lunes, 18 de febrero de 2013

De eslabón débil a pilar de Francia


Su risa, franca, abierta, imparable, ha dado la vuelta a Francia y a medio mundo a través de internet, ofreciendo una nueva imagen de la ministra francesa de Justicia, hasta ahora percibida como una persona rígida y más bien malcarada. Pero ha habido algo más que eso. El ataque de hilaridad protagonizado por Christiane Taubira en pleno debate parlamentario sobre el proyecto de ley del matrimonio homosexual –una feliz inflexión en una discusión dura y agria– ha sido sólo la culminación ruidosa de lo que ha constituido una auténtica revelación. La mayoría de los franceses, incluyendo en esta categoría a algunos políticos, han descubierto en las dos últimas semanas la verdadera personalidad –y la indiscutible valía– de una mujer que hasta ahora no pocos habían menospreciado. Algo que nadie podrá hacer ya más.

Considerada el eslabón débil del Gobierno nombrado por el presidente François Hollande, la derecha tomó en seguida a Taubira como su víctima preferida, una especie de putching-ball sobre el que descargar su ira por la derrota de Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales de mayo del 2012. El talante de la nueva ministra de Justicia, extremadamente laxista a sus ojos, aparecía como el objetivo ideal. Consciente de lo que se le iba a venir encima –“Sé que me buscan y esto no se va a parar”, había vaticinado–, ella aguantó a pie firme.

Aguantó y ha acabado por demostrar que, lejos de ser el eslabón débil, es uno de los pilares del Gobierno francés, hasta el punto de que algunos de sus compañeros –entusiasmados por su actuación– le encuentran ahora fuste de primer ministro. ¿Qué ha pasado para que Taubira, observada con desconfianza hasta en sus propias filas, concite hoy los elogios de propios y extraños, incluidos los de la oposición?

La combatividad, la determinación y la solidez mostrada por la ministra de Justicia en el Parlamento, defendiendo el proyecto del Gobierno del “matrimonio para todos”, ha impresionado a todo el mundo. Pero menos que su extraordinaria capacidad oratoria, trufada de citas poéticas o filosóficas, argumentos jurídicos impecablemente cincelados y brillos de un innegable sentido del humor. Christiane Taubira empezó apabullando a sus señorías ya desde su primera intervención, el 29 de enero, cuando pronunció un inspirado discurso de 40 minutos sin mirar ni una sola nota. Pocos políticos podrían hacerlo.

Nacida hace 61 años en Cayenne, en la Guyana francesa, Christiane Taubira, doctora y profesora universitaria de Economía, es una peculiaridad en la política francesa. Criada con rectitud por una madre enfermera, en el seno de una familia de 11 hermanos de la que el padre desapareció un buen día, la hoy ministra siempre fue una alumna brillante y acabó estudiando Ciencias Económicas y Sociología en la metrópoli. “Comprendí que era negra al llegar a París”, ha explicado.

Activista en defensa de los derechos de las minorías –su ídolo de juventud era la norteamericana Angela Davis– y ex militante independentista, Taubira inició su carrera política en el Hexágono en 1993, cuando fue elegida diputada en representación de su pequeño partido guyanés Walwari (abanico). En 1994 se presentó a las elecciones europeas por el Partido Radical y en 1997, reelegida en el Palacio Bourbon, se integró en el grupo socialista. Fue en sus filas, en el 2001, cuando ya ofreció la primera muestra de lo que era capaz, al defender con pasión la ley que reconoció como crimen contra la humanidad la trata de esclavos.

En el 2002, Christiane Taubira se convirtió en la primera mujer negra en presentarse a las elecciones presidenciales, donde obtuvo más de 600.000 votos (el 2,3%). Un resultado testimonial si se quiere, pero que le ha pesado desde entonces como un lastre, pues los socialistas la han acusado siempre –a ella y a Jean-Pierre Chévenement– de haber contribuido a la derrota del entonces primer ministro Lionel Jospin frente al líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen. Taubira, en cualquier caso, no repitió la aventura: en el 2007 apoyó a Ségolène Royal y en el 2012 a François Hollande. Probablemente nunca pensó en ese momento que acabaría siendo ministra de Justicia y defendiendo una de las reformas sociales de mayor calado simbólico del quinquenato.



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