.
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