Resistir, no rendirse nunca a la fatalidad,
no ceder jamás ante la opresión y la injusticia. Si tuviera que resumirse en un
único rasgo la poliédrica personalidad de Stéphane Hessel (Berlín, 1917-París,
2013), designar el norte que guió toda su vida, sería su espíritu de
resistencia. Él mismo no hubiera buscado otra definición. Su rebeldía, su
inconformismo, le empujaron en 1941
a sumarse a la Resistencia francesa y combatir al
ocupante nazi; a trabajar después como diplomático en las recién creadas
Naciones Unidas –donde colaboró en la redacción de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos– para tratar de edificar un nuevo mundo; a fomentar la
cooperación y la ayuda internacionales; a defender finalmente todas las causas
imaginables... empezando por la causa del pueblo palestino, su gran objetivo de
los últimos años y causa de las más furibundas críticas que recibió en toda su
vida.
Fue este mismo espíritu el que le llevó en el 2011, ya
nonagenario, a dirigirse a las nuevas generaciones a través de su manifiesto
“¡Indignaos!”, en busca de agitar las conciencias y provocar una insurrección
cívica y pacífica contra las injusticias de la sociedad, para sacar a la
juventud de lo que consideraba un peligroso estado de pasividad e indiferencia.
Era más una apelación moral que una propuesta política.
El éxito de la empresa –más de cuatro millones de ejemplares
vendidos en un centenar de países– dejó a todo el mundo anonadado. Empezando
por él mismo, a quien el eco de sus palabras sacó de su plácido estatus de
diplomático retirado y le convirtió en una suerte de oráculo universal. El
movimiento de los indignados españoles, el 15-M, que arrastró después a otros
movimientos de protesta similares en todo el mundo, le conmovió especialmente.
Lo cual explica que su libro póstumo, el que quedará como su testamento
político –“¡No os rindáis! Con España, en la trinchera” por la libertad y el progreso”–,
esté dirigido específicamente a los indignados españoles.
Modesto y humilde, tanto por naturaleza como por educación,
Hessel recordó muchas veces en el último tramo de su vida unas palabras que le
había dicho su madre cuando era niño, y de las que comprendió todo su sentido:
“Para que la modestia te siente bien, tiene que ir de la mano del éxito”. En su
caso, se cumplió.
Nacido en Berlín el 20 de octubre de 1917, pocos días
después de la revolución Soviética –coincidencia que el solía subrayar para
explicar su alergia al ideal revolucionario, que asociaba al totalitarismo–,
Stéphane Hessel era un genuino producto del agitado y trágico siglo XX. La
peripecia vital de sus padres, Franz Hessel, escritor procedente de una familia
judía convertida al luteranismo, y Helen Grunt, una artista polifacética que se
comportó siempre como una mujer libre. le llevaron a París cuando tenía siete
años. Y a acabar adoptando finalmente la nacionalidad francesa.
Su madre, con la aquiescencia inicial de su padre, mantuvo
en París una relación sentimental paralela con el escritor francés Henri-Pierre
Roché, un amigo común de la pareja, quien posteriormente se inspiraría en su
propia experiencia para escribir la célebre novela Jules y
Jim, la historia de un triángulo amoroso que después adaptaría al
cine François Truffaut. La historia real tuvo un final menos trágico y, aunque
no por ello fue fácil para su padre, dejó en Stéphane Hessel una profunda
aversión a los celos, un sentimiento que consideraba particularmente nefasto y
degradante.
Fue como francés que Stéphane Hessel fue movilizado por el
ejército en 1940 para hacer frente a la ofensiva de Hitler, y como tal se sumó
al año siguiente –tras huir de un campo de prisioneros alemán– a las filas del
general De Gaulle en Londres. Su dominio del francés, del alemán y del inglés
le condujeron a convertirse en agente de enlace entre la Resistencia francesa y
el contraespionaje británico. Enviado a Francia en 1944, fue capturado por la
Gestapo en París, torturado y enviado al campo de concentración de Buchenwald,
donde escapó por muy poco de morir ahorcado. Trasladado a otros dos campos,
huyó de un tren y se unió a las filas del ejército norteamericano. Tras la
guerra, inició en la ONU una larga carrera diplomática que le conduciría a
recibir el rango de Embajador de Francia.
La experiencia terrible de la deportación no destruyó a
Hessel, que ni se hundió en la depresión ni incubó en su interior el odio ni
las ansias de venganza. Las dificultades y el sufrimiento nunca le arrebataron
su amor a la vida y su alegría de vivir. “Yo he tenido un suerte enorme en mi
vida”, decía. Y junto a los éxitos de su vida pública, citaba a las dos mujeres
de su vida –al margen de su madre–, Vitia, con quien se casó en 1939 y tuvo tres
hijos, y Christiane, quien le ha acompañado en sus últimos años.
Cada vez más disminuido por la edad y sólo parcialmente
restablecido de la crisis cardiaca que le llevó al hospital en la primavera del
2012, Stéphane Hessel apenas salía ya de casa, o contadas veces. Pero su
modesto y acogedor apartamento del distrito XIV de París, estaba abierto a todo
el mundo. El viejo luchador, de sonrisa franca y generosa, recibía a sus
visitantes con un cariño y una amabilidad extraordinarias.
Hombre comprometido y con fibra de combatiente, nunca cejó
en su lucha. Hasta el final. El pasado otoño impulsó, junto con el economista
Pierre Larroutorou, una de las mociones presentadas en el congreso del Partido
Socialista francés –que obtuvo el 12% de los votos– y participó en la
constitución del grupo de opinión Roosevelt 2012. En las últimas semanas aún
seguía trabajando para transmitir a los jóvenes españoles un mensaje de
esperanza. Y de exigencia.
Hombre de izquierdas, humanista y profundamente europeísta,
la figura de Hessel fue saludada ayer en Francia de forma casi unánime. El
presidente François Hollande rindió homenaje a su trayectoria “excepcional”,
siempre “en defensa de la dignidad humana”. El PS propuso rendirle un homenaje
nacional y algunos grupos de la izquierda pedían que fuera enterrado en el
Panteón. Un centenar de indignados se concentró en la plaza de la Bastilla para
decirle adiós.
"¡NO OS RINDÁIS!"
La voz de Stéphane Hessel, fallecido ayer en París a
los 95 años, encontró especial eco en España, donde su
libro “¡Indignáos!” estimuló el movimiento del 15-M. A los
españoles va dirigida su última obra, “¡No os rindáis! Con España, en la
trinchera por la libertad y el progreso” (Ediciones Destino), un libro
realizado en colaboración con el corresponsal de “La Vanguardia” en París,
Lluís Uría, que será publicado de forma póstuma en las próximas semanas.