Hasta ahora todo
ha sido relativamente fácil, lo difícil empieza ahora. Un mes después de
iniciada la intervención militar en Mali –plazo que se cumple exactamente hoy–,
Francia aborda una nueva fase en su guerra contra los grupos armados islamistas.
Acorralados en gran medida en las montañas del nordeste de Mali –el macizo de
Adrar de Ifoghas–, la organización terrorista Al Qaeda en el Magreb Islámico
(AQMI) y sus aliados, que hasta ahora habían evitado el enfrentamiento directo
para no ser aplastados por la potencia militar francesa, han empezado a
contraatacar a su modo: cometiendo atentados suicidas y sembrando de
minas-trampa los caminos. Un escenario que se parece, cada vez más al del
temido Afganistán.
El viernes pasado, soldados franceses y chadianos –en este
rincón de Mali, de mayoría tuareg, los soldados malienses no son bienvenidos–
tomaron la población de Tessalit, al norte de Kidal, cerca de la frontera con
Argelia, una progresión que reduce aún más el territorio en el que los
islamistas pueden moverse libremente. Y aún con problemas. La avición francesa
hostiga de forma sistemática la retaguardia de los yihadistas, aunque sólo sea
para recordarles la fragilidad de su situación. “Demostramos a los terroristas
que no estarán tranquilos en ningún sitio, ni siquiera en sus santuarios”,
explicaba ayer con inusual claridad en Le Parisien el
piloto de un Mirage 2000.
Pero la superioridad militar, como se ha visto en
Afganistán, no lo es todo. La facilidad con que las tropas francesas han
conseguido recuperar el territorio maliense controlado hasta hace tan sólo un
mes por los islamistas –explicable en parte por la estrategia de evitación de
los yihadistas– va camino de trocarse en una difícil guerra donde el enemigo,
emboscado en eldesierto y las montañas, se libra a una táctica de hostigamiento
permanente.
Mientras los franceses concentran tropas y medios materiales
en el norte con el objetivo de acosar a los islamistas en sus refugios y tratar
de liberar a los siete rehenes franceses retenidos en esta zona –cuya
liberación podría ser intentada por las fuerzas especiales–, los yihadistas han
empezado a actuar más al sur.
En los últimos días, la acción armada de los grupos armados
–básicamente el Movimiento por la Unicidad y la Yihad en África del Oeste
(Muyao)– ha sido especialmente activa en la zona de Gao, una ciudad
reconquistada por las tropas franco-malienses el pasado 25 de enero. Ayer
mismo, milicianos islamistas mantuvieron un enfrentamiento armado con soldados
franceses y malienses en el centro mismo de Gao, obligando a sus habitantes a
refugiarse en sus casas. El ejército francés, poco partidario de dar publicidad
a su intervención, evacuó de la ciudad a 50 periodistas.
El sábado por la noche, un terrorista suicida hizo explotar una
bomba junto a un control militar a la entrada de la ciudad, sin causar
víctimas. La víspera, un atentado similar causó un herido entre las tropas
malienses. También el sábado, el ejército detuvo veinte kilómetros al norte de
la ciudad a dos jóvenes con mochilas cargadas de explosivos. En la última semana, seis personas –cuatro civiles y dos
militares– han muerto a causa de la explosión de minas colocadas en la
carretera entre Gao y Douentza,una práctica tomada prestada de los talibanes en
Afganistán.
Todo el temor y la preocupación que hay en Francia es
precisamente el riesgo de que la intervención en Mali acabe atascada en un
cenagal parecido al de Afganistán, del que el ejército francés no ha salido –a
destiempo y con mal sabor de boca– hasta once años después. París insiste día
sí y día también en que su intención no es permanecer indefinidamente en Mali y
que su objetivo es pasar el relevo cuanto antes a las tropas africanas de la
fuerza de la Misión Internacional de Apoyo a Mali (Misma) acordada por la ONU.
El presidente francés llegó a decir días atrás que su intención es poder
empezar a retirar una parte de las tropas desplegadas, que actualmente suman ya
4.000 soldados, en marzo. Pero de momento, los efectivos de la Misma apenas
llegan a 2.000 soldados y la efectiva entrada en servicio de este contingente
–que debería llegar al menos a 6.000– todavía se hará esperar.
El ejército maliense, que debe empezar a ser formado por
instructores militares de la Unión Europea, tampoco está por el momento en el
nivel esperado. Todo lo contrario. El viernes, miembros de un cuerpo especial
conocido como boinas rojas –fieles al ex presidente
Amadou Toumani Touré, depuesto por un golpe de Estado en el 2012– se
enfrentaron a tiros en la capital, Bamako, contra los boinas
verdes, que respaldaron el alzamiento.
2,7 millones por día
La intervención militar en Mali, bautizada Operación Serval,
está costando a Francia una media de 2,7 millones de euros por día, lo que
lleva el total gastado en un mes a alrededor de 80 millones. El coste, según
los datos facilitados por el Ministerio de Defensa, serían así superiores a los
de la intervención armada en Libia (1,6 millones diarios) o Afganistán (1,4 millones).
El grueso de este gasto se lo ha llevado hasta ahora el transporte de tropas
–hasta 4.000 soldados– y material bélico –unas 10.000 toneladas, incluidos
vehículos y carros blindados–. El Gobierno de Estados Unidos, que colabora con
Francia facilitando aviones de transporte, intentó en un primer momento
cobrarse el servicio, un gesto –rápidamente rectificado– que en París se
interpreta como un pequeño castigo por la retirada anticipada del ejército
francés de Afganistán.
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